jueves, 23 de julio de 2020

Renovar la clase política, un objetivo nacional

Publicado en:
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)

En este tiempo, es insostenible hablar de democracia representativa sin la existencia y la actuación de los denominados partidos políticos. Tampoco es concebible un partido político sin mecanismos, permanentes y persistentes, entre otros elementos, de renovación de su dirigencia y participación efectiva de sus integrantes.

Los partidos políticos –y aquí radica, en teoría, un plano insustituible de su importancia– son los principales articuladores y aglutinadores de los intereses sociales. Juegan relevantes funciones en la relación entre sociedad y Estado que van más allá de la mera contribución a los procesos electorales, pues afirman las reglas del juego institucional de pesos y contrapesos de la vida democrática de un país.

Es secundaria la doctrina u orientación ideológica que adopte cualquier partido político, mientras cultive valores y principios humanizadores, de protección a la naturaleza y, entre otros, de respeto a los derechos individuales y colectivos de las personas.

En esta perspectiva, debe ser objetivo de todo país que apuesta por vivir en democracia, construir y consolidar partidos políticos. Formas de organización con, entre otros elementos, ideología, objetivos, estructura y organización, forma de participación interna, transparencia, líderes, reglas y requisitos de participación, relaciones con sus miembros y con el resto de la sociedad, eficiencia y representación en los distintos niveles –posibles– de ejercicio del poder estatal.

En muchos países, en las últimas décadas, estos presupuestos morales y principistas, no están concurriendo en la formación y desarrollo de organizaciones de participación política. Por eso éstas, si no han sido captadas por estructuras criminales, están siendo creadas con fines delictivos. Órdenes que promueven y facilitan la corrupción y otros crímenes, pero también para asegurar impunidad a sus integrantes aliados y operadores, usando las normas y procedimientos e instituciones del Estado.

Vivimos una torcida realidad que es alentada por la indiferencia de una población que calla, por desconocimiento conveniencia miedo y otras formas de adormecimiento que debemos reconocer para superar.

La participación política en nuestros países no ha evolucionado. Alcanzar madurez social, desde una perspectiva democrática, con partidos políticos sólidos, institucionalizados por medio de elecciones primarias en la cabeza y en las listas, por ejemplo, aún es lejano en esta parte del mundo. Lo que tenemos son caudillos e improvisados al frente de su club de amigos y financistas internos e internacionales, que aparecen cada cuatro o cinco años en la arena electoral junto a aliados que, por lo general, en lugar de sumar con propuestas constructivas y masa crítica, restan debido a que no tienen visión de país ni localidad y porque su camaleónico pasado partidario o criminal los precede. Sólo contadas personas, de estos círculos de intereses, al ser nuevas en escena escapan a esta regla.

Necesitamos, por estas y otras consideraciones que están en el debate regional, repensar nuestras formas de participación política y recrear los partidos políticos. Rescatarlos y ponerlos al servicio de la democracia, depende de la calidad moral y misión social de quién decida incursionar en política.

Resulta ilógico, por ejemplo, que la mayoría de la representación en el Congreso peruano, a meses de ser elegidos –luego de la disolución constitucional de la anterior composición– y estar en funciones, pese a que fue bandera electoral de la mayoría de agrupaciones, se aferren a la inmunidad para generar impunidad. Lo propio, que sigan en actitud de vendetta y amenaza a los otros poderes del Estado, cuando de lucha contra la corrupción política o reformas políticas se trata.

En ese sentido, sepultar la tradicional forma de hacer política, esa que engaña al elector y burla su confianza, es indispensable. Nuestros países no pueden permitir que sigan postulando a cargos públicos personas con antecedentes criminales. Tampoco, entre otras caracterizaciones, que el debate político nacional esté basado en promesas vacías, populistas, desarraigadas, inviables, irresponsables y plagadas de odio.

Si no queremos que nos sigan engañando y postergando como pueblos, por más tiempo, hagamos de la política nuestra ocupación a tiempo parcial. Sólo en ese rumbo, podremos cumplir el objetivo nacional de renovar la clase política que nos usa y luego da la espalda.


jueves, 11 de junio de 2020

Apostemos por un mundo sin discriminación

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)

Quien promueve o practica alguna forma de discriminación, arrastra la más vil de las degeneraciones humanas.

En ese entendido la lucha contra la discriminación, que es un viejo ideal humanitario de todo pueblo civilizado, debe ser también prioridad y meta alcanzable. Estamos en el siglo XXI y nuestras diferencias como edad, capacidades físicas diferentes, género o de sexo, racial o por origen étnico, nacionalidad o religión, no pueden seguir siendo expresión de un prejuicio para la exclusión, el desprecio, la violencia o el asesinato.

Quien discrimina expresa taras adquiridas. Lo hace, por lo general, para satisfacer sus intereses ideológicos, sociales, económicos, políticos y de otra índole; intenta alimentar sus ínfulas de superioridad y egocentrismo. Conoce pero poco le importa que los principios fundamentales de igualdad y no discriminación son consustanciales a la existencia humana y que, entre otros aspectos, aquellos conflictos basados en odios y dominios, de unos sobre otros, solo han servido para tener, hoy, un mundo inequitativo, injusto y en descomposición social.

En esa medida, la comunidad internacional a través de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde 1945 sigue “realizado esfuerzos” para superar este problema, prohibiendo la discriminación racial y consagrándola en los principales instrumentos de derechos humanos. Lo propio ha hecho, desde 1948, la Organización de Estados Americanos (OEA). No obstante, esos auspiciosos marcos jurídicos internacionales, que por un lado tienen que ver con las obligaciones para los Estados de erradicar la discriminación en los ámbitos públicos y privados y por otro la exigencia de adoptar medidas especiales para eliminar las condiciones que causan la discriminación racial o que contribuyen a perpetuarla, persisten el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia en gran parte del mundo.

Lo curioso, en este panorama, es que en aquellos países donde se ha construido un suficiente marco jurídico interno, para luchar con eficacia contra la discriminación, es su propio gobierno el que discrimina. Se aprecia en ellos una gran carga emocional de odio y frustraciones y al que consideran “diferente” o “no alineado” a su facción política lo estigmatizan. Es como veneno que acumulan permanentemente y que necesitan expulsar. Lo encontramos en todos los colores políticos, sobre todo en nuestra América de estos últimos años.

Los discriminadores saben lo que hacen, pese a ello hay que tenerles compasión. Hay que ayudarlos a cultivarse con educación en valores y principios, educación de calidad, porque su problema es cultural y por eso no practican una vida con perspectiva humanizadora.

Es tiempo de comprender que la humanidad es diversa y que las personas somos diferentes. Hablo como “serrano” porque nací y crecí en Agua Blanca (San Miguel, Cajamarca), soy peruano, mis padres fueron agricultores, tengo mediana estatura y también me alimento de cancha y quesillo; eso no me quita que sea un ser humano con sangre sueños y sentimientos, como todos y todas.

