jueves, 16 de enero de 2020

Conocer y defender nuestras instituciones es la clave

                                                                                                                                        Publicado en:

El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
La Razón (La Paz Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)


En aquellos países donde existen instituciones fuertes, la población disfruta más los beneficios de una vida en democracia.

Las instituciones no nacen fuertes, son construidas y encuentran sus bases en el nivel de legitimidad social que alcanzan en el tiempo con servicios eficaces y eficientes. Se caracterizan por ser conocidas por los usuarios, meritocráticas, accesibles, autónomas, independientes, transparentes -esto es- con flujos permanentes y persistentes de información de los servicios que prestan y sus resultados. En esa medida, controlan las acciones de los gobernantes -en sus distintos niveles- y las sujetan al marco jurídico vigente; principalmente la Constitución Política del Estado, normas internacionales sobre derechos humanos y demás leyes de desarrollo constitucional.

Ocurrió en Colombia el 2010, cuando la Corte Constitucional declaró inconstitucional, por vicios de forma y de fondo, el referendo que buscaba la segunda reelección del presidente Álvaro Uribe. Está sucediendo en los últimos años en Estados Unidos por decisión de jueces federales que siguen paralizando medidas populistas del presidente Trump en materia migratoria. Ocurrirá en los siguientes días, cuando el Tribunal Constitucional de Perú rechace a trámite los recursos presentados para que el Congreso disuelto -constitucionalmente-retorne.

En ese sentido, es importante tener en cuenta que sólo una institucionalidad sólida puede ofrecer -efectivos- frenos y contrapesos al ejercicio del poder, sobre todo de las funciones o también llamados órganos o poderes políticos (Ejecutivo o Gobierno y Legislativo); evitando que sus autoridades se perpetúen en el poder y, para sostenerse en el mismo, violen derechos. De este supuesto sobran ejemplos en países de Latinoamérica y el mundo, los que nos plantean el reto de repensar y replantear instrumentos sociales como la política, el derecho y la democracia.

Lo óptimo, en una democracia, es que la toma de decisiones públicas se genere en una relación de colaboración entre poderes y entre éstos y la sociedad. Imposible no.

En los ejemplos descritos, el primer caso muestra el deseo de un presidente de reelegirse y, a lo mejor, perpetuarse en el poder, basado en un supuesto apoyo ciudadano. El segundo expone el autoritarismo y perspectiva de un gobernante populista y anti-derechos de sectores en situación de vulnerabilidad. El tercero, la defensa -sin argumentos- de la corrupción (política y económica) y la impunidad, desde un poder de Estado (el Congreso), que fue penetrado por organizaciones criminales.

Si desarrollamos instituciones fuertes, éstas pueden orientar y sentar bases éticas y morales a la vida política de cualquier país. El ejemplo más elocuente y próximo lo constituyen los debidos procesos judiciales que el sistema de justicia anticorrupción para funcionarios públicos peruano, le sigue a su “clase política” por acusaciones de corrupción. Juicios públicos (transmitidos en vivo por tv del Poder Judicial), con jueces y fiscales autónomos e independientes, que le están enseñando a la población el valor de sus respectivas funciones y decisiones para el sistema democrático y la importancia de una vida -como país- sin corrupción e impunidad. Un sistema de justicia que se imparte en nombre del pueblo, pero orientado a beneficiar a ese pueblo y no al sector dominante o de Gobierno; considerando que luchar contra el cáncer de la corrupción, desde cualquier institución del Estado, le conviene a todos y todas.

En esta perspectiva, en nuestros países, trabajar en la construcción de instituciones sólidas, es evitar autoritarismos y caudillismos. Es evitar flagelos como el de la corrupción y la impunidad. Es desarrollar ciudadanía efectiva y evitar masas de siervos e instrumentos del poder político. Es educar a los pueblos e insertarlos en la vida política y la toma de decisiones de Estado. Es evitar el abuso de los políticos que concentran el poder para delinquir. Es hacer de las personas seres libres, preparados para avanzar en su vida privada y pública. Es construir países inclusivos y con oportunidades para todos y todas.

Muchos de los males que aquejan, de sur a norte y de norte a sur, a nuestros pueblos -justo- en estos momentos, no los tendríamos si entendiésemos la importancia de nuestras instituciones para una vida en democracia. Por eso los invito a invertir, parte de su tiempo, en su conocimiento y uso; porque sólo ello nos hará libres del abuso y la arbitrariedad.

Nada puede ser más importante en la vida del ser humano, de este tiempo, que mejorar el mundo que heredó, ayudando a superar sus males.

Somos los del pueblo los que estamos fallando

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)



Es común en nuestras sociedades endosar culpa sobre aquello que nos afecta a los demás. No hacemos autocrítica y tampoco enseñamos, a los que nos suceden, la importancia de realizar balance periódico de nuestros aciertos y hierros como individuos y colectivamente. Existimos creyendo que los problemas que nos acosan atañen al resto y que aportar soluciones no es de nuestra incumbencia, que es asunto de los demás.

Somos nosotros -el pueblo- los que cedemos y hacemos fértil el terreno para el embuste, la improvisación, la mentira, la arbitrariedad, el abuso, la corrupción y la impunidad.

Elegimos a nuestros gobernantes y nos olvidamos de controlarlos, pidiéndoles rindan cuentas de sus actos de gobierno; pese a que sabemos que ellos -de mutuo propio- no lo harán. Esto sucede en todos los niveles de gobierno (nacional, regional, local) y se repite y se repite hasta formar un círculo vicioso que se proyecta y crece en el tiempo, al extremo de ser aceptado socialmente como normal.

Todo es importante para la gente, menos vigilar y controlar a nuestros gobernantes. El futbol, los carnavales, las fiestas religiosas de la ciudad y del pueblo, los escándalos televisivos, tomarse unas chelas, reunirse para jactarse de los logros de los hijos y hasta comentar y distorsionar la vida de los vecinos o de aquellos a los que llamamos amigos, son más significativos y valiosos que tener una mayor participación en la vida política de nuestros países. Lo asumimos como estándar, porque así nos han “educado”, porque aun arrastramos broncas cadenas, sembrados en la consciencia social, que tienen como nombre desinformación, desinterés, indiferencia, miedo, etc.

Por eso es que, para la mayoría de nuestros políticos, gobernar se reduce a dictar leyes, sin importar que éstas no tengan como beneficiarios a todos y todas o que las dirigidas al pueblo no se cumplan y que sólo sean cascarón y ruido mediático. Basta observar y preguntarnos ¿cuántos y cuáles de nuestros servicios básicos son brindados con calidad y calidez?, como función de Estado; esto es servidos por las instituciones del Estado cumpliendo los preceptos constitucionales, de otras leyes y estándares promedio. ¿A lo mejor salud, educación, justicia, agua y saneamiento, vías y medios de comunicación, seguridad, etc?, usted tiene la respuesta.

Estamos, en esta línea de reflexión, transitando por una vida marcada por la entrega, casi siempre y sin condiciones al momento de elegir gobernantes, de tareas y responsabilidades que, en una sociedad democrática, es de todos y no sólo del elegido. Por eso elegimos a personas que no conocemos que, una vez en el poder, se convierten en nuestros verdugos. Ocurrió nuevamente, por ejemplo, en mi Perú con los integrantes del disuelto Congreso y varios ex presidentes. No aprendemos de nuestros errores y seguimos en más de lo mismo.

Este nivel de enajenación, que expresa un distorsionado y perverso modo de vida y de relacionamiento social con el Estado y los problemas nacionales, es tan profundo que nos bloquea y callamos, no reaccionamos ante los atropellos de los gobernantes, porque -pese a la flagrancia de sus ilícitos- seguimos creyendo que el control del ejercicio del poder (gobierno) no es nuestra responsabilidad, no es asunto de los individuos. Es más, por falta de cultura política y jurídica, desconocemos que al ser pueblo somos Estado y que necesitamos recuperar el poder que por décadas hemos regalado a políticos inescrupulosos a cambio de migajas.

No conocemos a nuestras instituciones y en esa misma dimensión no las valoramos, lo que explica que -históricamente- hayamos permitido que las élites dominantes las controlen para sus fines; por eso, en varios de nuestros países, instituciones clave del Estado están vinculadas a organizaciones criminales con operadores estratégicos en ellas. Personas que actúan bajo un mando, con protección política y blindajes para su impunidad. Siguiendo con los ejemplos, para no herir susceptibilidades, en mi Perú tenemos infiltrados a Pedro Chávarry, Césas Hinostroza y otros y otras en las instituciones del sistema de Justicia.

Necesitamos construir nuevas reglas, porque nuestro marco social está retorcido, y avanzar todos y todas en nuestra evolución histórica en justas y equitativas condiciones. Necesitamos proteger y desarrollar nuestros derechos, como los civiles y políticos, pero no a costa del perjuicio de las mayorías y éste es un buen tiempo para avanzar eligiendo bien; considerando que en algunos de nuestros países tenemos en agenda elecciones.

