jueves, 18 de octubre de 2018

¡Mientras haya corrupción no tendremos progreso en nuestros pueblos!

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)

“Mientras exista corrupción y nuestras instituciones estén tomadas por mercaderes haciendo política, no tendremos progreso, no podremos hacer nada a favor del desarrollo de nuestros pueblos”, fue una máxima que usó un candidato muy querido y respetado, hace unos días, en su campaña municipal en mi Agua Blanca (San Miguel – Cajamarca - Perú); y pese a la claridad de su propuesta y perspectivas futuras para mejorar la educación, salud, transporte, comunicaciones y otros servicios elementales, perdió la elección abrumadoramente y con él perdió más nuestro pueblo que no comprendió su mensaje.

Este dato de la realidad, que me tocó vivirlo muy de cerca, refleja lo que ocurre en buena parte de los distritos rurales de nuestro país. La corrupción ha ganado terreno, gracias a sus cada vez más abiertas, reiteradas, perfeccionadas e impunes prácticas prebéndales. La población lo ha aceptado por eso no lo cuestiona y ésta no necesita tener los mejores argumentos y tampoco discutirlos o defenderlos en espacios de debate, ni propuestas concretas; pero se proyecta y crece de modo incontenible como la mala hierba. Todo este proceso de afianzamiento de la corrupción es con dinero de los mismos pueblos, los sustraídos por las autoridades a través de prácticas corruptas, que el Gobierno Nacional transfiere, vía el Presupuesto General del Estado, a través del Ministerio de Economía y Finanzas. Transfiere pero no tiene capacidad de controlar en sus fines, y su uso queda librado a la decisión del Alcalde; porque el Consejo Municipal cumple un papel decorativo, tanto como los mecanismos de participación ciudadana. En la práctica tenemos en los distritos como alcaldes a reyezuelos que hacen y deshacen.

En el Perú ni un 10 por ciento del electorado rural apuesta por enfrentar y eliminar la corrupción, en contraposición a un 70 por ciento que respalda a quiénes representan el continuismo con impunidad y la experimentada, robusta y atrevida corrupción que, en muchos casos, está representada por testaferros políticos del “Fuji-Montesinismo”, del “Keikismo”, del “Alanismo” y uno que otro “ultra” los que -como sabemos- en más de una década sólo mejoraron sus propias economías. Esto es verificable y refleja cuán descompuesto está el tejido moral y ético de nuestra sociedad, el tipo de herencia que le estamos dejando a los que nos suceden y el perfil de quiénes en nombre de la política viven de ella y no dudan en sacrificar a sus propios pueblos valiéndose del engaño, pero también de la amenaza y el miedo.

Esta realidad no es que sea desconocida para los actores relevantes del centralismo limeño y regional. Estamos en el siglo XXI. Políticos, empresarios, medios de comunicación, autoridades de fiscalización y control, sistema de justicia anticorrupción, etc, conocen bien lo que ocurre pero la consienten y con su pasividad la facilitan. ¿Cómo entender, sino, que existan casi 700 procesos judiciales, sólo en la Región Cajamarca,  según el mismo Poder Judicial, contra autoridades y ex autoridades del gobierno regional y municipal, por corrupción al 2017?; de las 15 mil que habría en todo el país. Este dato, que llama la atención, se vuelve sombrío, genera impotencia y nos aproxima al estado de patear el tablero cuando intentamos identificar cuántos de estos procesados han recibido sentencia y, de ellos, cuántos con pena privativa de la libertad. Estos últimos datos son inaccesibles y si los hay no son públicos.

No tenemos entonces un sistema jurídico (leyes) ni institucional (Consejo Municipal, Consejo Regional, Ministerio Público, Poder Judicial, Contraloría, Procuraduría, Defensoría del Pueblo y otros) que estén dando batalla efectiva y soluciones integrales a la enfermedad social llamada corrupción. Desconozco qué están haciendo desde el sector Educación en la materia, que alcanza a la universidad pública y privada. Y contamos, salvo honrosas excepciones, con políticos inescrupulosos, sin formación y sin visión de sociedad y país querido; y algo terrible, son cada vez menos los jóvenes a los que les interesa participar en política.

¿Qué hacer frente a esta dolorosa realidad?, sigue siendo una pregunta de fondo. Creo que en cada persona está el cambio y la posibilidad cierta de derrota de la corrupción. Tenemos que hacerlo ya, no esperemos al Estado. También sostengo que no es un problema de leyes sino de hombres y mujeres. Somos nosotros mismos los que hemos llevado a estos extremos la corrupción, al cederle tanto espacio y capacidad de decisión sin control a nuestras autoridades; los elegimos y luego nos resulta indiferente lo que hagan. Esto debe cambiar, es la única vía para avanzar hacia el progreso de nuestros pueblos. 