Es momento de ajustar nuestras estructuras sociales e institucionales a fin de facilitar la inclusión, movilizando y erradicando prácticas sociales discriminatorias profundamente arraigadas, prejuicios y estereotipos que se utilizan para sostener diferentes formas de desigualdad.

En este marco, el asesinato de George Floyd, hace unos días en manos del policía Derek Chauvin y otros en Estados Unidos, revela los prejuicios y la ignorancia que aún existe en uno de los países que muchos reconocen como icónico y emblemático de respeto al derecho ajeno y cumplimiento de la ley.

Queda claro, en orden a lo expresado, que la discriminación racial y étnica ocurre cada momento del día e impide el progreso de millones de humanos en el planeta. También, que las diversas expresiones del racismo y la intolerancia destruyen vidas al propiciar el odio étnico que, como está registrado en la historia, nos ha legado un siglo de genocidios como los de Armenia, Ucrania, el Holocausto nazi, Ruanda, Camboya entre otros.

Resaltar y defender lo que somos es una forma de disfrutar de nuestra diversidad étnica y cultural y de luchar contra los discriminadores y las discriminadoras. También lo es no hacer eco a los que promueven y practican las formas de discriminación como manera de dominación y sostenimiento del estado de cosas.


viernes, 8 de mayo de 2020

La mejor opción es mejorar

Publicado en:
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
El Clarin (Cajamarca)

Hoy nuestra humanidad tiene otra oportunidad para reparar sus errores, que ojalá no la desperdiciemos. Si sigue siendo egoísta, mentirosa, maltratadora de la naturaleza, discriminadora, agresiva, con ínfulas de superioridad sobre su misma especie, intolerante, desleal, hipócrita, odiosa y rencorosa, sin capacidad de escucha, ambiciosa y avara e indiferente, cada vez sumará más a su autodestrucción.

En ese sentido, hace más de dos siglos, reflexionó Víctor Hugo cuando definió que el futuro tiene muchos nombres. Dijo que para los débiles es lo inalcanzable, para los temerosos lo desconocido y para los valientes es oportunidad.

Siguiendo esta línea de reflexión corresponde con valentía, superando nuestros temores y debilidades y con honestidad aceptando que, torpemente, seguimos viviendo en una sucesión de errores, asumir el compromiso de transformar nuestras crisis, algunas estructurales como la sanitaria que hoy desnuda y nos enrostra el covid-19, en oportunidad.

Como hasta hoy, no podemos ni debemos quedarnos en solo la crítica social y en discurso político, sobre esta crisis sanitaria y lo que pudo o no hacer cierto gobierno para enfrentarla sin tantas pérdidas humanas y económicas. Queda claro que todos y todas debemos ayudar, considerando que poco o nada hicieron en materia de salud –en el pasado por falta de exigencia social– nuestros Estados. Un buen inicio, esto es con compromiso y responsabilidad social, debería permitirnos, por un lado, discernir sobre qué es prioritario para los pueblos y, además, arrancar compromisos de su cumplimiento a los políticos, gobernantes y otros actores sociales relevantes. Es necesario y viable.

No estoy incentivando la generación de respuestas reactivas coyunturales cosméticas e improvisadas. Tenemos problemas estructurales que necesitan respuestas y soluciones integrales. Insinúo darle importancia y atención a lo sustantivo, a lo necesario, a aquello que tiene que ver con la continuidad de la humanidad. Planteo ir más allá de solo controlar al covid-19, potenciando y multiplicando los servicios de salud en infraestructura, recurso humano, accesibilidad, modernidad y tecnología, protocolos y economía para su operatividad.

Primero lo principal. Seguir atendiendo los requerimientos sanitarios y humanitarios producto de la pandemia que acosa a nuestros países, no puede dejar de ser lo central. La recesión que se avecina es inevitable y la debemos enfrentar con un restablecimiento progresivo de las actividades económicas, respaldados por los positivos indicadores económicos de los que nuestros gobernantes han alardeado en estas últimas décadas. Suma a la inequidad e injusticia social y alienta la protesta y violencia social que los beneficios económicos que otorguen los gobiernos en este proceso, en su propósito de reactivar la economía, sean solo para aquellos que más tienen y los paguen, a la larga, los medianos y pequeños empresarios, trabajadores y sectores en situación de vulnerabilidad.

En este horizonte, las opciones se reducen a una: debemos mejorar nuestras relaciones personales (sociedad) y globales (Estados). El miedo a la muerte, hoy todos la tienen y los que no poseen –por sus propios actos– la conciencia en paz viven aterrados, debe ser el gran motor para el cambio de rumbo en nuestra conducta y acciones.

Es necesario, también, replantear nuestra visión de lo que sigue. Usemos elementos científicos e interdisciplinarios. Si el 42% de la población quedó desempleada o sin ingresos y hay hambre en el planeta, su solución no solo debe ser desde la mirada económica. Incluso el “diálogo democrático” y el “discurso pedagógico” deben, para ser útiles, nutrirse de elementos técnicos y seguir anclados en aspectos ideológicos y políticos.

Contener los efectos del aumento de la desigualdad, el desempleo, el hambre, la violencia, nos obliga a tener a la persona como el fin y objetivo fundamental. No le tengamos miedo al cambio, avancemos quemando algunos puentes y construyendo otros.

jueves, 23 de abril de 2020

¿Dónde estás solidaridad?

Publicado en:
Correo del Sur (Sucre Bolivia) 

Los humanos rigen su comportamiento y acciones, basados en principios y valores que adquieren en el curso de su vida. Estos, practicados de forma colectiva o de modo individual, suman a la identidad de cualquier forma de organización social. Son las columnas, más o menos como los ordenamientos jurídicos, que se construyen con el fin de proteger, organizar y regular la convivencia en un orden social deseado.

Uno de ellos, de los varios existentes, es conocido como solidaridad. A lo mejor el más popular pero, sobre todo en los últimos tiempos, descuidado y silenciosamente trillado e instrumentalizado para mantener el statu quo.

Tanto en el marxismo como en el capitalismo y en el budismo como en el cristianismo, ejemplos de algunos planos de concepciones de lo humano, con más o menos repercusión, siempre se habló de la solidaridad como “pilar”, “compromiso”, “reivindicación social”, “principio fundamental de moralidad social”, etc. No obstante, excepto minúsculos casos, sólo hemos visto discurso, tenemos sociedades con doble moral.

En ese sentido hoy, aunque cada vez hay menos, están quiénes entienden y practican a la solidaridad como el valor supremo que marca su relación con el prójimo. Lo curioso en estas personas es que no están adscritos a ideologías ni credos. Promueven conductas orientadas a un mejor desarrollo de la colectividad, poniendo al servicio de ese propósito sus principales recursos. En esa perspectiva, se esfuerzan para no caer en la “palabrería hueca”, que nos tiene rodando por la pendiente de la pérdida de valores.

