jueves, 25 de abril de 2019

Otras claves para comprender la educación con “enfoque de género”

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)

Mi columna de la semana pasada, sobre este mismo tema, recibió comentarios públicos y no públicos que me motivan a desarrollar otras entradas, que confío ayuden a comprender porque respaldo y desarrollo acciones tendientes a profundizar el proceso de la educación con “enfoque de género”.

Inicio señalando que, desde hace décadas, el término “enfoque” se refiere al marco teórico, las metodologías e instrumentos que ciencias como las sociales, administrativas, económicas, jurídicas, políticas y otras, han ido generando con el fin de ayudar a que los Estados afiancen y profundicen sus procesos de país. Entre otros aportes, el incluir en las decisiones de los gobernantes los enfoques, los ha auto-limitado y ordenado. Éstos, inyectan fuerza a las acciones de gobierno y los hacen trascender al estado y nivel de política de Estado. Reducen además la posibilidad de iniciar todo de nuevo, en cada periodo gubernamental, debido a que preservan los lineamientos y bases de cualquier proceso.

Así, existen enfoques basados en los derechos humanos (“enfoque de derechos”), que coloca al ser humano como centro de las decisiones de Estado y apunta a la promoción y la protección de sus derechos humanos. El “enfoque intercultural”, fomenta la convivencia -en una relación de respeto a la realidad social, religiosa y diversa- entre personas de diferentes culturas y naciones (aymaras, quechuas, afrodescendientes, ashaninkas, shipibos, mestizos, migrantes, etc.) y religiones (adventistas, testigos de Jehová, israelitas, católicos, etc.) y también centra la mirada en la persona como protagonista y titular de derechos. El “enfoque de política pública” alude a la acción integral y programática del Estado, con el objeto de facilitar un mayor disfrute de los derechos económicos y sociales de toda la población y frenar las desigualdades que privan a muchos de una real pertenencia a la sociedad; entre otros aspectos.

El “enfoque de género”, desde esta perspectiva y objetivo, promueve cambios en la llamada construcción social y cultural histórica de prácticas (relaciones de poder y desigualdades), símbolos, instituciones y normas que nuestras sociedades han desarrollado a partir de diferencias biológicas entre varones y mujeres. No es, en consecuencia, ideología que pervierte, asunto de Dios o del Diablo, del bien o del mal, etc. Es un proceso de lucha contra la discriminación estructural. Es decir, contra las desigualdades de derecho o de hecho, que se expresan en exclusión social, sometimiento y violencia de unos contra otros, bajo lógicas repetitivas y debido a complejas prácticas sociales, prejuicios y sistemas de creencias.

Estos enfoques no se contraponen, se complementan y transversalizan, porque todos -finalmente- promueven derechos y su ejercicio pleno; para una vida con dignidad, una vida con respeto al ser humano, una vida mejor.

Derechos, entre otros, como: a una vida libre de violencia, es decir sin abuso y acoso sexual, política, física, psicológica, etc.; a la salud sexual y reproductiva, que se refiere al acceso a uso de métodos anticonceptivos, educación sexual integral, etc.; derecho a acceder y participar en espacios de toma de decisiones, considerando que la participación política de la mujer sigue siendo en gran parte del país y el mundo nominal e instrumentalizada.

El 2018, según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, fueron asesinadas 149 mujeres y cada día del año 10 niños son víctimas de violación sexual. Según DATUM – 2016, más del 74% de los peruanos reconoció que tenemos un país machista. Según el Instituto Nacional de Estadísticas – INE 2016, el 44% aprueba la afirmación de que “a fin de evitar discusiones en el hogar, la mujer debe ceder” y el 21% considera que ninguna mujer debe contradecir las decisiones de su esposo. Según esta misma fuente en los últimos años cerca del 70% de personas LGTBI son discriminadas; asimismo, se cometen un promedio al año de 17 crímenes de odio (por razón de orientación sexual e identidad de género).

Esta aberrante realidad, expresa dolorosas y latentes violaciones a derechos de seres humanos en situación de vulnerabilidad y reflejan lo degenerada que aún es nuestra idiosincrasia y cultura. En ese sentido, es comprensible que sólo aquellos que golpean e insultan a sus mujeres e hijas, violan y muchas veces asesinan a niños niñas y acosan a adolecentes, agreden y matan a hombres o mujeres por su orientación o preferencia sexual, rechacen que desde la educación se ataquen y prevengan las CAUSAS que generan sus formas de violencia. Doblemente cuestionable resulta que, pese a la gravedad de lo que viene ocurriendo con estos seres humanos, políticos corruptos e inmorales se apoderen de estos temas y los instrumentalicen, al punto de colocarse -Ellos- como reservas de la moralidad y las buenas costumbres.

En su momento, en la evolución social de nuestros pueblos, la abolición de la esclavitud, el nacimiento de nuestros Estados, el voto (sufragio) de las mujeres, la jornada laboral de las 8 horas y otras conquistas sociales, tuvieron sus detractores. Ahora, una vida libre de violencia y sin discriminación, de seres humanos que pueden ser nuestros hijos, hermanos o padres, tienen los suyos.

