El miedo, en su relación con la política, siempre será
motivo de polémica. Dependiendo del cuándo, por medio de qué elementos y
quiénes lo usan, será posible aceptarlo o rechazarlo.
Para quienes aspiran a vivir en libertad, el miedo, siempre
será un estorbo. Su naturaleza, al estar destinado a dañar generando pánico y
paranoia, es servir de instrumento para la manipulación y el control social.
El que vive con miedo siempre ve las cosas peor de lo que
son. Bien lo decía Nicolás Maquiavelo en su obra El Príncipe "quien
controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas".
Está ocurriendo de nuevo, luego de 5 años en el marco del
proceso electoral que enfrenta al continuismo corrupto y depredador y la
esperanza. Ocurrió en los procesos electorales de los años 2011 y el 2016, con
muertos -todos gente humilde- de por medio. Lo hizo el terrorismo, dieron
cuenta los parcializados medios de prensa capitalinos y sus repetidoras en las
regiones. También en esto se han vuelto predecibles, quienes viven y se nutren
del miedo para subsistir políticamente, soberbios y sin apertura.
La campaña del “terruqueo”, en ese sentido, refleja el
desprecio por aquel sector del país que apuesta por una genuina reconciliación
y una senda común basada en la armonización de los intereses del mercado y los
derechos humanos de la población. Existe cansancio de tanta espera y no lo
quieren admitir.
Es de tal magnitud, esta vez la campaña, por lo secreta
injusta y nociva para el país que es la organización que la promueve. El miedo
y la zozobra que inducen, está en proporción a los privilegios que tienen en
juego por perder. Saben que la cárcel -por buen tiempo- espera a muchos,
valorando que no todo el sistema de justicia ha cedido a sus componendas.
El pueblo ha tomado conciencia de lo que ocurre y del tamaño
y color de los hilos que mueven, aquellos que invierten cientos de millones
para intimidarnos enfrentándonos, para evitar que se avance en la construcción
de un país más justo. En ese sentido nos conviene afirmar compromisos,
individuales y colectivos, para profundizar y sostener las demandas de
democratización de nuestras instituciones y de accesibilidad al Estado en su
conjunto. Lograrlo es vencer a la corrupción y la impunidad.
Esto implica desprendimientos de todo orden y de distintos
actores relevantes de nuestra sociedad. Necesitamos recapacitar y repensar el
momento en el que estamos, para lograr que algunas heridas cicatricen. Porque
resulta inaceptable que, en el bicentenario patrio, sigamos mostrando -ante
nuestros hijos y el mundo- una sociedad con moral colonial, esclavista y de
siervos.
Si seguimos viviendo bajo el imperio del miedo, estamos
aceptando que el dominio de unos sobre otros es normal y natural. Es darle alas,
porque día a día se fortalecerá, hasta el punto de ser quien viva elija y
decida por nosotros. Aún estamos a tiempo de revertir esta situación.
“A los verdugos se les reconoce siempre, tienen cara de
miedo”, anotó con acierto Jean Paúl Sartre en su obra La náusea. Es ese mismo
miedo el que los está llevando a cometer excesos y crímenes que, como los de la
selva de Ayacucho el pasado 24 de mayo, tarde o temprano tendrá castigo.
Recuerda que el miedo es el más ignorante, injurioso y cruel
de los consejeros. Su uso en política, expresa el verdadero rostro de quien lo
promueve.