Si bien es cierto la solidaridad no es obligatoria, es un compromiso moral que debemos tener respecto a quiénes están en situación de riesgo o necesidad. En esa línea reflexionaron, pese al carácter histórico de su momento, Aristóteles (385 - 323 a. C) cuando definió que la esencia de la vida era “servir a otros y hacer el bien” y Alejandro Magno (742 - 814 d. C) cuando expresó que “de la conducta de cada uno depende el destino de todos”. Estas perspectivas hoy, frente al covid-19 que tiene a la humanidad entera (a “ricos” y “pobres”) entre cuerdas y a los sistemas de salud ensayando, mantienen intacta su vigencia.

Necesitamos, porque es un horizonte real que ofrece posibilidades considerando que no hay de dónde escoger soluciones, rescatar y reconciliarnos con la solidaridad; el valor humano más importante y esencial que todos y todas debemos practicar, dándole contenido tangible a través de acciones que signifiquen desprendimiento y que se plasmen en ayuda, por ejemplo a los que padecen en este preciso momento hambre en el campo y la ciudad. No podemos seguir viviendo de espaldas a la realidad y justificándolo todo con golpes en el pecho.

Las estructuras religiosas, sociales, económicas y de ejercicio de poder por medio del Estado, por la inequidad existente y que tiene que ver con la manera en que concebimos a la solidaridad y otros valores y principios, tarde o temprano colapsarán si no reorientamos nuestras relaciones hacia pactos sociales más equitativos inclusivos y perdurables.

El individualismo y el egoísmo no pueden seguir extinguiendo a la especie humana. Estas aberraciones, que inician y se proyectan desde el llamado hogar, siguen engendrando de modo alarmante pero aun reversible, miseria material y moral que, sin ser la única causa en uno de sus extremos, tiene según Naciones Unidas a más de cien millones de personas en “la forma más grave de hambre”.

En esta perspectiva, siguiendo al peruano Fernando Silva Martos, también le ganamos al covid-19 si avanzamos, pero superando viejos problemas como “información mediática inexacta, protagonistas espurios, corrupción, aprovechamiento de malas autoridades, enfrentamientos estériles, abuso de poder, discutibles decisiones, falta de recursos y debilidades estructurales”. Sin que ello signifique transigir, también sugiere “mirar… al futuro y continuar en la brega, aun cuando el desaliento de los inconformistas, de los corruptos, de los irresponsables, de los aprovechadores y de todo aquel mal ciudadano que no respeta las reglas”.

Está en nosotros ser instrumentos del cambio que pregonamos y queremos ver en el mundo.

 


jueves, 9 de abril de 2020

También hay que cuidar los alimentos

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
elPotosi (Potosí Bolivia) 

Es inminente que otra crisis inicie, si no reaccionamos a tiempo, y tiene que ver con los medios de subsistencia o también llamados alimentos, considerando que ya somos más de 7,700 millones de habitantes en la Tierra; de los cuales 1,400 sufren “pobreza extrema” y casi 820 padecen “hambre crónica”, no tienen acceso al agua potable y a servicios básicos como la salud, la educación y otros.

El COVID19, que es una de las casi 40 especies de coronavirus que conviven con los humanos desde hace más de 5,000 años, ha puesto en evidencia nuestras debilidades y tiene contra las cuerdas a lo que conocemos como “civilización”. Nada ha detenido su avance y crecimiento en contagio. Los primeros países en mostrar mayor tasa de mortalidad -hasta hoy- son los de Europa (Italia llegó al 12.3%, España al 9.6% y Reino Unido al 2.9% al 5 de abril) y Estados Unidos (2.9% a la misma fecha); países auto identificados como del “primer mundo” y con sistemas de salud “modélicos”.

En Sudamérica, donde ya hemos superado los 427 millones de habitantes, lo que está ocurriendo en Brasil (681 fallecidos) y Ecuador (191 fallecidos), a inicios de esta semana, es una señal poco alentadora de lo que puede pasar en el resto de países, considerando que la expansión del COVID19 encuentra escenarios políticos tensionados fragmentados y dediles, sistemas sanitarios ineficaces deficientes y colapsados y economías precarias y en incertidumbre.

Estamos en un momento crucial de la historia humana en el que se requiere respuestas integrales a nivel de Estados y globales a nivel de la comunidad internacional. No sólo está en juego la vida, sino también la subsistencia de la especie humana, si nuestras autoridades -en los diversos niveles de gobierno del Estado- no adoptan medidas tendientes a garantizar la “seguridad alimentaria”; término que alude tanto al suministro como a la demanda de alimentos a través de su disponibilidad, el acceso económico suficiente de las personas a ellos y su diverso y nutritivo aprovechamiento biológico de los mismos.

En este contexto, siguiendo lo que recomienda la Organización de las Naciones Unidas para Alimentación y la Agricultura - FAO, a partir de su experiencia de la crisis de 2007-08, cualquier medida que adopten los Estados “debe estar orientada a proteger a los más vulnerables… y mitigar los efectos de la pandemia en el sistema alimentario”. Añade que “los responsables políticos de todo el mundo deben… hacer que esta crisis sanitaria se convierta en una crisis alimentaria totalmente evitable”.

En esa perspectiva, resulta evidente que el sistema alimentario mundial está también en prueba. Lo más probable es que estemos produciendo menos alimentos, como consecuencia de las medidas adoptadas en cada país como las restricciones de movimientos y escases de fertilizantes y medicamentos veterinarios y otros insumos, en el marco de las cuarentenas, que podría afectar a la producción agrícola y ganadera. Cuenta además que el cierre de restaurantes impacta en las compras en tiendas de comestibles y que se ha reducido la demanda de productos frescos y pesqueros, lo que está afectando a productores y proveedores y que la agricultura y la pesca están siendo seriamente afectados por la paralización de la industria del turismo, el cierre de negocios de comida y la suspensión de la alimentación escolar, entre otras actividades.

En este contexto, los segmentos que ya están sufriendo más son los pobres y la población en situación de vulnerabilidad (migrantes, desplazados, los que padecen conflictos, niños y niñas, personas de la tercera edad, pequeños agricultores, ganaderos y pescadores, etc.), los sectores comprendidos en la cadena de producción de alimentos deben ser escuchados. Pasar por alto propuestas que parten de la realidad y lo vivencial, por ejemplo de la Junta Nacional de Usuarios de los Sectores Hidráulicos de Riego del Perú que apuntan a la erradicación del hambre y la construcción de sistemas agroalimentarios inclusivos y sostenibles, es sumar a la materialización de la inminente crisis alimentaria.

Ya es atentatorio para la vida sufrir sistemas de sanidad pública y protección social con capacidad limitada y en muchos casos irreal, como para -también- sumar inseguridad alimentaria en nuestros pueblos. Por eso se debe evitar medidas que afecten a la producción y el comercio agrícolas. Las frutas y hortalizas frescas, el pescado y los productos pesqueros, deben seguir llegando a nuestras mesas.

jueves, 2 de abril de 2020

Si queremos vida, trabajemos por la salud

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia) 

Así como la educación es una de las armas más poderosas que podemos usar para mejorar el mundo, proveer de servicios de salud a los pueblos de la Tierra es la mejor forma de apostar por vida con dignidad.

Trabajar por la salud es mostrar respeto al ser humano, es proporcionar a la población -en general a toda y no apenas a unos cuantos- los medios necesarios para enfrentar enfermedades y ejercer un mayor control sobre estas, es desarrollar acciones de justicia que permitan alcanzar un estado adecuado de bienestar físico mental y social, es fortalecer la unidad del hombre con respecto a la naturaleza y crecer la amplitud y profundidad de su inclusión en el medio circundante. Es mostrar lo mejor de lo humano.

No podemos aspirar a la continuidad de la vida como especie, si no comprendemos su ciclo y respetamos las reglas naturales de nuestro planeta y las que rigen su relación con el Universo. Necesitamos dejar de jugar a ser dioses y poner -con humildad- el conocimiento y la ciencia al servicio de la humanidad. Resulta fundamental repensarnos y renovarnos como humanos y, recreando marcos normativos e institucionales y superando discursos que cada vez resultan más inservibles como la “soberanía de los Estados”, avanzar en la construcción de verdaderos mecanismos nacionales e internacionales de protección de la salud. Los esfuerzos nacionales son reconocidos pero han demostrado ser inútiles en tiempos de crisis, porque sus canales de comunicación y coordinación son débiles y en muchos casos inexistentes. No hemos comprendido que en asuntos de salud, todo se relativiza y las líneas imaginarias llamadas fronteras no existen.

En este proceso, así como en otros donde las reglas y los protocolos las ponen la ciencia y la tecnología, los políticos también deben dar un paso al costado. Sólo deben limitarse a acompañar el anuncio de la adopción de medidas y de ese modo evitar la distorsión e instrumentalización de las mismas a favor de sus intereses partidarios e ideológicos. Reposicionar la política desde este ángulo, como instrumento de ejercicio del poder al servicio de los pueblos, es dar certidumbre al mundo de que estamos aprendiendo y que navegamos hacia formas mejores y superiores de vida.

Conocimiento compartido, sinceridad y responsabilidad, son tres atributos que las acciones humanas deben sumar en su esencia, en adelante, para guardar esperanza de que venceremos a este (el coronavirus) y otros acechos futuros. Nos alcanza a todos y todas y no solo a los que gobiernan nuestros pueblos y países. En esa perspectiva, la construcción de políticas de Estado en salud, que dicho sea de paso obedece a un proceso mayoritariamente técnico y científico, si recae en personas que no tienen estas condiciones, se convierte en cualquier cosa menos en oportunidad de tener sociedades con servicios de salud accesibles eficaces eficientes y con altos niveles de predictibilidad y previsión.

La pandemia del coronavirus, ha puesto a todo en cuestionamiento. Hasta el Derecho interno e internacional está en jaque, porque no previeron la atención de supuestos básicos que -como siempre ocurre en casos de crisis- ahora impactan mayormente en los sectores en mayor situación de vulnerabilidad y pobreza. La economía sigue ofreciendo respuestas inconsistentes en su afán de seguir manteniendo el predominio de grupos de poder y su reacomodo en el “orden mundial”. Cada ciencia tiene sus puntos flacos y, por donde las miremos, exhiben sus debilidades y no ofrecen un rumbo a seguir.

Vivimos tiempos difíciles que debemos convertir en oportunidad. El aislamiento e incertidumbre que hoy nos acongoja y deprime, podemos transformarlos en ocasión para cultivar un diálogo interno -les planteo el reto de descubrir un propósito en su vida, aún estamos a tiempo- y uno externo de masas de alcance mundial que contribuya a establecer prioridades en nuestras sociedades y Estados. Salud, justicia, educación, alimentación y otros, siempre serán prioridad y dice mucho del tipo de país que tenemos.

Si queremos vivir, apostemos por materializar el derecho humano a la salud. Si no lo hacemos en este tiempo, trabajando por lograr sistemas útiles, estamos condenándonos a sufrir una y mil veces otras plagas y de mayores consecuencias en la vida humana."

jueves, 26 de marzo de 2020

Trabajo articulado

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)

Es, entre otros, objetivo consustancial de todo Estado, la búsqueda de la convivencia a partir del respeto y garantía de los derechos humanos; a través de la prestación de servicios eficaces y eficientes como los que hacen a la salud.

En esa perspectiva, nuestras autoridades están instituidas para servir a la población y proteger a todas las personas residentes en sus -respectivos- territorios (dependiendo de sus niveles de gobierno), en su vida, honra, bienes, creencias, y demás derechos como la salud y libertades, y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y de los particulares.

Las instituciones del Estado, que también son nuestras porque como población hacemos Estado y se deben a nosotros, deben tener su ruta trazada y todas hacia una misma dirección; cuando de prestación de servicios se trata. Lo lógico es que, más allá de la caracterización de su mandato legal, se complementen en sus distintos niveles de organización. Lo absurdo es su inacción, que se entorpezcan u obstaculicen; como ocurre en algunos países en nombre de las autonomías, la libertad de expresión e incluso derechos políticos.

Una autoridad siempre sumará si se informa y disemina -oportunamente- con criterios de razonabilidad y pedagogía social datos sistematizados de la realidad y su labor. Si es coherentes y previsor, que es lo óptimo, afirma su función y legitima a la institución que representa.

Resta que cada uno de los niveles de Gobierno en nuestros países, como hasta ahora está ocurriendo, atienda necesidades a su manera y -donde lo hay -con su propio “plan”. Un Estado con autoridades y servidores eficientes eficaces y con mente abierta, si produce cambios en el transcurso de sus funciones o de autoridades, evita que los reemplazantes traigan un nuevo plan, no deja de lado lo que ya está hecho por el saliente; sigue una hoja de ruta temática e institucional, afirma y busca que sus acciones sumen y hagan política de Estado.

En este marco, siguiendo lo que nos ocurre -como humanidad- con el Coronavirus, es agravante inmoral e inaceptable que los políticos y sus operadores -principalmente mediáticos- inmiscuyan sus intereses partidarios con el fin de afectar una gestión que, dadas las excepcionales circunstancias, representa una única lucha; cuyo desenlace aún es incierto.

Por eso, para una autoridad, siempre suma informarse e informar -oportunamente- con criterios de razonabilidad y pedagogía social. Evitar las improvisaciones, porque afectan intereses que hacen a la existencia de sus pueblos como tal, debe ser regla.

En todo orden de intervención de un Estado, si existen objetivos -conocidos- a alcanzar, ayuda a la posibilidad de controlar la marcha de sus gobiernos de turno (alcaldes, gobernadores, presidentes y otras autoridades); en el sentido de apoyar sus aciertos y demandar a tiempo la corrección de sus errores.