Necesitamos fortalecer el sistema electoral


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El Clarín (Cajamarca Perú)

Lo que ocurre en Lima, en casi todos los ámbitos, sigue marcando la agenda nacional. Seguimos con un centralismo predominante -en el discurso y los hechos- y en consecuencia con una visión del país desde lo limeño; lo que distorsiona la formulación, desarrollo y evaluación de medidas a nivel de las distintas reparticiones del Estado; y su funcionamiento mismo. Los gobiernos regionales y municipales de las grandes urbes, no terminan de hacer valer sus cuotas de poder, frente al centralismo.

Un ejemplo patético de estas anomalías y distorsiones funcionales lo encontramos en las instituciones que conforman el sistema electoral.

Un Jurado Nacional de Elecciones – JNE que, pese a sus esfuerzos por modernizarse, administra justicia electoral con una mora injustificada, que termina afectando derechos civiles y políticos. Su función de fiscalización de la legalidad del proceso electoral, también exhibe más sombras que luces, debido a la retardación que, sobre todo los Jurados Electorales Especiales - JEE, tienen. No es posible, por ejemplo, que faltando menos de cinco días para el sufragio, el JEE de San Pablo (Cajamarca), esté resolviendo casos de exclusión de candidatos. Los canales de comunicación entre el JNE y los JEE son insuficientes y todo indica que en ocasiones obedecen a cuotas del poder de turno y otras formas de poder corrupto y corruptor.

Una Oficina Nacional de Procesos Electorales - ONPE - que centra sus acciones en las grandes ciudades y solo aparece en las provincias y los distritos del “interior” del país, horas antes del acto de sufragio. La organización del proceso electoral, es concebida fundamentalmente como la provisión del material electoral. Su función de dictar disposiciones para mantener el orden y la protección de las personas durante elecciones, resulta secundario y tardío; considerando que jamás realizan una labor de vigilancia y control de las campañas electorales, excepto en Lima y algunas capitales de región. En provincias y distritos las campañas electorales, así, terminan siendo un mercado en el que se compran y venden votos al mejor postor. Un ejemplo de estas malas prácticas, lo encontramos en nuestra Cajamarca, en la provincia de San Miguel y en extremo de flagrancia, en cada proceso electoral en mi distrito de Agua Blanca.

El Registro Nacional de Identificación y Estado Civil – RENIEC, por su parte, si bien es cierto prepara y actualiza el padrón electoral, en coordinación con la ONPE, entiendo cada 15 años, no realiza un trabajo científico de identificación de movimientos inusitados de electores de un lugar a otro. Por eso en gran parte de nuestros distritos del Perú profundo, seguimos con porcentajes altos de los llamados “votos golondrinos”; que es una forma a través de la cual se expresa y potencia la corrupción municipal.

En esta línea de reflexiones, en el marco de las últimas elecciones presidenciales (2016) de nuestro país, el secretario general de la Organización de Estados Americanos - OEA, expresó que "el sistema de inhabilitación que aplica el JNE no ofrece garantías necesarias" a los candidatos; considerando la arbitraria y direccionada exclusión de algunos. Recordemos que el JNE excluyó a Julio Guzmán y mantuvo a la señora “K” y otros con antecedentes vinculados a la corrupción; como quedó demostrado luego con PPK. En ese sentido, esta valoración de Almagro, nos hace ver que necesitamos fortalecer el sistema electoral y no porque él lo indique, sino porque es una necesidad para afirmar y consolidar nuestra insuficiente democracia.

Evitar que tengamos a elementos como Kenji Fujimori (Lima), Reber Joaquín Ramírez Gamarra y Cecilia Isabel Chacón De Vettori (Cajamarca), Esther Saavedra Vela (San Martín), Martha Chávez y Mauricio Mulder (Lima), Javier Velásquez Quesquén (Lambayeque) y otros, implica mejorar nuestra educación política y jurídica; pero sobre todo tener un sistema electoral que sea independiente del poder político y económico, no corrupto, que informe más, que desarrolle actividades permanentes y persistentes de cultura electoral democrática y, en suma, facilite y contribuya para que la población realice una elección de calidad de sus gobernantes a nivel nacional, regional y municipal.

Los resultados obtenidos en la elección del domingo último, en general, es una buena señal, pero no debemos cantar vitoria. Hay distritos, cientos en el Perú profundo, que ahora tendrán autoridades que compraron la elección a través de la compra de votos y otras tantas que generarán perdón sin castigo a la gestión saliente (mi Agua Blanca por ejemplo). Este es un círculo vicioso que el sistema electoral deberá corregir, si su apuesta es por la construcción de institucionalidad democrática y la lucha frontal contra la corrupción.

Si la corrupción y el continuismo gana el pueblo pierde

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El Clarín (Cajamarca Perú)


Estamos a menos de 72 horas del sufragio, el acto más importante de todo proceso electoral, y vuelve a caracterizar a la contienda electoral regional y municipal de nuestro Perú profundo, entre otras formas, la “compra de votos”, los “votos golondrinos” y el financiamiento del actual alcalde o gobernador a un candidato que le asegure impunidad en los siguientes años.

Nada ha mejorado, respecto a los procesos anteriores, y más bien se han afianzado estas malas prácticas que facilitan la corrupción, especialmente, en gran parte de los municipios distritales y provinciales; debido al incumplimiento de las funciones de nuestras instituciones contraloras y la tolerancia de la población.

El Consejo Municipal no fiscaliza y más bien cumple un papel de complicidad y facilitador de la corrupción; pues por lo general protege a las autoridades salientes. La Contraloría, a través de sus Procuradurías Especializadas en Delitos de Corrupción, es receptiva, jamás es proactiva y nunca confronta con el estado de cosas. El Sistema Especializado en Delitos de Corrupción de Funcionarios, como lo hemos insinuado en otras columnas, por sus competencias es receptivo, pero no ha terminado de comprender que mientras avanzan dos pasos en “su lucha” la corrupción ha dado cinco.

El peor escenario lo encontramos a nivel de los electores, los que debido a su falta de información y en general cultura jurídica y política, siguen siendo presas fáciles de los mercaderes de la política; esos pequeños reyezuelos que con el dinero sustraído afirman cada vez más su predominio local. También ubicamos a personas que no dudan en traicionar a su pueblo y defienden a capa y espada al corrupto y corruptor, sin necesidad de beneficio alguno. Éste es un círculo perverso que cada vez gana más adeptos y multiplica sus formas de revictimizar a la población. Se alimenta de la estafa y tiene como principales herramientas a la mentira, la amenaza y el abuso de poder; que contra toda lógica se perpetra contra los más necesitados, los que están en situación de vulnerabilidad, aquellos que los eligieron. 

Esta es una realidad muy triste que está creciendo y divide a nuestros pueblos, por lo que debemos cambiarla. Lo intento, al trazar estas líneas, y lo hago con el compromiso de construir un mundo mejor para los que nos sucedan.

He pensado mucho en si lo correcto es arrinconar y despreciar a los corrompidos o es mejor descargar la frustración e impotencia, que genera el seguir viendo postrados en el atraso y el subdesarrollo a nuestros pueblos, contra los corruptos y corruptores. Me inclino por lo segundo, pero necesitamos un acompañamiento estratégico e integral de algunos sectores del Estado.

Enfrentarnos contra las víctimas de la corrupción resulta insensato y contribuiría a su revictimización. No es bueno sumar a la división y el enfrentamiento entre familias y hermanos de un mismo pueblo. Vivir así es justamente lo que necesitan los corruptos y corruptores, en sus estrategias, y no debemos “pisar el palito”. Debemos ayudar a que las víctimas escapen de estos círculos viciosos a través, por ejemplo, de la información y la educación en valores.

Este sombrío panorama, que refleja lo que viene ocurriendo, coloca en situación de pérdida a nuestros pueblos. Sin políticos decentes no habrá planes de desarrollo y tampoco posibilidades de salir de la pobreza; una que se justifica y agota en los beneficios, para unos cuantos entre ellos las autoridades y ex autoridades, y afectaciones que genera la corrupción.

Si la decisión de la población, en esta elección, es seguir viviendo en corrupción e impunidad es su decisión que no compartimos. Lo dejamos anotado, en la medida que necesitamos contrarrestar los lamentos, los lloros y el crujir de dientes, los siguientes años, de aquellos que ahora no desean comprender que no hay forma de corrupción que ayude al progreso de nuestros pueblos.

Los jóvenes: los enemigos de la corrupción

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)


Hoy recibí un poema de Emelina Vásquez Ramírez (15), de la Institución Educativa 10639 de San Lorenzo de Bajo Cajamarca, sobre la lucha contra corrupción y decidí reflexionar sobre el papel que les asiste a los jóvenes en este proceso, inspirado en su justo deseo y exigencia a nuestra sociedad.

Hoy la corrupción es reconocida como tres de las primeras preocupaciones de las sociedades latinoamericanas y de otras latitudes del planeta. En Perú, como lo hemos expresado en columnas anteriores, en orden a lo que sigue ocurriendo, persiste el abuso de poder en el uso de los cargos y en la utilización de los fondos públicos para beneficio de servidores y miembros de los gobiernos locales regionales y nacionales; salvo honrosas excepciones. Un problema que se ha expandido y constituido en el más grave obstáculo para el desarrollo de los 1822 distritos existentes en el territorio nacional.

A más corrupción, menos calidad en los servicios públicos (educación, salud, vías de comunicación, etc) prestados desde los niveles funcionales del Estado. A mayor corrupción, mayor el declive y debilitamiento de nuestras instituciones democráticas (sistema de justicia, Policía Nacional, Contraloría, gobiernos municipales y regionales, etc), lo que impacta en la confianza de la población en la gestión y la eficiencia del sector público. A más corrupción menos posibilidad de ejercicio de ciudadanía y mayor rechazo a la política y la vida en democracia.

Según la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), serán 524,298 jóvenes los que el 7 de octubre sumarán las filas como nuevos electores, de los cuales más de 15 mil fueron sorteados como miembros de mesa. Para el año 2017 según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), existían 8 millones 441 mil jóvenes (de los 31 millones 237 mil 385 peruanos) de 15 a 29 años de edad, de los cuales 4 millones 275 mil eran hombres y 4 millones 165 mil mujeres.

En este contexto, resulta destacable la conducta cívica de Emelina, pero también la de Alder Gómez, Alberto Moncada, Carlos Quiroz, Manuel Alayo, Deyli Medali Rojas Hernández, Zenen Avellaneda, Edwin Leyva Arrivasplata, entre otros tantos jóvenes de mi Agua Blanca en San Miguel, porque cuestionan el mundo en que vivimos y muestran inconformidad con “el sistema” imperante. Todos ellos, no vacilan en expresar sus perspectivas y acciones de lucha contra la corrupción en sus ámbitos sociales. Son personas que encarnan el convencimiento de que es posible una democracia más limpia y transparente y que participar en política informada y constructivamente es un derecho pero al mismo tiempo un deber.
  
Se trata de jóvenes, como los que me ha tocado conocer en El Salvador, Guatemala, México, Chile, Ecuador, Bolivia y otros países de nuestra América, que no desean seguir siendo un dato estadístico, un voto y, en general, individuos sin ciudadanía efectiva. Son jóvenes que expresan su desprecio a la corrupción y están buscando desarrollar canales de participación ciudadana para lograr una rendición efectiva de cuentas, a la par del mejoramiento de la cultura jurídica y democrática.

En este orden de situaciones, insto a nuestros jóvenes para que afiancen su misión, con la pasión que los caracteriza, de forjar la buena política; una sin corrupción. Necesitamos jóvenes con espíritu político genuino que trascienda al poder momentáneo y que exprese su profundo amor a una causa de justicia, incluso, con el ejemplo glorioso del sacrificio.

Luis Alberto Sánchez nos transmitió la sustancia de la política. El éxito no es alcanzar los pináculos deseables o el poder, es servir, “servir en cualquier capacidad. Realmente gozo sirviendo, me molesta mucho cuando no puedo servir. No me ha interesado mucho el sobresalir. … lo que me interesa es seguir sirviendo y seguir haciendo cosas”. Saúl Cóndor Medina vivió para servir a su San Gregorio y Agua Blanca en San Miguel Cajamarca.

No hay futuro para nuestros pueblos sin ustedes queridos jóvenes, por eso dejo anotado -en modo preguntas- algunos desafíos: ¿Qué papel les toca para adecentar y centrar el debate político? ¿Qué papel tienen los partidos políticos para formar nuevas generaciones? ¿Qué puede aportar una ley de partidos para que ustedes sean visibilizados?. Añado algunas arengas: No pierdan el gesto de la pregunta. No sucedan a sus generaciones sin fecundar. Tengan nuevos líderes con visión apostólica y nunca caigan en la condición de mercaderes haciendo política. Sean potentes, estremecedores y arrastren y subviertan a las masas contra la corrupción.

Los años venideros deben ser un tiempo para ustedes y solo así afrontaremos el bicentenario con la génesis de la esperanza. Creo que hay jóvenes preparados para una política en serio. Los reto a avanzar en ese cometido.

La binacional Perú-Bolivia

Publicado en:
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
La Mula (Lima Perú)
El Clarín (Cajamarca Perú)

Hace unos días, el pleno del Congreso peruano aprobó por unanimidad autorizar al presidente Martín Vizcarra su viaje a Cobija-Pando, el próximo 3 de septiembre, a fin de participar en el “Encuentro Presidencial Bolivia–Perú y IV Gabinete Ministerial Binacional” que constituye el mecanismo de diálogo político, entre ambos países, al más alto nivel.
Por información en Internet de ambas cancillerías, se conoce que los temas de la agenda nuevamente centrarán su atención en lo económico. El proyecto del corredor ferroviario bioceánico de integración (CFBI), que plantea unir los puertos de Ilo (Perú) y Santos (Brasil) a través de Bolivia, con ramales hacia Paraguay y Uruguay; el aprovechamiento de las facilidades en el Puerto de Ilo; la integración energética y de telecomunicaciones sobre fibra óptica; los recursos hídricos transfronterizos, entre otros.
No obstante, habría interés de ambos gobiernos, en profundizar el diálogo en las áreas política, económica, comercial, cultural y de cooperación; y algo muy importante para la población, trabajar en temas específicos de interés para ambos países y definir políticas que faciliten su desarrollo, implementación y vigencia.
En ese marco, la situación de los derechos humanos de los bolivianos en Perú y de los peruanos en Bolivia, puede ser un tema a pensar como prioritario; considerando que en los últimos años se ha puesto en evidencia en Bolivia casos concretos de vulneración de derechos, a los cuales los mecanismos institucionales existentes –en ambos países– no han ofrecido soluciones efectivas, oportunas ni eficaces.
En esa perspectiva, la binacional debería también servir para generar un mecanismo institucional, integrado por connacionales de las respectivas comunidades migrantes que haga seguimiento a casos concretos en los que haya vulneración de derechos e informe a las respectivas cancillerías y otros poderes públicos, con el fin de adoptar medidas correctivas (políticas) a nivel de Estado. Este ámbito institucional, serviría de plataforma para un diálogo colaborativo entre nuestros respectivos Estados y los migrantes designados por sus propios connacionales. No sustituirían las funciones de las respectivas representaciones diplomáticas (embajadas y consulados), sino que las ayudarían, de modo pragmático, a una efectiva protección de nuestros derechos.
La situación de vulnerabilidad –en general– de los migrantes, en términos de responsabilidad de los Estados, los obliga a estos a generar políticas y mecanismos cada vez más centrados, en este caso, en el vínculo entre derechos humanos y migración, los cuales deben ser perfeccionados con el empoderamiento a los migrantes en la vía de los derechos establecidos y amparados por la comunidad internacional.
Es pertinente recordar que los derechos humanos son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua, o cualquier otra condición. No se nos puede restringir, violar, transgredir ni afectar de ninguna manera, pues estamos amparados por el Derecho Internacional. Estos compromisos no se están cumpliendo y para comprender la gravedad de la situación basta detenerse un momento en lo que registra la prensa, considerando que los informes de los mecanismos que tiene la OEA y la ONU, ámbitos muy lejanos de lo social, no siempre exhiben esta lacerante realidad.
Llamamos, en ese sentido, la atención a nuestros gobernantes y sus gabinetes ministeriales, sobre la necesidad de mirar más lo humano. Centrarse en lo crematístico e ignorar los sufrimientos de los más vulnerables; desde nuestra perspectiva, es una forma flagrante de revictimizarlos, esta vez producto de la omisión de sus mismos Estados.

Cajamarca: once años después

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)

En abril de 2007 realizamos con Luisa Fernanda Maldonado un estudio sobre el contexto social, económico y político de Cajamarca, por encargo de PROJUSTICIA (Perú), de cara al desarrollo de la Conferencia “Seguridad Ciudadana y Seguridad Jurídica para las Inversiones” el 12 de abril del mismo año en la capital regional.

Entre otros aspectos, identificamos que el año 2006 la región Cajamarca recibió 946 millones de soles y ahora vemos que son 1583 millones los que recibirá durante el 2018; con lo que se constituye, en promedio, en la sexta región con mayor presupuesto del país. Asimismo, en el año 2005, fue la primera región en el ranking de asignación de recursos vía canon minero (33,2%); y para el 2018 el proyecto de Ley de Presupuesto del Sector Público precisaba que estos recursos para las regiones alcanzarían los 3,968 millones de soles (36% de crecimiento), y que los departamentos más beneficiados serían Moquegua, Arequipa, Cajamarca y Junín. No obstante, nuestra región sigue ocupando los últimos puestos en el Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y algunos de sus distritos siguen entre los 30 últimos de dicho ranking.

Otros elementos característicos identificados tienen que ver con los conflictos sociales que ocurren (más del 80%) en las áreas rurales donde la mayoría de la población vive bajo la línea de la pobreza. Adicionalmente, la inseguridad ciudadana y la falta de presencia del Estado también son dos variables persistentes a la fecha.

Once años después, esta realidad poco o nada ha cambiado en beneficio de los sectores en situación de vulnerabilidad, como nuestras mujeres, niños y niñas. Sigue la exclusión social y cada cierto tiempo, entre otras formas, se expresa a través de movilizaciones violentas. Hay un contraste entre dos realidades referidas a los elevados ingresos antes mencionados, percibidos por gobiernos locales y gobierno regional, y la pobreza en el cual se inserta la dinámica e impactos de la producción minera que en general tampoco ha comprendido la necesidad de hacer compatibles sus beneficios y los derechos humanos de los cajamarquinos.

A lo largo de estos años y desde antes, la población no percibe mejoras en las trece provincias. Todo indica que no eligió bien a sus autoridades y que éstas prefieren la improvisación, lo coyuntural, el predominio de las reglas políticas del Gobierno Nacional y no un gobierno más técnico que político y con visión de región líder en el país; aspectos que, como sabemos, son “caldo de cultivo” para el afianzamiento de la corrupción. Por eso, a diciembre de 2017, eran 661 las autoridades políticas y servidores que tenían acusaciones en estrado judicial; según reporte del Poder Judicial.

Otro aspecto, del que llamamos atención, es la débil y hasta nominal presencia del Estado, lo cual señala la necesidad de una reforma en la que se generen estrategias de fortalecimiento institucional; considerando que el “proceso de descentralización” en Cajamarca se ha llevado de forma desordenada, en tanto el proceso de transferencia de competencias y acreditación hasta la fecha no resulta del todo evidente.

Esta descentralización no puede descontextualizarse de la desigualdad social, la intensidad de la pobreza, la creciente inseguridad ciudadana, la violencia contra la mujer, la no inclusión social y la ausencia del Estado que debería representar y cautelar los intereses de la población. Estos factores, por su importancia para construir una sociedad democrática, deben ser el centro del debate electoral en el marco de las elecciones municipales y regionales en desarrollo ¿Lo están siendo?

Planteamos, a partir de esta lacerante realidad y en una línea de reflexión constructiva, un debate amplio y con perspectiva plural y de equidad, en la lógica de que se incluyan propuestas ciudadanas específicas de gestión pública; violencia contra la mujer y género por ejemplo. De nada sirve, para citar sólo un medio legal, que tengamos mecanismos de participación como la Ley de Presupuesto Participativo si es que no la informamos adecuadamente a la población, en tanto los gobiernos locales no ha puesto a disposición de los ciudadanos el nivel de desarrollo del proceso; con lo que se impide evaluar la implementación de dicho Presupuesto Participativo en el distrito o provincia reduciendo el mecanismo a un “saludo a  la bandera”. Una vez más no son las normas el problema, sino los hombres.

Hago votos para que mis paisanos y paisanas, en este proceso electoral, elijan bien. Por eso los invoco a informarse y castigar a la corrupción en las urnas y de ese modo darle valor cívico a su voto; pero también los exhorto a no dejar de controlar el poder una vez otorgado. Cajamarca puede ser ejemplo en este cometido.

Otros elementos para una política en materia judicial

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El Poder (Tarapoto Perú)
El Clarín (Cajamarca Perú)

