Publicado en:
Revista Lea (Chiclayo Perú)
La
humanidad está viviendo tiempos extremos. Desde hace bastantes décadas, nos
afanados en autodestruirnos y lo trágico es que -parece- no somos conscientes
de que cada afectación a la naturaleza nos acerca más y más a la extinción como
especie.
Desde
hace semanas apreciamos que arden cientos de miles de hectáreas de bosques en
Paraguay, Perú y especialmente en la Amazonía de Bolivia y Brasil. En Bolivia,
en lo que va del año, según la Fundación Amigos de la Naturaleza, se habrían
quemado 1,8 millones de hectáreas. En Brasil habría un incremento anual de
incendios forestales en un 84%.
Nos
cuesta comprender que somos los humanos los que necesitamos de la naturaleza y
del planeta y no la Tierra de nosotros, para seguir existiendo. Algo tan
elemental, pero al mismo tiempo simple, que gobernantes y gobernados no somos
capaces de asimilar y actuar.
En
nombre del denominado “desarrollo”, nos hemos constituido en el principal
depredador de nuestro hogar, el planeta Tierra. Los que más tienen más quieren
y los que menos tienen, entre otras razones, además de ser “educados” para ser
indiferentes sumisos y permisivos con los depredadores, somos “controlados”, a
sangre y fuego, cuando levantamos la voz en defensa del medio ambiente.
Pese
a ser la única especie con capacidad de razonamiento, somos los que no paramos
-un segundo- de contaminar el lugar donde estamos. Por eso nos hemos convertido
en el animal más peligroso sobre la faz de la tierra y, al paso al que vamos,
más temprano que tarde daremos paso al apocalipsis.
Por
eso, es deber de la humanidad elegir líderes que reconozcan la importancia de
proteger la naturaleza y que se esfuercen en promover soluciones científicas e
integrales y una enorme base social empoderada que las respalde. Neguemos
nuestro respaldo a quienes sólo creen en sus efímeros intereses personales y de
grupos, en todos lados sabemos quiénes son. Pensemos cómo limitar su acción
destructiva y cómo efectivizar los mecanismos legales internacionales
existentes para que sus crímenes contra la Tierra y sus habitantes tengan
castigo.
No
podemos seguir permitiendo que desde los gobiernos se siga legalizando la
lapidación del planeta. Tampoco sustituyendo y restando responsabilidad, con
fines electorales, a los gobiernos regionales y locales. Es también
inconcebible que sigamos guardando silencio cuando nuestros gobiernos destinan
migajas para las “políticas medioambientales” a nivel nacional, regional y
municipal.
Es
fundamental también que, quiénes integran los sectores predominantes, el sector
minero por ejemplo, aprendan a respetar la naturaleza, nuestra diversidad y
pluriculturalidad (diversos pueblos con sus propias culturas en un mismo
Estado), que pasa porque abandonen su lógica de relacionamiento basado en el
abuso de poder, la manipulación y los costos ocultos.
La
relación entre mercado, medio ambiente, política y ciencia, necesita ser
replanteada. Necesitamos relaciones basadas en el equilibrio de la naturaleza,
el respeto a los seres vivos y la preservación de la especie humana.
Si
nada cambia, la auto-extinción humana sería un justo castigo. Aún lo podemos
evitar. Les recuerdo que no tenemos otro hogar, más que la Tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario