jueves, 16 de enero de 2020

Mentirle a un pueblo es una forma de traicionarlo

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
CAUSAJUSTA (Lima Perú)


No es cierto que los peruanos tengamos un dictador como gobernante. Tampoco que le hayamos “ganado la guerra” a la corrupción. También que Keiko sea inocente de las acusaciones fiscales por corrupción. Menos que los fujimontesinistas y sus aliados marchen defendiendo valores y principios que hacen a una coexistencia social en democracia, la vida, la diversidad, la naturaleza u otros derechos.

En esa perspectiva, resulta vergonzoso que algunos abogados autodenominados “constitucionalistas” y otros con “prestigio internacional”, como Domingo García Belaunde, hayan preferido servir a los intereses de las organizaciones delictivas que controlan gran parte del Estado, nuestra vida política y económica; justo en un momento en el que toca dar un espaldarazo al proceso moralizador del país y el fortalecimiento de nuestra precaria democracia.

Abandonando todo tipo de escrúpulos y exigencias éticas que impone ser parte de “la academia”, los abogados de la mafia, no han dejado de confundir, sembrando sospechas y dudas, y siguen mintiendo a los peruanos sobre la legalidad de la disolución del Congreso. Aprovechando y abusando de los espacios que el sector de la alineada prensa limeña les ofrece, califican de “dictadura” el gobierno constitucional del presidente Vizcarra, porque les conviene afirmar y mantener -en el tiempo- una crisis que sus patrocinadores y mecenas han iniciado y -hasta- llevado a ámbitos internacionales, como la OEA y la Comisión de Venecia, desacreditando a un pueblo por decidir lo que quiere y conviene.

Saben que en unos meses, por decenas, les tocará responder ante tribunales independientes por sus crímenes y necesitan mostrar caos y desgobierno, para luego alegar falta de independencia de jueces y fiscales que, siguiendo sus formas de copamiento para delinquir con impunidad, estarían controlados por el Gobierno. Les aterra ser juzgados por el sistema de justicia anticorrupción para funcionarios públicos y eso los tiene convulsionando.

No obstante, es importante reconocer que aún no le hemos “ganado la guerra” a la corrupción. Apenas hemos vencido una batalla, la disolución de un Congreso, compuesto por -siguiendo a don Mario Vargas Llosa- “forajidos”.

Sentar bases para una vida y un país libre de corrupción, es un proceso sociocultural de mediano y largo plazo, que sólo se logrará con educación de calidad. En ese sentido, debemos abandonar sentimientos triunfalistas y promover -respaldando desde todo tiempo y lugar- acciones que nos ayuden a comprender e interiorizar en nuestras vidas que, mientras más corrupción haya en nuestros municipios gobiernos regionales y gobierno central, serán menos los derechos que tendremos como pueblo.

Debemos comprender que mientras haya corrupción tendremos las mismas o menos escuelas, colegios, hospitales, unidades judiciales y fiscales, comisarías, caminos asfaltados, casas con electricidad, telefonía y, entre otros tantos beneficios que puede generar una gestión y gobierno honesto, programas sociales productivos y sostenibles destinados a los excluidos y pobres.

Por estas valoraciones, que se ajustan a la realidad peruana, es importante que Keiko Fujimori, al igual que sus legisladores del disuelto Congreso, tengan debido proceso y, en orden a las acusaciones fiscales por corrupción y otros crímenes seguidos en estrado judicial, tengan las máximas sanciones legales.

En esa ruta estamos y, considerando que las organizaciones delictivas políticas y económicas (una de ellas -a decir de la fiscalía- liderada por Keiko) no se quieren ir, ayuda a este proceso de reconstrucción moral del país, tampoco dejar de apoyar a nuestros jueces y fiscales anticorrupción (Vela, Pérez, Concepción). El Presidente y ellos, son un soporte humano importante para las tareas que, como país en este reto, tenemos a futuro.

Celebro en esa línea, pese a ser minúscula la participación, que los fujimontesinistas y sus aliados (Jaime de Althaus entre ellos) hayan “marchado” por las calles de Lima. Han ejercido un derecho que por décadas nos negaron y cuestionaron. Han demostrado que, pese a forzar la participación de sus ex trabajadores y sus familias del disuelto Congreso, no les queda ninguna musculatura política. No han podido dar sustento a los argumentos de sus constitucionalistas, que siguen argumentando la existencia de un gran descontento social -son millones dicen- y riesgo de gobernabilidad del país. También ha quedado claro que, estos señores, jamás enarbolarán valores y principios que hacen a una coexistencia social en democracia, la vida, la diversidad, la naturaleza y cualquier derecho humano.


El proceso de lucha contra la corrupción apenas inicia en nuestro Perú. Consolidarlo, para avanzar, necesita de estrategias. Una de ellas es prepararse, para no caer en el dañino juego de la mafia, que usa la mentira y el miedo como sus principales armas.

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