jueves, 23 de julio de 2020

Renovar la clase política, un objetivo nacional

Publicado en:
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)

En este tiempo, es insostenible hablar de democracia representativa sin la existencia y la actuación de los denominados partidos políticos. Tampoco es concebible un partido político sin mecanismos, permanentes y persistentes, entre otros elementos, de renovación de su dirigencia y participación efectiva de sus integrantes.

Los partidos políticos –y aquí radica, en teoría, un plano insustituible de su importancia– son los principales articuladores y aglutinadores de los intereses sociales. Juegan relevantes funciones en la relación entre sociedad y Estado que van más allá de la mera contribución a los procesos electorales, pues afirman las reglas del juego institucional de pesos y contrapesos de la vida democrática de un país.

Es secundaria la doctrina u orientación ideológica que adopte cualquier partido político, mientras cultive valores y principios humanizadores, de protección a la naturaleza y, entre otros, de respeto a los derechos individuales y colectivos de las personas.

En esta perspectiva, debe ser objetivo de todo país que apuesta por vivir en democracia, construir y consolidar partidos políticos. Formas de organización con, entre otros elementos, ideología, objetivos, estructura y organización, forma de participación interna, transparencia, líderes, reglas y requisitos de participación, relaciones con sus miembros y con el resto de la sociedad, eficiencia y representación en los distintos niveles –posibles– de ejercicio del poder estatal.

En muchos países, en las últimas décadas, estos presupuestos morales y principistas, no están concurriendo en la formación y desarrollo de organizaciones de participación política. Por eso éstas, si no han sido captadas por estructuras criminales, están siendo creadas con fines delictivos. Órdenes que promueven y facilitan la corrupción y otros crímenes, pero también para asegurar impunidad a sus integrantes aliados y operadores, usando las normas y procedimientos e instituciones del Estado.

Vivimos una torcida realidad que es alentada por la indiferencia de una población que calla, por desconocimiento conveniencia miedo y otras formas de adormecimiento que debemos reconocer para superar.

La participación política en nuestros países no ha evolucionado. Alcanzar madurez social, desde una perspectiva democrática, con partidos políticos sólidos, institucionalizados por medio de elecciones primarias en la cabeza y en las listas, por ejemplo, aún es lejano en esta parte del mundo. Lo que tenemos son caudillos e improvisados al frente de su club de amigos y financistas internos e internacionales, que aparecen cada cuatro o cinco años en la arena electoral junto a aliados que, por lo general, en lugar de sumar con propuestas constructivas y masa crítica, restan debido a que no tienen visión de país ni localidad y porque su camaleónico pasado partidario o criminal los precede. Sólo contadas personas, de estos círculos de intereses, al ser nuevas en escena escapan a esta regla.

Necesitamos, por estas y otras consideraciones que están en el debate regional, repensar nuestras formas de participación política y recrear los partidos políticos. Rescatarlos y ponerlos al servicio de la democracia, depende de la calidad moral y misión social de quién decida incursionar en política.

Resulta ilógico, por ejemplo, que la mayoría de la representación en el Congreso peruano, a meses de ser elegidos –luego de la disolución constitucional de la anterior composición– y estar en funciones, pese a que fue bandera electoral de la mayoría de agrupaciones, se aferren a la inmunidad para generar impunidad. Lo propio, que sigan en actitud de vendetta y amenaza a los otros poderes del Estado, cuando de lucha contra la corrupción política o reformas políticas se trata.

En ese sentido, sepultar la tradicional forma de hacer política, esa que engaña al elector y burla su confianza, es indispensable. Nuestros países no pueden permitir que sigan postulando a cargos públicos personas con antecedentes criminales. Tampoco, entre otras caracterizaciones, que el debate político nacional esté basado en promesas vacías, populistas, desarraigadas, inviables, irresponsables y plagadas de odio.

Si no queremos que nos sigan engañando y postergando como pueblos, por más tiempo, hagamos de la política nuestra ocupación a tiempo parcial. Sólo en ese rumbo, podremos cumplir el objetivo nacional de renovar la clase política que nos usa y luego da la espalda.