Todas las iniciativas exitosas de reforma judicial en América Latina, con impacto positivo en la justicia y su conducción, han pasado por un proceso participativo, plural, inclusivo, progresivo, con una acción integral del Estado, bien articulada y en busca de un objetivo común.
En Perú, ese objetivo común ahora coincide con tres variables: la creciente demanda social de reforma integral y no de decisiones políticas desarticuladas en base a parches normativos, el marco constitucional (Capítulo VIII) que no terminamos de implementar y la normatividad internacional sobre acceso a la justicia y otros derechos humanos y compromisos que nuestro Estado por su declive institucional incumple. Esto es, lograr una justicia que brinda un servicio eficiente al ciudadano, caracterizado por su acceso, independencia, imparcialidad, seguridad jurídica, publicidad, probidad, celeridad, pluralismo jurídico, interculturalidad, equidad, participación ciudadana y respeto a los derechos.
En ese sentido, hemos venido planteando analizar y realizar prospectiva respecto a la justicia y la implementación de estos tres mandatos (el social y los legales), desde un enfoque de política pública; a fin de enfrentar el problema público de crisis de las instituciones del sistema de justicia, a través de una reforma técnica e integral y no política ni coyuntural como ocurre actualmente en algunos países de la región.
En esa línea de reflexiones, afianza un proceso de reforma integral al sistema de justicia si concurren, entre otros, los siguientes elementos:
Real voluntad política del Gobierno Nacional, que se debe plasmar en acciones concretas como asegurar un financiamiento suficiente, sincerar el discurso de sus interlocutores y generar condiciones objetivas para el inicio del proceso; en el que el “ganador” sea la institucionalidad judicial y con ellas los peruanos. Esta voluntad política debe implicar además capacidad de convocatoria y acuerdo nacional a nivel de la llamada “clase política”, económica y los sectores vivos del país; considerando que una reforma judicial no es patrimonio de un presidente, y, en consecuencia, debe trascender gobiernos, ser progresiva y tener un carácter prioritario en la agenda de Estado.
Conducta responsable y coherente del Congreso: Resulta tendencioso que el Legislativo le exija al Judicial que brinde un servicio óptimo y oportuno, con un marco jurídico que pocos conocen, una cobertura insuficiente y una implementación de leyes que nunca termina; considerando su insuficiente presupuesto, incremento de la población usuaria y tasa de litigiosidad. En ese sentido, el Legislativo debe cumplir con el mandato constitucional y legal de generar leyes y códigos que hagan realidad el derecho humano de acceso oportuno a la justicia. Debemos exigirles a nuestros congresistas rindan cuentas sobre ¿cuál es su aporte concreto a favor de la reforma judicial? o, ¿qué iniciativas legislativas han promovido de cara a ampliar la cobertura de servicios, democratizar la Justicia y luchar contra la corrupción?, entre otros.
Carácter técnico, inclusivo y de consenso de los componentes de la reforma y su implementación: Si todos demandan una reforma judicial, como ocurre actualmente, quiénes la lideren deberían no solo generar mecanismos para canalizar las propuestas, sino promover espacios plurales para lograr consensos, que apunten a un acuerdo nacional sobre los componentes de la reforma integral al sistema de justicia. El abordaje de esta agenda, debería ser técnico, sobre todo en el proceso de implementación, porque si bien el apoyo político es fundamental, éste debe estar limitado para que no exista predominios y así evitar distorsiones del proceso.
Participación efectiva del Poder Judicial y otros actores relevantes. No puede haber reforma judicial sin la participación de los reformados. En ese sentido, es sustantiva la participación no sólo de los jueces si no del Tribunal Constitucional, la Fiscalía de la Nación, el Consejo Nacional de la Magistratura, la Academia de la Magistratura, el Ministerio de Justicia, el Defensor del Pueblo y la sociedad articulada y con voz propia a través de sus ONGs universidades y colegios profesionales. Cuenta además la existencia de una cooperación internacional informada con apertura y co-responsable.
Cuando hay un compromiso político de la sociedad y sus políticos con la institucionalidad democrática, se puede iniciar un proceso de reforma judicial, en una acción coordinada y conjunta (sin predominios ni sometimientos) entre órganos del Estado. En ese sentido, el Acuerdo Nacional por la Justicia (2001) y sus “Políticas de Estado para el Cambio Estructural en el Poder Judicial”, base para el trabajo de la Comisión Especial para la Reforma Integral de la Administración de Justicia – CERIAJUS, no deben ser desechados; considerando que si no lograron sus objetivos fue por la falta de apoyo de los gobiernos desde entonces.
Si la apuesta es una auténtica reforma judicial, las tareas encomendadas a la “Comisión de Reforma del Sistema de Justicia” deberían ser el inicio de aquel proceso plural que planteamos. En esa orientación, la acción del Estado debería ampliarse ser integral y estar articulada coherentemente, promoviendo un objetivo común aunque con objetivos específicos, siguiendo las demandas sociales y los mandatos legales nacionales e internacionales; tal como se intentó con CERIAJUS y lo lograron en su momento países como Costa Rica y Chile.
Existen condiciones para la reforma y serán la dimensión e impacto de las medidas que adopten las que marquen su derrotero. Conspira contra la salud democrática de nuestro país si este tiempo y los años que siguen son de improvisación y falta de liderazgo de los actores clave y no se trasciende del discurso a la propuesta y acción concreta. El pueblo espera mientras la corrupción acecha.

¡No más corruptos gobernándonos!

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)

Las elecciones municipales y regionales en nuestros países constituyen una oportunidad para mejorar como sociedad, avanzar y consolidar los procesos de descentralización y, entre otros beneficios, fortalecer nuestras precarias e insuficientes democracias que hoy, como nunca, sufren los azotes del cáncer de la corrupción.

En esa perspectiva, aportar al debate, implica caracterizar el proceso en curso en su relación de contexto, pero no desde la mirada de la Lima centralista, sino desde la realidad del resto de regiones, sus provincias y distritos.

En principio decir que el Sistema Nacional Especializado en Delitos de Corrupción de Funcionarios del Poder Judicial, creado por el D. Leg. N° 1307 y definido en su estructura por D. Leg. N° 1342, creado para conocer casos de colusión, peculado, malversación, las distintas modalidades de cohecho, tráfico de influencias, enriquecimiento ilícito, entre otros delitos previstos en el Código Penal, con más de un año de vida institucional, no está resultado ni efectivo ni eficaz para muchos casos “menudos” de corrupción. Si bien es cierto este sistema tiene un marco jurídico sustantivo y adjetivo que cumplir, se aprecia que a sus operadores (jueces y fiscales) les falta compromiso y decisión de castigar a corruptos con un largo prontuariado que, en regiones como Cajamarca Lambayeque y otros viven y se siguen enriqueciendo de la política. ¿Será que también fueron penetrado por la corrupción?. Otro dato de la realidad es que son cientos de candidatos a las alcaldías y gobiernos regionales, de todo el país, los investigados por delitos de corrupción y que cuentan con antecedentes policiales y penales por más de un delito. Los hay por robo agravado, tráfico de drogas, lavado de activos, peculado, asociación ilícita para delinquir, contra la voluntad popular (compra de votos), entre otros. Aun así, siguen en carrera al sillón municipal o regional, incluso estando prófugos de la justicia o con prisión preventiva. ¿Esto es señal de que el sistema jurídico juega en pared con la corrupción?, ¿Es un asunto de de leyes o personas?.