Para no seguir lamentándonos, como veo ocurre hoy en mi Cajamarca y otros pueblos del mundo, los distintos niveles de Estado deben trabajar de modo articulado. Abordar la complejidad de los desafíos de este tiempo, desde este enfoque, también es una necesidad fundamental que sólo exige voluntad y desprendimiento de nuestras autoridades y el ejercicio de una ciudadanía responsable.

Si queremos revertir la imagen de que en nuestros países tenemos sistemas políticos fallidos y cerrar el paso a aventuras personales de caudillos y mesiánicos, nuestros Estados deben trabajar de modo articulado en sus distintos niveles de gobierno. Si es afirmado con marcos permanentes y persistentes de participación social, y en una relación de corresponsabilidad y coordinación colaborativa, podemos mejorar realidades.

viernes, 21 de febrero de 2020

No se trata de ser el primero

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)

Los humanos, en su gran mayoría, en nombre de la “competitividad”, la “excelencia” y otras categorías prefabricadas para “diferenciar” y “distinguir”, se esfuerzan por ser los primeros –en todo– y olvidan lo esencial, que es conseguir ser buenas personas. 

Es lo central, si bien es cierto no todo está perdido, en la crisis de valores que nos acosa, enfrenta y extingue, debido a que ser el primero –a cualquier precio– es lo que finalmente está importando e imperando en este tiempo. El “sistema” está diseñado así en sus distintos planos y se afianza con escasos cuestionamientos.

Ser el primero es bueno, pero no significa ser el mejor. Se puede ser el primero, pero hay que cuidar la sustancia, que la persona no pierda el alma y esté dispuesta a mantener los pies en la tierra.

Ser mejor es tener la mente abierta y caminar con paso firme, aprendiendo y enseñando y viceversa, hacía objetivos que ayuden a la construcción de un mundo mejor, con igualdad de oportunidades y justicia. Es no encerrarse en su “mundito” de envidia, vanidad y egoísmo. Es reflejarse, autocríticamente y de modo permanente, en el espejo de la calle o lo rural y tener misión de vida y horizonte social.

Ser mejor es haber desarrollado capacidades para discernir sobre aquello que suma y no resta, decidir con criterio de equidad, y priorizar entre lo efímero, superficial e irrelevante de aquello que verdaderamente le da contenido a las cosas valiosas y la misma vida. 

Es además, entre otros tantos aspectos, responsabilidad, desinterés por las cosas materiales, bondad, servicio, trabajo, solidaridad, optimismo, respeto, perseverancia, pasión, empatía, gratitud y alejamiento de los problemas y las personas ruidosas utilitarias y mezquinas. Es despojarse del autoritarismo, abuso, arbitrariedad, sospechas y dudas que alejan la oportunidad de lograr paz.

No se trata de ser el primero, se trata de ser mejor ser humano. Por eso, es terrible el error en el que se encuentran aquellos padres que exigen a sus hijos ser los primeros. Sin darse cuenta hasta sacrifican sus familias, salud y economía para mantenerlos en un pedestal que, si bien es cierto genera prestigio social y renombre, en el fondo, por el rigor que impone mantenerlos en ese estatus, terminan saturándolos y, a futuro, con anticuerpos frente a los estudios y otros aspectos de fondo de toda agenda de vida responsable y productiva.

¿Qué significa ser el primero?, ¿Estamos en verdad realizando esfuerzos para tener hijos y nietos con espíritu y acción transformadora y alma justiciera?, ¿Al inculcarles criterios de que deben ser los primeros, sin principios y valores universales, no estamos reproduciendo más miseria humana?, ¿No estamos dinamitando el mejor periodo de su vida al imponerles reglas que, más que de su conveniencia, obedecen a deudas propias con la vida o al ego de alimentar el culto a la personalidad y el ruido de las tribunas?

En ese sentido, de lo que se trata es de compatibilizar –en la reflexión y la acción– aquellos criterios que marcan nuestra relación con los hijos. Importa darles desde temprano libertad de –en todo– elegir, ayudarlos para que se generen capacidades que les permita ser útiles a su sociedad, forjar acumulación de imágenes vivenciales que los ayuden a tener y compartir la paz que llevan en el alma, promover su autonomía económica e independización y, lo fundamental, que aprendan a vivir con amor.

Hagamos lo posible para que nuestros hijos, en el curso de su existencia, siempre sumen. Ese es el primer ladrillo para construir una vida feliz.

martes, 11 de febrero de 2020

La última “fiesta democrática” del Perú


Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)

Uno de los atributos y ventajas de vivir en democracia, radica en el derecho de la población de elegir o ser elegidos bajo reglas de igualdad, libertad y respeto del sentido del voto; como formas de valorar la dignidad de las personas.

Este último domingo los peruanos y las peruanas elegimos, a otros connacionales para recomponer la función legislativa y tener un Congreso con una nueva representación hasta el 28 de julio de 2021, y el circuito -siempre perfectible- del juego democrático, volvió a operar y con resultados que todos y todas respetan.

Más allá de las “sorpresas” que el proceso electoral generó, en los que la mayoría está centrando su atención, transcurridos algunos días rescato -para continuar en el debate- algunos aspectos:

Pese a las debilidades institucionales y legales del sistema electoral, a diferencia de otros países, elegimos en libertad, bajo el imperio de nuestras leyes, consciencia y decisión. Como antes, hubo una campaña mediática invasiva y direccionada, que esta vez tuvo menor impacto en el electorado. Esto es bueno y corresponde rescatarlo analizarlo y alentarlo, considerando que tras estas estrategias de marketing mediático están las mafias que viven de la política y para ello la distorsionan y envilecen. No obstante, elegimos mejor.

Los políticos, en sus variopintas formas de organización y presentación, mostraron su rostro de siempre. No proyectaron propuestas y mucho menos sustentaron sus perspectivas del país, respecto a los problemas estructurales que nos afectan. Tuvimos más de lo mismo. Ruido, chismes, ataques mediáticos y escaso periodismo de investigación. Por más remozadas y costosas que estuvieron algunas caretas, compradas en el mercado de la politiquería, ninguna sedujo en la hora de elegir. De ese modo, los tranzas y rastreros de la política fueron castigados -severamente- en las urnas.

El pueblo encontró en este proceso una oportunidad y motivo de unión. Votamos en contra del autoritarismo, la concentración de poder, la corrupción y la impunidad. Hubo mayor información y por eso el voto lo orientamos a sancionar las alianzas mafiosas y los conciliábulos de aquella mayoría tramposa que mantuvo secuestrado al Congreso por años para generar impunidad a los crímenes de sus “líderes” y aliados en sectores clave del Estado.

