En este tiempo, es
insostenible hablar de democracia representativa sin la existencia y la
actuación de los denominados partidos políticos. Tampoco es concebible un
partido político sin mecanismos, permanentes y persistentes, entre otros
elementos, de renovación de su dirigencia y participación efectiva de sus
integrantes.
Los partidos políticos
–y aquí radica, en teoría, un plano insustituible de su importancia– son los
principales articuladores y aglutinadores de los intereses sociales. Juegan
relevantes funciones en la relación entre sociedad y Estado que van más allá de
la mera contribución a los procesos electorales, pues afirman las reglas del
juego institucional de pesos y contrapesos de la vida democrática de un país.
Es secundaria la
doctrina u orientación ideológica que adopte cualquier partido político,
mientras cultive valores y principios humanizadores, de protección a la
naturaleza y, entre otros, de respeto a los derechos individuales y colectivos
de las personas.
En esta perspectiva,
debe ser objetivo de todo país que apuesta por vivir en democracia, construir y
consolidar partidos políticos. Formas de organización con, entre otros
elementos, ideología, objetivos, estructura y organización, forma de
participación interna, transparencia, líderes, reglas y requisitos de
participación, relaciones con sus miembros y con el resto de la sociedad,
eficiencia y representación en los distintos niveles –posibles– de ejercicio
del poder estatal.
En muchos países, en
las últimas décadas, estos presupuestos morales y principistas, no están
concurriendo en la formación y desarrollo de organizaciones de participación
política. Por eso éstas, si no han sido captadas por estructuras criminales,
están siendo creadas con fines delictivos. Órdenes que promueven y facilitan la
corrupción y otros crímenes, pero también para asegurar impunidad a sus
integrantes aliados y operadores, usando las normas y procedimientos e
instituciones del Estado.
Vivimos una torcida
realidad que es alentada por la indiferencia de una población que calla, por
desconocimiento conveniencia miedo y otras formas de adormecimiento que debemos
reconocer para superar.
La participación
política en nuestros países no ha evolucionado. Alcanzar madurez social, desde
una perspectiva democrática, con partidos políticos sólidos,
institucionalizados por medio de elecciones primarias en la cabeza y en las
listas, por ejemplo, aún es lejano en esta parte del mundo. Lo que tenemos son
caudillos e improvisados al frente de su club de amigos y financistas internos
e internacionales, que aparecen cada cuatro o cinco años en la arena electoral
junto a aliados que, por lo general, en lugar de sumar con propuestas
constructivas y masa crítica, restan debido a que no tienen visión de país ni
localidad y porque su camaleónico pasado partidario o criminal los precede.
Sólo contadas personas, de estos círculos de intereses, al ser nuevas en escena
escapan a esta regla.
Necesitamos, por estas
y otras consideraciones que están en el debate regional, repensar nuestras
formas de participación política y recrear los partidos políticos. Rescatarlos
y ponerlos al servicio de la democracia, depende de la calidad moral y misión
social de quién decida incursionar en política.
Resulta ilógico, por
ejemplo, que la mayoría de la representación en el Congreso peruano, a meses de
ser elegidos –luego de la disolución constitucional de la anterior composición–
y estar en funciones, pese a que fue bandera electoral de la mayoría de
agrupaciones, se aferren a la inmunidad para generar impunidad. Lo propio, que
sigan en actitud de vendetta y amenaza a los otros poderes del Estado, cuando
de lucha contra la corrupción política o reformas políticas se trata.
En ese sentido,
sepultar la tradicional forma de hacer política, esa que engaña al elector y
burla su confianza, es indispensable. Nuestros países no pueden permitir que
sigan postulando a cargos públicos personas con antecedentes criminales.
Tampoco, entre otras caracterizaciones, que el debate político nacional esté
basado en promesas vacías, populistas, desarraigadas, inviables, irresponsables
y plagadas de odio.
Si no queremos que nos
sigan engañando y postergando como pueblos, por más tiempo, hagamos de la
política nuestra ocupación a tiempo parcial. Sólo en ese rumbo, podremos
cumplir el objetivo nacional de renovar la clase política que nos usa y luego
da la espalda.