Mentirle a un pueblo es una forma de traicionarlo

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
CAUSAJUSTA (Lima Perú)


No es cierto que los peruanos tengamos un dictador como gobernante. Tampoco que le hayamos “ganado la guerra” a la corrupción. También que Keiko sea inocente de las acusaciones fiscales por corrupción. Menos que los fujimontesinistas y sus aliados marchen defendiendo valores y principios que hacen a una coexistencia social en democracia, la vida, la diversidad, la naturaleza u otros derechos.

En esa perspectiva, resulta vergonzoso que algunos abogados autodenominados “constitucionalistas” y otros con “prestigio internacional”, como Domingo García Belaunde, hayan preferido servir a los intereses de las organizaciones delictivas que controlan gran parte del Estado, nuestra vida política y económica; justo en un momento en el que toca dar un espaldarazo al proceso moralizador del país y el fortalecimiento de nuestra precaria democracia.

Abandonando todo tipo de escrúpulos y exigencias éticas que impone ser parte de “la academia”, los abogados de la mafia, no han dejado de confundir, sembrando sospechas y dudas, y siguen mintiendo a los peruanos sobre la legalidad de la disolución del Congreso. Aprovechando y abusando de los espacios que el sector de la alineada prensa limeña les ofrece, califican de “dictadura” el gobierno constitucional del presidente Vizcarra, porque les conviene afirmar y mantener -en el tiempo- una crisis que sus patrocinadores y mecenas han iniciado y -hasta- llevado a ámbitos internacionales, como la OEA y la Comisión de Venecia, desacreditando a un pueblo por decidir lo que quiere y conviene.

Saben que en unos meses, por decenas, les tocará responder ante tribunales independientes por sus crímenes y necesitan mostrar caos y desgobierno, para luego alegar falta de independencia de jueces y fiscales que, siguiendo sus formas de copamiento para delinquir con impunidad, estarían controlados por el Gobierno. Les aterra ser juzgados por el sistema de justicia anticorrupción para funcionarios públicos y eso los tiene convulsionando.

No obstante, es importante reconocer que aún no le hemos “ganado la guerra” a la corrupción. Apenas hemos vencido una batalla, la disolución de un Congreso, compuesto por -siguiendo a don Mario Vargas Llosa- “forajidos”.

Sentar bases para una vida y un país libre de corrupción, es un proceso sociocultural de mediano y largo plazo, que sólo se logrará con educación de calidad. En ese sentido, debemos abandonar sentimientos triunfalistas y promover -respaldando desde todo tiempo y lugar- acciones que nos ayuden a comprender e interiorizar en nuestras vidas que, mientras más corrupción haya en nuestros municipios gobiernos regionales y gobierno central, serán menos los derechos que tendremos como pueblo.

Debemos comprender que mientras haya corrupción tendremos las mismas o menos escuelas, colegios, hospitales, unidades judiciales y fiscales, comisarías, caminos asfaltados, casas con electricidad, telefonía y, entre otros tantos beneficios que puede generar una gestión y gobierno honesto, programas sociales productivos y sostenibles destinados a los excluidos y pobres.

Por estas valoraciones, que se ajustan a la realidad peruana, es importante que Keiko Fujimori, al igual que sus legisladores del disuelto Congreso, tengan debido proceso y, en orden a las acusaciones fiscales por corrupción y otros crímenes seguidos en estrado judicial, tengan las máximas sanciones legales.

En esa ruta estamos y, considerando que las organizaciones delictivas políticas y económicas (una de ellas -a decir de la fiscalía- liderada por Keiko) no se quieren ir, ayuda a este proceso de reconstrucción moral del país, tampoco dejar de apoyar a nuestros jueces y fiscales anticorrupción (Vela, Pérez, Concepción). El Presidente y ellos, son un soporte humano importante para las tareas que, como país en este reto, tenemos a futuro.

Celebro en esa línea, pese a ser minúscula la participación, que los fujimontesinistas y sus aliados (Jaime de Althaus entre ellos) hayan “marchado” por las calles de Lima. Han ejercido un derecho que por décadas nos negaron y cuestionaron. Han demostrado que, pese a forzar la participación de sus ex trabajadores y sus familias del disuelto Congreso, no les queda ninguna musculatura política. No han podido dar sustento a los argumentos de sus constitucionalistas, que siguen argumentando la existencia de un gran descontento social -son millones dicen- y riesgo de gobernabilidad del país. También ha quedado claro que, estos señores, jamás enarbolarán valores y principios que hacen a una coexistencia social en democracia, la vida, la diversidad, la naturaleza y cualquier derecho humano.