Nuestro voto zanjó y deslindó con los oscuros intereses de los grupos de poder económico y mediático y los bloqueos y sabotajes, de estos y sus operadores en la política, a la vigencia de la Constitución Política del Estado. Votamos en respaldo y reconocimiento a la labor que cumplen jueces y fiscales del sistema de justicia anticorrupción para funcionarios públicos y otras islas del sistema de justicia, que están visibilizando -a partir de casos concretos- la importancia de una justicia independiente en la construcción de democracia.

En esa perspectiva, para que la fiesta democrática se vaya completando, los peruanos y las peruanas esperamos que las nueve (9) agrupaciones políticas elegidas, que por cierto no llegarán a los 67 votos para aprobar en “el pleno” las acusaciones constitucionales y tampoco a los 87 votos para nombrar a los nuevos integrantes del Tribunal Constitucional, no se aparten de lo esencial y respeten las reglas de juego democrático. En ese sentido, por ejemplo, cambiar la Constitución de 1993, necesita de un contexto social y político más favorable y maduro y sería un grave error intentarlo en este corto tiempo. Las mejoras que el país necesita (reforma política, reforma judicial, derogatoria de la inmunidad parlamentaria y otras) deben ser priorizadas, calendarizadas y, respecto a ellas, desarrollarlas en el marco de un debate nacional. Este diálogo puede ayudar a generar condiciones para ir perfilando el nuevo pacto social, que el país necesita y demanda.

También desgastaría y le restaría seriedad a la nueva representación nacional, si caen en la tentación de distraer el tiempo en el tratamiento de medidas populistas como la “pena de muerte para presidentes corruptos o para homosexuales”. Discutir sobre estos puntos es retrógrado y es señal de desconocimiento del carácter de progresividad que tienen los derechos humanos en el mundo.

Ahora nos queda vigilar a los que elegimos. Lo que ellos hagan -en este tiempo que sigue- y el perfil del Congreso del 2021 al 2025 depende, en gran medida, del tipo de control que ejerzamos hoy.

Te digo por quién votar


Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)

“Dime por quién votar” ha sido una pregunta reiterada, en las últimas semanas, de parte de amistades y familiares; considerando que estamos próximos a elegir a la nueva representación en el Congreso que -temporalmente- tendrá función legislativa hasta el 28 de julio del año 2021.

Respondo así.

Primero.- No podemos elegir más de lo mismo. Ya bastante hemos tenido en los últimos años, siguiendo al laureado Vargas Llosa, con el “circo grotesco de forajidos y semianalfabetos”, que redujeron al primer Poder del Estado, a bastión de defensa de la corrupción y la impunidad de las castas políticas y económicas del país, en contubernio con operadores clave en el sistema de justicia como Chávarry, Hinostroza, Blume y otros.

Esta vez, el 26 de enero, tenemos la oportunidad de elegir mejor. No más congresistas con desempeño y perfil de Mauricio Mulder, Mercedes Araoz, Rosa Bartra, Kenji Fujimori, Héctor Becerril, Patricia Donayre, Juan Sheput, Martha Chávez, Luz Salgado, Cecilia Chacón, Leyla Chihuán, Carlos Bruce, Lourdes Alcorta, Moises Mamani, Yeni Vilcatoma, Javier Velásquez Quesquén, Luciana León, Víctor Andrés García Belaunde, Ursula Letona, Daniel Salaverry, Salvador Heresi y otros tantos.

En ese sentido, ningún peruano con identidad y amor a su país debería votar por Fuerza Popular (los naranjas), los Alanistas que siguen malbaratando el nombre del APRA y Solidaridad Nacional (los amarillitos).

Segundo.- Ayuda no votar en blanco o nulo. Hacerlo, en cualquiera de las dos formas, aumenta las posibilidades de que Fuerza Popular, el APRA y Solidaridad Nacional ganen más congresistas en el siguiente Parlamento. Las normas electorales se prestan para este juego, considerando que estos partidos, han sido los predominantes en las últimas décadas y han diseñado las “reglas de juego” a su antojo y beneficio. No es accidente que la mayoría de los “congresistas disueltos”, de estos grupos, se hayan reubicado con los primeros números en listas testaferras. Nos quieren volver a estafar.

Jóvenes no se desencanten de la política y la democracia. A ambos instrumentos, que sirven para una vida con reglas y convivencia pacífica, los políticos los degeneraron en Latinoamérica. En nuestro Perú, por ejemplo, nunca fueron puestos -verdaderamente- a prueba y ahora ustedes pueden marcar un antes y un después. Tomen nota de lo importante y trascendente que resulta que nuestra democracia, vía el Tribunal Constitucional, haya resuelto que la disolución del Congreso, en setiembre de 2019, fue legítima y constitucional. No todo está perdido y eso tiene nervioso a los corruptos.

Tercero.- Tenemos en manos la oportunidad de construir democracia. No la desaprovechemos, votando influidos por el desencanto. Algunas de las importantes reformas, que como país necesitamos, dependen del tipo de personas que integren el siguiente Congreso.

En ese sentido, resulta impensable que las reformas del sistema político y judicial, la renovación de la composición del Tribunal Constitucional y los ajustes en el modelo de economía de mercado, sean atendidos con visión de país querido, si es que los “congresistas disueltos” son elegidos y regresan al Parlamento. Nuevamente regresaríamos al entrampamiento y la parálisis del país, porque queda claro que Fuerza Popular el APRA y Solidaridad Nacional sólo están en política para lucrar y -en esa perspectiva- su objetivo es la captura y asalto -sin control- del Estado y los bienes públicos de los peruanos y peruanas.

Cuarto.- Vota por candidatos del Partido Morado o Juntos por el Perú. Conozco y apoyo, entre otros, a Pier Paolo Marzo (1 Juntos por el Perú - Huánuco), Juan Karlo Caicho (2 Perú Patria Segura – Lima), Mirta Vásquez (2 Frente Amplio - Cajamarca), Julio Arbizu (5 Juntos por el Perú - Lima).

Elegir y ser elegido son derechos a los que debemos dar contenido y esencia. Controlar a quiénes elegimos también lo es y la mejor forma de ejercer ese control y dar contenido a nuestros derechos políticos es eligiendo a los mejores.

Los hijos que entregamos a la sociedad


Publicado en:
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)

¿Qué tipo de hijos o hijas estoy dispuesto a dar a nuestra sociedad?, debería ser una interrogante para quienes tienen planes de asumir paternidad y maternidad. ¿Qué tipo de hijos o hijas estoy entregando a nuestra sociedad?, debería ser hoy una alerta para quienes ya son padres.

Sobre el tema hay bastantes escritos y tratados, desde científicos hasta dogmáticos, que se esfuerzan por orientar y ayudar a darle al mundo personas que sumen, con valores y principios. No obstante, como individuos, familias y sociedad, algo potente nos contamina y a velocidad.

