jueves, 26 de septiembre de 2019

El centro del problema es la corrupción

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
La Razón (La Paz Bolivia)

La corrupción no es un mal más de nuestra sociedad. Es el principal problema y en muchos de nuestros países, pese a la magnitud de sus consecuencias que se traducen –entre otros– en pobreza, exclusión y servicios básicos de pésima calidad, conviven con ella. Su comprensión, como el primer problema público, con el que debemos acabar, sobre todo para los “gobernados”, aun es lejana.
Está presente de una y mil formas en cada espacio de nuestra cotidianidad. Ejemplos sobran. Resulta cada vez más difícil encontrar una persona que no esté dispuesta a pagar para acelerar su trámite, ser acreedor de una licitación, no ser multado por un policía ante una infracción o para “ganar” su proceso judicial. Es más remoto aun identificar profesionales coherentes como un abogado que litigue éticamente y sin costos ocultos, un periodista “independiente” o un ingeniero que use materiales idóneos en una obra de construcción. Casi imposible, siguiendo estas constataciones, es tener políticos sin antecedentes de infracción a la ley penal, entre ellas acusaciones o sanciones por corrupción. 
Ser corrupto es rentable y asegura una vida “fácil”. Por eso, la fraternidad de la corrupción hoy tiene tantos representantes, interlocutores y protectores en cada plano de poder (social, político, económico y hasta religioso); pero sobre todo hay mecanismos legales e institucionales –que controlan– porque fueron pensados y creados para facilitar el latrocinio. Cada día son más los que integran, siguiendo su propio esquema mafioso, estas hordas criminales porque el mismo “sistema” en la mayoría de casos les asegura impunidad. Les hemos permitido –históricamente– avanzar, por eso, en unos países más que en otros, el panorama es sombrío.
La corrupción, por su impacto en las agendas de Estado, relativas a sectores en situación de vulnerabilidad, es una forma flagrante de violación a los derechos humanos de los pueblos. No obstante, la mayoría de personas siguen divagando al encontrar respuestas del porqué este flagelo nos está ganando la batalla de la construcción de mejores sociedades y países. Culpan a la política, a la democracia y hasta a las ideologías, debido a que no encuentran formas adecuadas para canalizar su frustración y desencanto; dado que la acción de nuestros Estados, salvo excepción como Perú, Costa Rica, Chile o México, les resulta débil, utilitaria y marcada por el continuismo y la impunidad. 
Agrava la situación el que la corrupción, pese –además– a que nos acosa cada día a todos y todas, sea vista como un problema de otros y no de cada uno. Suma el que sigamos dando vueltas en un círculo vicioso, al que nos ha arrastrado el direccionado debilitamiento y –en algunos casos– la extinción de los partidos políticos democráticos; considerando que nos siguen induciendo y hasta obligando a elegir entre candidatos ilegales, impuestos, improvisados, sin sintonía con los intereses de la sociedad y –lo más grave– cultura y perspectiva democrática.
Queda claro entonces, que los grandes problemas en nuestros países giran en derredor de la corrupción. Son pocos los que ganan con ella y cuantiosos los beneficios que obtienen esos pocos. Sus mutaciones organizativas, procedimientos engañosos y ad hoc y maniobras legales, mediáticas y de todo orden, que exhiben cada día, incluso en algunos casos utilizando las instituciones del mismo Estado, es parte de su estrategia para no perder el poder que han concentrado delinquiendo y que buscan retener a cualquier precio. 
La lucha contra la corrupción no es retórica, ideología ni partidarismo. Solo es posible vencerla con un sistema de justicia independiente y con una población que abandona el miedo, el silencio y la indiferencia al comprender que estas también son formas de corrupción. 
Señores gobernantes, si, en el más breve plazo con desprendimiento y sentido histórico, promovemos políticas públicas en materia de justicia, también estaremos apostando por países sin corrupción. 

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