jueves, 23 de abril de 2020

¿Dónde estás solidaridad?

Publicado en:
Correo del Sur (Sucre Bolivia) 

Los humanos rigen su comportamiento y acciones, basados en principios y valores que adquieren en el curso de su vida. Estos, practicados de forma colectiva o de modo individual, suman a la identidad de cualquier forma de organización social. Son las columnas, más o menos como los ordenamientos jurídicos, que se construyen con el fin de proteger, organizar y regular la convivencia en un orden social deseado.

Uno de ellos, de los varios existentes, es conocido como solidaridad. A lo mejor el más popular pero, sobre todo en los últimos tiempos, descuidado y silenciosamente trillado e instrumentalizado para mantener el statu quo.

Tanto en el marxismo como en el capitalismo y en el budismo como en el cristianismo, ejemplos de algunos planos de concepciones de lo humano, con más o menos repercusión, siempre se habló de la solidaridad como “pilar”, “compromiso”, “reivindicación social”, “principio fundamental de moralidad social”, etc. No obstante, excepto minúsculos casos, sólo hemos visto discurso, tenemos sociedades con doble moral.

En ese sentido hoy, aunque cada vez hay menos, están quiénes entienden y practican a la solidaridad como el valor supremo que marca su relación con el prójimo. Lo curioso en estas personas es que no están adscritos a ideologías ni credos. Promueven conductas orientadas a un mejor desarrollo de la colectividad, poniendo al servicio de ese propósito sus principales recursos. En esa perspectiva, se esfuerzan para no caer en la “palabrería hueca”, que nos tiene rodando por la pendiente de la pérdida de valores.

Si bien es cierto la solidaridad no es obligatoria, es un compromiso moral que debemos tener respecto a quiénes están en situación de riesgo o necesidad. En esa línea reflexionaron, pese al carácter histórico de su momento, Aristóteles (385 - 323 a. C) cuando definió que la esencia de la vida era “servir a otros y hacer el bien” y Alejandro Magno (742 - 814 d. C) cuando expresó que “de la conducta de cada uno depende el destino de todos”. Estas perspectivas hoy, frente al covid-19 que tiene a la humanidad entera (a “ricos” y “pobres”) entre cuerdas y a los sistemas de salud ensayando, mantienen intacta su vigencia.

Necesitamos, porque es un horizonte real que ofrece posibilidades considerando que no hay de dónde escoger soluciones, rescatar y reconciliarnos con la solidaridad; el valor humano más importante y esencial que todos y todas debemos practicar, dándole contenido tangible a través de acciones que signifiquen desprendimiento y que se plasmen en ayuda, por ejemplo a los que padecen en este preciso momento hambre en el campo y la ciudad. No podemos seguir viviendo de espaldas a la realidad y justificándolo todo con golpes en el pecho.

Las estructuras religiosas, sociales, económicas y de ejercicio de poder por medio del Estado, por la inequidad existente y que tiene que ver con la manera en que concebimos a la solidaridad y otros valores y principios, tarde o temprano colapsarán si no reorientamos nuestras relaciones hacia pactos sociales más equitativos inclusivos y perdurables.

El individualismo y el egoísmo no pueden seguir extinguiendo a la especie humana. Estas aberraciones, que inician y se proyectan desde el llamado hogar, siguen engendrando de modo alarmante pero aun reversible, miseria material y moral que, sin ser la única causa en uno de sus extremos, tiene según Naciones Unidas a más de cien millones de personas en “la forma más grave de hambre”.

En esta perspectiva, siguiendo al peruano Fernando Silva Martos, también le ganamos al covid-19 si avanzamos, pero superando viejos problemas como “información mediática inexacta, protagonistas espurios, corrupción, aprovechamiento de malas autoridades, enfrentamientos estériles, abuso de poder, discutibles decisiones, falta de recursos y debilidades estructurales”. Sin que ello signifique transigir, también sugiere “mirar… al futuro y continuar en la brega, aun cuando el desaliento de los inconformistas, de los corruptos, de los irresponsables, de los aprovechadores y de todo aquel mal ciudadano que no respeta las reglas”.

Está en nosotros ser instrumentos del cambio que pregonamos y queremos ver en el mundo.

 


jueves, 9 de abril de 2020

También hay que cuidar los alimentos

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
elPotosi (Potosí Bolivia) 

Es inminente que otra crisis inicie, si no reaccionamos a tiempo, y tiene que ver con los medios de subsistencia o también llamados alimentos, considerando que ya somos más de 7,700 millones de habitantes en la Tierra; de los cuales 1,400 sufren “pobreza extrema” y casi 820 padecen “hambre crónica”, no tienen acceso al agua potable y a servicios básicos como la salud, la educación y otros.

El COVID19, que es una de las casi 40 especies de coronavirus que conviven con los humanos desde hace más de 5,000 años, ha puesto en evidencia nuestras debilidades y tiene contra las cuerdas a lo que conocemos como “civilización”. Nada ha detenido su avance y crecimiento en contagio. Los primeros países en mostrar mayor tasa de mortalidad -hasta hoy- son los de Europa (Italia llegó al 12.3%, España al 9.6% y Reino Unido al 2.9% al 5 de abril) y Estados Unidos (2.9% a la misma fecha); países auto identificados como del “primer mundo” y con sistemas de salud “modélicos”.

En Sudamérica, donde ya hemos superado los 427 millones de habitantes, lo que está ocurriendo en Brasil (681 fallecidos) y Ecuador (191 fallecidos), a inicios de esta semana, es una señal poco alentadora de lo que puede pasar en el resto de países, considerando que la expansión del COVID19 encuentra escenarios políticos tensionados fragmentados y dediles, sistemas sanitarios ineficaces deficientes y colapsados y economías precarias y en incertidumbre.

Estamos en un momento crucial de la historia humana en el que se requiere respuestas integrales a nivel de Estados y globales a nivel de la comunidad internacional. No sólo está en juego la vida, sino también la subsistencia de la especie humana, si nuestras autoridades -en los diversos niveles de gobierno del Estado- no adoptan medidas tendientes a garantizar la “seguridad alimentaria”; término que alude tanto al suministro como a la demanda de alimentos a través de su disponibilidad, el acceso económico suficiente de las personas a ellos y su diverso y nutritivo aprovechamiento biológico de los mismos.

En este contexto, siguiendo lo que recomienda la Organización de las Naciones Unidas para Alimentación y la Agricultura - FAO, a partir de su experiencia de la crisis de 2007-08, cualquier medida que adopten los Estados “debe estar orientada a proteger a los más vulnerables… y mitigar los efectos de la pandemia en el sistema alimentario”. Añade que “los responsables políticos de todo el mundo deben… hacer que esta crisis sanitaria se convierta en una crisis alimentaria totalmente evitable”.

En esa perspectiva, resulta evidente que el sistema alimentario mundial está también en prueba. Lo más probable es que estemos produciendo menos alimentos, como consecuencia de las medidas adoptadas en cada país como las restricciones de movimientos y escases de fertilizantes y medicamentos veterinarios y otros insumos, en el marco de las cuarentenas, que podría afectar a la producción agrícola y ganadera. Cuenta además que el cierre de restaurantes impacta en las compras en tiendas de comestibles y que se ha reducido la demanda de productos frescos y pesqueros, lo que está afectando a productores y proveedores y que la agricultura y la pesca están siendo seriamente afectados por la paralización de la industria del turismo, el cierre de negocios de comida y la suspensión de la alimentación escolar, entre otras actividades.

En este contexto, los segmentos que ya están sufriendo más son los pobres y la población en situación de vulnerabilidad (migrantes, desplazados, los que padecen conflictos, niños y niñas, personas de la tercera edad, pequeños agricultores, ganaderos y pescadores, etc.), los sectores comprendidos en la cadena de producción de alimentos deben ser escuchados. Pasar por alto propuestas que parten de la realidad y lo vivencial, por ejemplo de la Junta Nacional de Usuarios de los Sectores Hidráulicos de Riego del Perú que apuntan a la erradicación del hambre y la construcción de sistemas agroalimentarios inclusivos y sostenibles, es sumar a la materialización de la inminente crisis alimentaria.