Los que aún respetan están muriendo por vejez. Cada día son más evidentes nuestras distorsiones y aberraciones. Elegimos como gobernantes a los peores cuadros, vemos a la política o la religión como oportunidad de enriquecernos, callamos ante el acoso y la violencia contra la mujer, somos indiferentes ante el asesinato del planeta, callamos los feminicidios y la violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes, practicamos aún la discriminación y maltratamos a los indígenas, toleramos la corrupción y la impunidad, aplaudimos el abuso de poder, festejamos el egocentrismo, la avaricia, el materialismo, etc. Nos seguimos autodestruyendo como especie y parece generarnos placer.

Seguimos siendo la especie humana, cruel, egoísta y depredadora que no aprende del pasado.

En esa línea de reflexión, considerando lo que tenemos o en lo que nos hemos convertido, creo que podemos fallar en todo, en el curso de nuestra vida, menos en “formar,” “educar” o “cultivar” a los hijos; aquellos que decidimos tener.

La salud de la sociedad en la que vivimos, y sin importar si nacimos en ella, entre otros factores, depende de la calidad de hijos que le entregamos. Los principios y valores, que marcan y orientan nuestras vidas, los adquirimos en el seno del hogar (papá y mamá fundamentalmente juntos o separados) y debemos esforzarnos en sembrarlos y cosecharlos en los que nos suceden, en el ciclo de la vida.

Nada sustituye al papel de los padres, por eso es un gran error asumir que es la sociedad, y en ella el proceso educativo, el que cultiva a nuestros hijos y los prepara para la vida. Los que abandonan –cobardemente– a los que procrearon no saben lo que se pierden. La vida les cobra la factura, tarde o temprano. Una forma, de las varias que hay, de realización de los humanos es la paternidad y la maternidad y solo se entiende cuando se lo vive.

En esa perspectiva, vivir enseñando a los hijos cómo ser “exitosos” o “distinguidos”, y obviar lo esencial (principios y valores), es sumar –a lo que ya estamos viviendo– a la hecatombe humana.

Si no hay esencia y motivaciones altruistas en una vida, por ejemplo hacer cosas a favor del “bien común” o “servir sin nada a cambio”, el éxito y la distinción no sirven, porque envilecen.

Queda en ese horizonte desarrollar capacidad de renuncia y desechar cruces y estereotipos que nos atrofian e impiden tener un razonamiento lógico y amplio de lo que debemos dar a nuestras sociedades. Es abandonar comodidades y hacer y hacer y hacer para evitar que el egoísmo, la angurria y la estupidez ganen la batalla haciendo despiadados a los humanos.

Nadie más que uno sabe qué tipo de apuesta estamos haciendo por la construcción de un país con justicia e igualdad de oportunidades. Tenemos un juicio (juez) interno al que debemos responder, más temprano que tarde.

Está en cada persona cambiar o mejorar el estado de cosas que nos dañan. Está en cada padre y madre tener los hijos que desean y también sumar o restar a una mejor herencia social.

¿Construir democracia es un proceso?

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)

Si. La construcción de democracia es el proceso social más complejo que existe. Sigue siendo un cometido humano inacabado, no por el tiempo transcurrido desde sus orígenes, si no por las distorsiones y zarpazos que ha recibido de sus creadores.

Demanda tareas compartidas y, por lo general por la diversidad de los actores que intervienen, siempre enfrenta a las personas, en orden a un universo de factores, la mayoría hasta ahora, marcados por intereses individuales antes que colectivos; que han reflejado sólo perspectivas de la vida y del mundo de una minoría.

En ese sentido, en adelante, al referirnos a la democracia debemos hacerlo con mente abierta, autocrítica y espíritu creativo y constructivo. Debemos evitar un mayor desgaste de este propósito humano, situación que atenta contra su existencia. Necesitamos repensarla - colectivamente- y replantearla. Es imprescindible que el pueblo participe y hay que crear las formas.

Su carácter de proceso, cuestiona la validez de algunos supuestos que suenan mucho -como categóricos- en este tiempo, en el marco de los cambios políticos en nuestra Latinoamérica y el mundo. Decir “recuperamos la democracia”, “estamos regresando a la dictadura” o que hay peligro de ser tiranizados si es elegido determinado candidato o cierta candidata, es un error. No podemos seguir generando falsas expectativas o ensalzando conceptos que aún sólo son buenas intenciones.

Existe un innecesario e inmerecido manoseo del término democracia, sobre todo por actores clave de la vida política mediática y económica y, en esa medida, su desgaste sigue -peligrosamente- extendiéndose porque no genera soluciones a los problemas de la población. Esta sobre exposición, está acentuando su agonía y alentando a nuestros pueblos a respaldar formas retorcidas de gobierno que jamás sumarán a una cultura de paz e igualdad de oportunidades.

Recordemos que democracia, en el común de las personas, fundamentalmente por patrones “educativos”, es asociada con soluciones, servicios eficaces y eficientes, probidad y decencia de nuestras autoridades, respeto a las reglas de juego y sobre todo derechos y libertades.

En este horizonte, en la mayoría de nuestros países, la democracia está cada vez más vaciada de contenidos y fines y aun no lo comprendemos. La realidad se impone y de formas perversas. Seguimos, al hablar de ella, exhibiendo una falsa moral que se traduce en la persistencia de discursos huecos que -paradójicamente- tienen más eco en aquellos sectores sociales que menos beneficios han recibido –históricamente- y más víctimas han sido de los gobernantes que eligieron.

¿Asumimos entonces como regla, que cada país tiene la democracia y los gobernantes que se merece? ¿Qué ha cambiado -en sustancia en nuestros países- en este tiempo, si las motivaciones y gran parte de las acciones de quienes hoy nos gobiernan son las mismas, son las de siempre? ¿Qué hacer para aportar a la construcción de genuina democracia? ¿Hemos perdido acaso a su creador, al ser humano?

Que algunas ficciones, como los crecimientos económicos en países cuyos gobernantes y ex gobernantes los exaltan como algunos de sus máximos logros y los muestran como expresión -irrefutable- de democracia, no nos alejen del rumbo que necesitamos seguir. Democracia es esencialmente -además- institucionalidad pública suficiente, eficiente, autónoma de los apetitos políticos y sin cuestionamientos, que impide acentuar la marginación y exclusión.

Si nuestros políticos y gobernantes no han comprendido la importancia de una vida en democracia, este es buen tiempo para invitarlos al retiro por medio de las urnas. La democracia como forma de convivencia social, mediante el mecanismo de participación directa que les confiere legitimidad a nuestros representantes, urge renovarla y ponerla al servicio y beneficio de todos y todas.

Es un grave error no atender la reforma judicial


Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)

Ninguno de los países latinoamericanos que enfrenta problemas de gobernabilidad, debido a la crisis política generada por sus gobernantes y políticos y el justo levantamiento de sus pueblos, está atendiendo responsablemente la postergada agenda de la reforma judicial.

En muchos años y hasta décadas, ningún contexto y coyuntura de país han sido más favorables que el actual para la reforma y lo están desperdiciando al dejarlo pasar. No comprenden que la sensibilidad social, por mejorar lo judicial, no surge y se exterioriza siempre.

