Hoy nuestra humanidad tiene otra oportunidad para reparar sus errores, que ojalá no la desperdiciemos. Si sigue siendo egoísta, mentirosa, maltratadora de la naturaleza, discriminadora, agresiva, con ínfulas de superioridad sobre su misma especie, intolerante, desleal, hipócrita, odiosa y rencorosa, sin capacidad de escucha, ambiciosa y avara e indiferente, cada vez sumará más a su autodestrucción.
En ese sentido, hace más de dos siglos, reflexionó Víctor
Hugo cuando definió que el futuro tiene muchos nombres. Dijo que para los
débiles es lo inalcanzable, para los temerosos lo desconocido y para los
valientes es oportunidad.
Siguiendo esta línea de reflexión corresponde con valentía,
superando nuestros temores y debilidades y con honestidad aceptando que,
torpemente, seguimos viviendo en una sucesión de errores, asumir el compromiso
de transformar nuestras crisis, algunas estructurales como la sanitaria que hoy
desnuda y nos enrostra el covid-19, en oportunidad.
Como hasta hoy, no podemos ni debemos quedarnos en solo la
crítica social y en discurso político, sobre esta crisis sanitaria y lo que
pudo o no hacer cierto gobierno para enfrentarla sin tantas pérdidas humanas y
económicas. Queda claro que todos y todas debemos ayudar, considerando que poco
o nada hicieron en materia de salud –en el pasado por falta de exigencia social–
nuestros Estados. Un buen inicio, esto es con compromiso y responsabilidad
social, debería permitirnos, por un lado, discernir sobre qué es prioritario
para los pueblos y, además, arrancar compromisos de su cumplimiento a los
políticos, gobernantes y otros actores sociales relevantes. Es necesario y
viable.
No estoy incentivando la generación de respuestas reactivas
coyunturales cosméticas e improvisadas. Tenemos problemas estructurales que
necesitan respuestas y soluciones integrales. Insinúo darle importancia y
atención a lo sustantivo, a lo necesario, a aquello que tiene que ver con la
continuidad de la humanidad. Planteo ir más allá de solo controlar al covid-19,
potenciando y multiplicando los servicios de salud en infraestructura, recurso
humano, accesibilidad, modernidad y tecnología, protocolos y economía para su
operatividad.
Primero lo principal. Seguir atendiendo los requerimientos
sanitarios y humanitarios producto de la pandemia que acosa a nuestros países,
no puede dejar de ser lo central. La recesión que se avecina es inevitable y la
debemos enfrentar con un restablecimiento progresivo de las actividades
económicas, respaldados por los positivos indicadores económicos de los que
nuestros gobernantes han alardeado en estas últimas décadas. Suma a la
inequidad e injusticia social y alienta la protesta y violencia social que los
beneficios económicos que otorguen los gobiernos en este proceso, en su
propósito de reactivar la economía, sean solo para aquellos que más tienen y
los paguen, a la larga, los medianos y pequeños empresarios, trabajadores y
sectores en situación de vulnerabilidad.
En este horizonte, las opciones se reducen a una: debemos
mejorar nuestras relaciones personales (sociedad) y globales (Estados). El
miedo a la muerte, hoy todos la tienen y los que no poseen –por sus propios
actos– la conciencia en paz viven aterrados, debe ser el gran motor para el
cambio de rumbo en nuestra conducta y acciones.
Es necesario, también, replantear nuestra visión de lo que
sigue. Usemos elementos científicos e interdisciplinarios. Si el 42% de la
población quedó desempleada o sin ingresos y hay hambre en el planeta, su
solución no solo debe ser desde la mirada económica. Incluso el “diálogo
democrático” y el “discurso pedagógico” deben, para ser útiles, nutrirse de
elementos técnicos y seguir anclados en aspectos ideológicos y políticos.
Contener los efectos del aumento de la desigualdad, el
desempleo, el hambre, la violencia, nos obliga a tener a la persona como el fin
y objetivo fundamental. No le tengamos miedo al cambio, avancemos quemando
algunos puentes y construyendo otros.