Hay que vencerlos con la fuerza de la razón y sin reproducir más cultura del odio.

Sigamos avanzando…!!! 

jueves, 4 de abril de 2019

¿Estamos trabajando en la “reconciliación” entre peruanos?

Publicado en:

El Clarín (Cajamarca Perú)

No, si entendemos la “reconciliación” como un proceso de largo aliento, destinado a la reconstrucción del pacto social y político con participación incluyente y efectiva; pero además asumido como un compromiso permanente.

Este “proceso de restablecimiento y refundación de los vínculos fundamentales entre los peruanos” siguiendo la definición de la versión abreviada del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) “Hatun Willakuy” -octavo capítulo- de 2003, sigue siendo una recomendación, para la mayoría de nuestro pueblo y gobernantes, desdeñada e ignorada.

No existen mecanismos oficiales ni reportes de avances realizados en la dimensión política, relativa a una reconciliación entre el Estado, la sociedad y los partidos políticos. Tampoco en la dimensión social, referida a las instituciones de los espacios públicos de la sociedad civil con la sociedad entera, de modo especial con los grupos étnicos marginados. Menos en la dimensión interpersonal, correspondiente a los miembros de comunidades o instituciones que se vieron enfrentados. En este contexto, "El ojo que llora" es importante y sensibiliza, al igual que las acciones de iniciativas ciudadanas como “Para que no se repita” o “Caminos de la memoria”.

En ese sentido, la “reconciliación” entre peruanos, tras el conflicto armado interno (1980 - 2000) desatado por el grupo maoísta Sendero Luminoso, es otra de las agendas (como las reformas integrales al sistema de justicia, a los partidos políticos o al sistema electoral, entre otras) en la que los esfuerzos de las instituciones del Estado y las organizaciones no públicas (como los partidos y organizaciones políticas, cámaras de comercio, colegios de profesionales, universidades, gremios de trabajadores, etc.), son protocolares, débiles e insuficientes.

Han transcurrido más de quince años de la presentación del informe final de la CVR y debido -desde su publicación- a la falta de aceptación de algunas organizaciones políticas como los fujimoristas, los apristas, otros y sus aliados en el mundo empresarial (nacional e internacional), la Iglesia y la prensa, no se ha avanzado en la lucha contra la marginalización y discriminación de aquellos sectores de la población más afectados por la violencia durante los veinte años del conflicto armado interno. Esta conducta de actores relevantes en la vida del país, sumada a la pusilánime y -en muchos casos- desinformada mirada de la burocracia, han impactado negativamente en los deberes del Estado de “brindar verdad y justicia” y “reparar”.

La CVR constató que, en orden a su primera conclusión, el conflicto armado interno “reveló brechas y desencuentros profundos y dolorosos en la sociedad peruana”. Diecinueve años después, corresponde preguntarnos ¿Éstas brechas y desencuentros se han profundizado, se han mantenido o acortado? ¿Son prioridad en las políticas públicas los marginalizados y discriminados? ¿Los peruanos y nuestros gobiernos (a nivel nacional, regional o municipal) estamos trabajando para reencontrarnos y reconciliarnos? ¿La CVR realmente significó una modificación en la postura del Estado frente a nuestra historia oficial?

Ningún Estado en el mundo que goza de salud democrática, que ha alcanzado indicadores sobresalientes en materia de derechos humanos para su población y es ejemplo de país, ha logrado ese estatus sin antes transitar por un largo proceso de reconstrucción de sus vínculos fundamentales, identificación de objetivos y trazo de una agenda de país querido. Ejemplos hay, incluso en el vecindario internacional.

Esta perspectiva de país, que coincide en esencia con las conclusiones y recomendaciones de la CVR, es opuesta a los intereses del bloque antidemocrático y corrupto que ha administrado nuestro Estado -desde los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial (nos referimos al sistema de justicia)- en el presente siglo. Hay un sinnúmero de tramas y hechos que lo demuestran y hasta la prensa afín a estos sectores -desmañadamente- lo han reportado.

La “reconciliación” entre los peruanos tiene enemigos naturales. Son los mismos que en nuestra historia aprovechándose de su relación con el Estado lo instrumentalizaron para su beneficio. Son los mismos que hoy intentan distraernos frente a la corrupción que practican y promueven usando la política, la democracia y el Estado. Son los mismos que atacan y desprecian a los jueces y fiscales independientes; olvidando que es garantía de un debido proceso (derecho humano y fundamental) y base de Estado democrático contar con un sistema de justicia imparcial y justo. Son los mismos que periódicamente usan el “cuco” del terrorismo y colocan, pese al cumplimiento de sus condenas, a seres humanos que erraron de camino en la condición de parias.

Tenemos un país excepcional, pero estamos fallando en lo medular. No hemos forjado aún un mismo horizonte. Nos seguimos tratando como enemigos por razones políticas, de origen, color de piel, creencias, etc. Por eso, nuestra conciencia y compromiso democrático, no deben seguir siendo retórica, tampoco opacidad frente al abuso de poder. La reconciliación nacional, que incluye a las diversas naciones y culturas que habitan en nuestro territorio, es más que nunca una necesidad y en ella no debemos transigir.