¿Existirá justificación alguna, a tamaña omisión? ¿Desconocimiento de su vital importancia, a lo mejor? ¿O cálculo político, para sacar ventajas presentes y futuras?, considerando que en casi todos los Estados la crisis estructural de la justicia es el talón de Aquiles de su rumbo democrático.

Más extraño aún resulta, porque de nuestros políticos y Gobiernos (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) podemos esperar muchas cosas, que el mundo académico, las universidades, los gremios de abogados y sectores “especializados” de la denominada sociedad civil (las ONGs), hayan bajado la guardia y no sostengan una demanda clara y firme de “reforma integral al sistema de justicia” o “política de Estado en materia judicial”.

Se conforman con pedir renuncias y a dar una que otra pincelada, descalificando el estado de la justicia, pero no entran, autocríticamente, al tratamiento del fondo del asunto. Sigue primando la sed de desquite que el deseo de abordar, seriamente y con perspectiva de instituciones queridas, los temas pendientes de la agenda nacional. Asumen como sinónimos reforma judicial y algunas medidas mediáticas sobre algún asunto –superficial,y desarticulado– del funcionamiento del engranaje judicial. Hasta las agencias de cooperación internacional no saben cómo apoyar esta agenda pendiente, por eso su perfil bajo.

Seguimos en lo mismo que ayer y el pasado. No hay un propósito de trascender de lo epidérmico y acomodaticio –políticamente– a una acción integral del Estado y población, en pro de las instituciones que hacen al sistema de justicia. Si algo existe, todo se agota en la crítica; irónicamente con más golpe y saña de parte de los políticos desde dentro y fuera del Estado.

Si la lucha de nuestros pueblos es por la recuperación de sus respectivos países para todos y todas y por madurar y consolidar su democracia, en esta coyuntura es fundamental desarrollar y afianzar mayor conciencia social sobre los beneficios de vivir en un estado de Derecho, uno que respete los derechos humanos. Este momento solo será posible con un sistema de justicia independiente, accesible, transparente, intercultural, con enfoque de género de derechos y política pública; pero sobre todo con legitimidad social. Lograrlo solo será posible si pasamos del discurso a los hechos e iniciamos una reforma integral a cada institución que participa en el circuito judicial.

Reponernos de los acechos de la corrupción, la impunidad y otros tipos de crimen organizado y transnacional, que caracterizan hoy a los procesos políticos de poder –y por eso su afán de continuismo– no prosperará si no le damos su lugar e importancia a una genuina reforma judicial.

La reforma judicial no puede seguir siendo patrimonio de los políticos. Esta también debe ser eminentemente de nuestros pueblos que la demandan, siguen y respaldan, y estar en manos de técnicos y con participación efectiva de los jueces y fiscales de todos sus niveles.

Sin un sistema de justicia liberado, maduro y sin cruces ni cadenas, en nuestros países hablar de democracia siempre será una falacia.

Próximas elecciones ¿más de lo mismo?


Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
Coreo del Sur (Sucre Bolivia)

No existen elementos que nos lleven a decir lo contrario y es bueno –constructivamente– insinuarlo, en la lógica de motivar reflexiones más profundas, aportar al debate (que no existe) y apuntalar propuestas y prioridades sobre los problemas y necesidades nacionales; que ayuden a clarificar qué perspectivas de país tienen los políticos y lo que nos conviene como pueblo.

La forma en que, hasta hoy, los principales actores de nuestros procesos electorales se han comportado, nos lleva a afirmar que siguen primando intereses distintos a aquellos que tienen que ver con el fortalecimiento del sistema democrático y el Estado de Derecho.

Políticos, grupos de poder económico, medios de comunicación, encuestadoras, asociaciones de profesionales y otros sectores, no aprenden de sus errores del pasado. Todos continúan sin autocrítica política y persiguen, con sed de desierto, el poder para fines de venganza. Los proyectos siguen siendo solo de poder y no de país querido. Siguen concibiendo que hacer gobierno es sentido de propiedad del Estado, no rendir cuentas y, entre otras formas, fomentar la corrupción instrumentalizando leyes y controlando instituciones del Estado.

Caudillismos, dispersión, fanatismo, corrupción, impunidad, improvisación, mentiras y oportunismos, son apenas algunas de las características de la mayoría de “ofertas políticas” que tenemos a la vista. La inexistencia de partidos políticos, en su perspectiva y esencia democrática, nos pasa la factura nuevamente.

Por eso es necesario, en legítimo ejercicio de ciudadanía, separar la paja del trigo –y de ser necesario confrontando– y exponer socialmente a aquellas propuestas políticas que ahora, con diferente rostro y nombre, pretenden acceder al poder y hacer gobierno a fin de seguir defendiendo intereses de minorías (los mismos de ayer y del pasado) y lucrando en desmedro de necesidades postergadas, por siglos, de la población.

También es menester poner bajo lupa, críticamente y despojándonos de simpatías y arraigos ideológicos, a aquellas opciones políticas que por motivos coyunturales creen tener opción de ser elegidas. Si bien es cierto que es legítima su participación, deben demostrar que sus intereses personales y de los grupos que los respaldan están muy por debajo de aquellos que hacen a un país democrático y con derechos vigentes y no nominales.

Evitemos que nuestra historia política siga plagada de caudillos, falsos revolucionarios, improvisados y corruptos. No nos condenemos a más de lo mismo. Estamos a tiempo de corregir nuestros pasos andados. Demos contenido al derecho de elegir, con un voto informado, y no sigamos siendo instrumento de políticos inescrupulosos y estadística del sistema.

No consideremos a “partidos”, “alianzas” o “movimientos” políticos con antecedentes antidemocráticos y de corrupción. No elijamos a personas que tienen probado conflicto con la ley penal, exhiben una moral esclavista y son antiderechos. No hagamos caso a los medios de comunicación que inducen a un voto desinformado y que, soterradamente, llevan agua al molino de los corruptos e inmorales.

Un país democrático, entre otros tantos elementos, está conformado por instituciones sólidas y confiables, por un marco jurídico que promueve y materializa derechos, por partidos políticos con bases y mecanismos de renovación periódica, pero sobre todo por ciudadanos. Es tiempo de practicar esa condición y no seguir siendo “tontos útiles” de indeseables que, en nombre de la patria, la política y la democracia, nos siguen manteniendo en este círculo vicioso de mentiras, violencia, hambre y muerte.

Caminemos hacia la renovación total de la clase política y pongamos como prioridad un nuevo pacto social, con el pueblo como actor principal. Avanzar a estos objetivos mayores es tarea de todos y todas e implica escoger bien, votar por los y las mejores y controlarlos. Las elecciones que se avecinan son una nueva oportunidad, no la desperdicies.

Si no quieres “más de lo mismo”, no insistas en elegir a los peores. Sé responsable con tu familia y tu país