El proceso de lucha contra la corrupción apenas inicia en nuestro Perú. Consolidarlo, para avanzar, necesita de estrategias. Una de ellas es prepararse, para no caer en el dañino juego de la mafia, que usa la mentira y el miedo como sus principales armas.

miércoles, 15 de enero de 2020

Es tiempo de corregir errores

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)

El pasado lunes 30 de setiembre es una fecha a la que cada peruano y peruana, que soñamos con un país más justo y equitativo, debemos dar contenido y valor histórico, por lo ocurrido en el curso de sus horas; la disolución temporal por el Presidente Martín Vizcarra del Congreso que sólo representaba a los intereses corruptos de sus integrantes y mecenas.

En esa perspectiva, se trata de una fecha que deberíamos recordar como una oportunidad, una de las tantas que hemos tenido en este tiempo de “país independiente”, para -entre otras diversas cosas- despojarnos de la corrupción política y económica; el principal lastre que nos ancla y posterga en nuestras aspiraciones de lograr una sociedad de ciudadanos y no de meras estadísticas y de construir un Estado fuerte y respetado con menos Gobierno y más instituciones.

El cierre temporal -constitucional y legalmente válido- del Legislativo, que en este periodo congresal gracias al voto de la mayoría de la población recayó en el mismo lumpen político y económico del país, abre ese abanico de posibilidades, que debemos aprovechar, para corregir cada error cometido.

Seguir divagando sobre cuántos presidentes tiene en este momento Perú y si el cierre del Congreso es legal, es estar desinformado y caer en el juego de la histórica mafia política y económica peruana, que se alimenta de cuantas crisis pueda crear.

No podemos salir del fuego para caer en las brasas. La elección de los Congresistas que culminarán el actual periodo congresal (28 de julio de 2021), el 26 de enero de 2020, es una de nuestras pruebas para demostrarnos -a nosotros mismos- que estamos construyendo cultura política y que empezamos a discernir al momento de elegir a nuestros siguientes gobernantes.
En ese sentido, es de importancia capital tener siempre presente que el actual entrampamiento político, del cual iremos saliendo progresivamente, fue generado por nuestra inestable y mezquina clase política, una que se ha vuelto -por causa de la corrupción que todo lo distorsiona y pervierte- presumida perezosa y avasalladora. Recordar con autocrítica este extremo, es parte fundamental del ejercicio de reconocer en qué fallamos y prepararnos para no incurrir en lo mismo.

Sólo preparándonos, que es lo mismo que desarrollar cultura política como pueblo, podremos evitar que a futuro volvamos a tener a personajes impresentables, sin escrúpulos y con un apetito voraz por el dinero mal habido, haciendo gobierno.

Prepararse implica leer más, aprender a escoger fuentes de información, aprender a analizares y desarrollar opinión propia y, entre otras acciones, jamás ser caja de resonancia o repetidora de la voz de otros. Es ganar conocimiento y construir argumentos para cuestionar o apoyar a cualquier autoridad que se aparta de su marco de legalidad y legitimidad de acción. Es ir ganando la condición de ciudadano, que aporta a los procesos de su país, es perfilarse como líder.

Este debe ser nuestro derrotero. Forjar un país con líderes que hagan gobierno y que, por su perspectiva de vida en valores y ética, alejen de nuestros espacios institucionales a aquellas formas corruptas manipuladoras y autoritarias de hacer política.

El desastre, el fracaso y la traición, no deben ser más estigmas de aquellos que elegimos para gobernarnos. Por eso debemos elegir a los más aptos, transparentes y con sensibilidad con la humanidad y la naturaleza, no a los que más ofrecen u compran con circo y farra tu voto. Necesitamos creer en nosotros reconstruyendo autoestima y defendiendo nuestra dignidad y pensando que, más temprano que tarde, un día dejaremos de ser ese tantas veces golpeado y sufrido pueblo y que debe ser meta constituirnos -verdaderamente- en el soberano.

Corregir errores, en este horizonte siempre, importa no votar por cualquier nulo, iletrado o prontuariado criminal. Ya bastante tuvimos, en estos últimos años, con los disueltos ex congresistas; un grupo de improvisados que sólo saben delinquir y que viven al margen de los grandes problemas nacionales.

El no seguir en lo mismo y ayudar a sanar a nuestra podrida democracia, depende más de nosotros mismos que de aquellos que elegimos.