Una oportunidad ida, como en el amor, es una oportunidad
perdida. Aplica a todas las acciones humanas.
En esa lógica, la “clase política” peruana, con su
comportamiento en el proceso electoral del bicentenario, está dejando pasar una
irrepetible oportunidad para recomponerse limpiándose de la corrupción,
acercarse al electorado en una relación de confianza y colocando como prioridad
en sus propuestas, entre otros tantos temas, servicios básicos eficientes y de
calidad para los más de 33 millones de peruanos y peruanas y no sus intereses
de grupo.
En lugar de tener una contienda política basada en
propuestas y planes que nos convienen, estamos sitiados por posturas racistas y
de desconocimiento del país; que -una vez más- enfrenta a Lima al resto del
Perú. Esta segunda vuelta electoral nos muestra lo lejano que estamos de la
reconciliación nacional, debido al grave estado de salud ética y moral de la
sociedad.
Seguimos como al inicio de la República, con políticos y
actores clave anclados en el pasado con espíritu acomodaticio, violento,
discriminador y egoísta; que nos tiene dando tumbos en el mismo sitio. Seguimos
eligiendo lo que nos ofrece un sistema electoral que no promueve ni facilita
progresos. Suman los patrones culturales predominantes, colonialistas y anti
derechos, que se inclinan por aceptar como peruano a lo limeño o extranjero y
lo que ellos prefieren. Salvo escasas excepciones, el resto del país los sigue;
es fuerte la alienación cultural.
No escuchan, no desarrollan autocrítica, no se abren a un
diálogo sincero sobre el país que merecemos y su visión se agota en lo
inmediato; sus intereses. Toda posibilidad de reforma, que por ejemplo genere
institucionalidad política o mejoras al “modelo económico”, es atacada hasta su
archivamiento. No les importa los temas de fondo. En esa medida, tienen
paralizado a un país que busca profundizar transformaciones ineludibles de cara
a su futuro.
No les importa que el mundo nos esté mirando, por que no
tienen identidad con lo peruano. Lo que nos ocurre, en lo político, pese a vendernos
como incoherentes e irracionales, les resulta intrascendente. A la
administración de nuestras enormes riquezas, no le ponen reglas favorables y
tampoco sentido social; por eso no han servido para acortar desigualdades y
reducir la pobreza. Los marcos normativos y otras regulaciones, hasta hoy, han
sido restrictivos de derechos, nada incluyentes, y en esa medida seguimos lejos
de contar con un mercado con empleo digno y rostro humano.
El pobre conocimiento y comprensión del país, por parte de
la población, es usado en su contra. Se pide lo que nunca se ha dado, por
ejemplo, “educación de calidad”. El que no habla o razona como limeño y sus
íconos socioculturales (Melcochita, Laura Bozo, etc), es un “provinciano”, un
no blanco, ignorante, pobre, retrasado e incapaz de asumir funciones de Estado,
culturales o sociales de importancia. Los medios de comunicación capitalinos
traicionando su fin, hacen comparsa de esto y subordinan su línea editorial a
formas antidemocráticas y viles de hacer política.
Hilarante es ver como el conservadurismo de unos cuantos,
que ha arrastrado a miles que no tienen nada que conservar haciéndolos creer
que son ricos, usa a pobres en su defensa. Se resisten a todo cambio que los
saque de su confort y aprovechamiento de su relación con el Estado. El Perú es
de ellos y de nadie más.
La manipulación y embuste es de tal tamaño, y la “clase
política” lo acepta, que muestran a la segunda vuelta como protagonizada por
una demócrata y un provinciano “comunista” y “terrorista”. Mienten sin tapujos,
al pedir “Vota por el Perú”, y lo terrible es que hay más vehemencia en el
llamado en los ilustrados y eruditos. Vivimos tiempos en los que defender la
democracia es lo mismo que defender la corrupción y el crimen.
En ese sentido, mirando al Perú más allá de este momento que ojalá no nos complique más la vida a “los de a pie”, corresponde aportar para que la corrupción y el autoritarismo no avancen; algo que, en el año del bicentenario, nuestros
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