Una forma de vencer a la muerte, es no temiéndole.
Casi todas las personas creen que no se debe hablar de la
muerte. Lo consideran desagradable y propio de locos ponerlo en debate. Es un
tema tabú, pese a su intermitencia en la filosofía, la ciencia, la religión,
incluso el arte.
Hay quienes por pensar en la muerte no viven libremente, les
aterra que ésta llegue en cualquier momento. Son prisioneros del miedo. No
obstante, llevan una vida plagada de bajas pasiones y sin objetivos, ni misión
social.
En otra vereda, porque hay muchas sendas que se optan, están
los que creen que vivirán eternamente. No solo se aferran a lo material y son
capaces de pelearse con un hermano o una hermana o el mundo por centavos, si no
que maltratan y ofenden a sus congéneres en cada paso que dan. Son egoístas,
ambiciosos, angurrientos y avaros. Pareciera, por la ceguera en la que viven,
que ignoran que en cualquier momento expirarán.
Lo cierto es que la muerte es una ley natural inevitable
que, tarde o temprano, nos llegará a todos y a todas. ¿Falso?, no. En vida los
humanos son diferentes y se afanan por diferenciarse para sacar ventajas, ante
la muerte todos y todas somos iguales.
En esa comprensión, al margen de cualquier valoración
filosófica religiosa o posición ideológica que siempre existirá, lo que importa
es cómo vivimos. De una persona ya fallecida sólo recordamos la forma en que
vivió y lo que aportó para la construcción del mundo; uno mejor del que
recibió.
No se trata de no pensar en la muerte, es entenderla como un
proceso natural para el cual debemos estar preparados. Esto puede implicar
miles de cosas, pero hay que hacerlo simple. La idea de que vamos a morir no
debe ser un generador permanente de zozobra e inquietud. Debemos asumirlo como
algo normal.
Estar preparados para la muerte es vivir una vida plena, de
manera que cuando nos llegue la hora podamos ser despedidos sin
arrepentimientos. Todos y todas merecemos una dulce muerte, por eso debemos
tener una vida bien empleada.
Una vida plena puede ser entendida desde diversas
dimensiones. Prefiero, siguiendo a María Luisa de Miguel Corrales, “aquella que
se relaciona más con sentir que estas en el momento presente exactamente donde
quieres estar, haciendo lo que quieres hacer, o lo que sientes que es
importante hacer para lograr aquello que para ti tiene sentido y significado.
Sentir que estas en el camino que has elegido con total consciencia, libertad y
responsabilidad y, además, que estas caminando como tu quieres caminar, no como
otros lo han decidido por ti o para ti, como otros te recomiendan o aconsejan,
como otros aprueban, o como otros opinan. Y en ese camino, están las personas
que has elegido que te acompañen, las personas con las que quieres caminar”.
En este tiempo de pandemia, como en otras que la historia
humana registra, nos toca despedir a nuestros seres amados y amistades. Es
inevitable que haya tristeza y dolor, pero estos serán menos con el paso del
tiempo. No podemos rendirnos, debemos actuar con valentía, sin miedo y sin
prisa por morir; porque aún hay mucho por hacer.
Una de esas cosas por hacer primero, es comprender qué es la
vida y hacerla útil, poniéndola al servicio de los demás. Nelson Mandela, al
respecto expresó, “cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber
para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese
esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad.”
A la muerte hay que darle su lugar. Sólo es importante en la
medida que nos motiva a darle valor a la vida, a lo que dejamos a los que nos
suceden en su ciclo.