Ya es atentatorio para la vida sufrir sistemas de sanidad pública y protección social con capacidad limitada y en muchos casos irreal, como para -también- sumar inseguridad alimentaria en nuestros pueblos. Por eso se debe evitar medidas que afecten a la producción y el comercio agrícolas. Las frutas y hortalizas frescas, el pescado y los productos pesqueros, deben seguir llegando a nuestras mesas.

jueves, 2 de abril de 2020

Si queremos vida, trabajemos por la salud

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia) 

Así como la educación es una de las armas más poderosas que podemos usar para mejorar el mundo, proveer de servicios de salud a los pueblos de la Tierra es la mejor forma de apostar por vida con dignidad.

Trabajar por la salud es mostrar respeto al ser humano, es proporcionar a la población -en general a toda y no apenas a unos cuantos- los medios necesarios para enfrentar enfermedades y ejercer un mayor control sobre estas, es desarrollar acciones de justicia que permitan alcanzar un estado adecuado de bienestar físico mental y social, es fortalecer la unidad del hombre con respecto a la naturaleza y crecer la amplitud y profundidad de su inclusión en el medio circundante. Es mostrar lo mejor de lo humano.

No podemos aspirar a la continuidad de la vida como especie, si no comprendemos su ciclo y respetamos las reglas naturales de nuestro planeta y las que rigen su relación con el Universo. Necesitamos dejar de jugar a ser dioses y poner -con humildad- el conocimiento y la ciencia al servicio de la humanidad. Resulta fundamental repensarnos y renovarnos como humanos y, recreando marcos normativos e institucionales y superando discursos que cada vez resultan más inservibles como la “soberanía de los Estados”, avanzar en la construcción de verdaderos mecanismos nacionales e internacionales de protección de la salud. Los esfuerzos nacionales son reconocidos pero han demostrado ser inútiles en tiempos de crisis, porque sus canales de comunicación y coordinación son débiles y en muchos casos inexistentes. No hemos comprendido que en asuntos de salud, todo se relativiza y las líneas imaginarias llamadas fronteras no existen.

En este proceso, así como en otros donde las reglas y los protocolos las ponen la ciencia y la tecnología, los políticos también deben dar un paso al costado. Sólo deben limitarse a acompañar el anuncio de la adopción de medidas y de ese modo evitar la distorsión e instrumentalización de las mismas a favor de sus intereses partidarios e ideológicos. Reposicionar la política desde este ángulo, como instrumento de ejercicio del poder al servicio de los pueblos, es dar certidumbre al mundo de que estamos aprendiendo y que navegamos hacia formas mejores y superiores de vida.

Conocimiento compartido, sinceridad y responsabilidad, son tres atributos que las acciones humanas deben sumar en su esencia, en adelante, para guardar esperanza de que venceremos a este (el coronavirus) y otros acechos futuros. Nos alcanza a todos y todas y no solo a los que gobiernan nuestros pueblos y países. En esa perspectiva, la construcción de políticas de Estado en salud, que dicho sea de paso obedece a un proceso mayoritariamente técnico y científico, si recae en personas que no tienen estas condiciones, se convierte en cualquier cosa menos en oportunidad de tener sociedades con servicios de salud accesibles eficaces eficientes y con altos niveles de predictibilidad y previsión.

La pandemia del coronavirus, ha puesto a todo en cuestionamiento. Hasta el Derecho interno e internacional está en jaque, porque no previeron la atención de supuestos básicos que -como siempre ocurre en casos de crisis- ahora impactan mayormente en los sectores en mayor situación de vulnerabilidad y pobreza. La economía sigue ofreciendo respuestas inconsistentes en su afán de seguir manteniendo el predominio de grupos de poder y su reacomodo en el “orden mundial”. Cada ciencia tiene sus puntos flacos y, por donde las miremos, exhiben sus debilidades y no ofrecen un rumbo a seguir.

Vivimos tiempos difíciles que debemos convertir en oportunidad. El aislamiento e incertidumbre que hoy nos acongoja y deprime, podemos transformarlos en ocasión para cultivar un diálogo interno -les planteo el reto de descubrir un propósito en su vida, aún estamos a tiempo- y uno externo de masas de alcance mundial que contribuya a establecer prioridades en nuestras sociedades y Estados. Salud, justicia, educación, alimentación y otros, siempre serán prioridad y dice mucho del tipo de país que tenemos.

Si queremos vivir, apostemos por materializar el derecho humano a la salud. Si no lo hacemos en este tiempo, trabajando por lograr sistemas útiles, estamos condenándonos a sufrir una y mil veces otras plagas y de mayores consecuencias en la vida humana."