Por otro lado se aprecia poca participación femenina en el actual proceso electoral lo que impactará en el debilitamiento de la lucha contra la violencia, el enfoque de género, la igualdad de oportunidades, entre otros temas. En Cajamarca de 8 candidaturas al Gobierno Regional sólo una es mujer, en Lambayeque 12 son varones y 2 mujeres y en San Martín los 10 candidatos son varones. Los partidos tradicionales como el APRA, PPC y Acción Popular mantienen su tradicionalismo masculino, presentando una sola candidata. Sólo el 9% de los postulantes inscritos al Jurado Nacional de Elecciones son mujeres. Frente a esta realidad queda superar las dificultades que ofrecen los procesos internos de los partidos agrupaciones y movimientos políticos, los prejuicios machistas, el acoso político y otras formas de discriminación. La apuesta debe ser afianzar las acciones que afirmen un verdadero empoderamiento político de la mujer.

Otra variable por reflexionar tiene que ver con los planes de gobierno. Pocos los leen y otros no los conocen, en la medida que no son difundidos con eficacia. La simpatía del electorado se basa más en el discurso, que es prevendal, que en lo sustantivo de los planes de trabajo; lo que impacta en un voto desinformado del electorado. Estas situaciones generan desinterés y se traducen en falta de control de la población a la gestión. Son formas de hacer política, que por lo general tampoco tienen ideología y visión de pueblo querido, muy acentuadas en nuestros distritos y provincias que nos han llevado a un círculo vicioso de “compra” de votos y un clientelaje político que instrumentaliza nuestras instituciones de gobierno local. Un factor que suma a esta desgracia es la falta de civismo, para decirlo de algún modo, de los cientos de electores que prestan un abierto respaldo a los corruptos, bajo el trillado argumento de “roba pero hace obras”. Estas formas debemos abandonarlas y un paso ineludible para lograrlo implica renovar los partidos políticos desarrollándolos y posicionándolos a nivel nacional y, entre otras formas, que los gobiernos locales sean capaces de promover confianza de la ciudadanía, a través de la cobertura de servicios de calidad en los que la transparencia, la rendición de cuentas y la participación social sean reales y no nominales. 


Ayuda conocer lo que está ocurriendo en nuestro Perú profundo, y podemos seguir describiendo otros factores que están envileciendo a la política, pero como nuestra apuesta es construir un mundo mejor, los convoco a iniciar una cruzada nacional que nos ayude a recuperar el futuro de nuestros pueblos. La fórmula es clara: la corrupción no puede existir sola, necesita que haya pobreza, ignorancia y una deficiente educación. Enfrentemos estos males, todos juntos, no hay más tiempo. Respetémonos a nosotros mismos, a nuestros descendientes y a los descendientes de ellos; los que no merecen recibir un mundo en putrefacción material y moral.

Mejorar la educación es luchar contra la corrupción

Publicado en:
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
El Clarín (Cajamarca Perú)
La Verdad (Chiclayo Perú)

La lucha contra la corrupción demanda acciones integrales y colectivas de lo público y privado, de gobernantes y gobernados, y puede tener como una de sus mejores herramientas a la educación de los pueblos.
El último 13 y 14 de abril, se llevó a cabo en Lima la VIII Cumbre de las Américas, el máximo foro de diálogo de los gobernantes de los países de América, bajo la reseña “gobernabilidad democrática frente a la corrupción”. Todos los presidentes expresaron su vocación de ejercitar los mandatos del artículo 27 de la Carta Democrática Interamericana, referidos al papel de la OEA frente a la gobernabilidad, la buena gestión, los valores democráticos y el fortalecimiento de la institucionalidad política y de las organizaciones de la sociedad civil, a fin de asegurar la libertad y la justicia social; y del primer considerando de la Convención Interamericana contra la Corrupción “que la corrupción socava la legitimidad de las instituciones públicas, atenta contra la sociedad, el orden moral y la justicia, así como contra el desarrollo integral de los pueblos”. No obstante, en la mayoría de nuestros estados la corrupción en la administración gubernamental no deja de hacer noticia cada día y la rendición de cuentas sigue siendo nominal, debido al progresivo declive de las instituciones contraloras y fiscalizadoras, como consecuencia de la concentración del poder, el autoritarismo, el continuismo en base a caudillismos y, entre otras, la deficiente educación de los gobernados.
En diciembre de 2017, en Ciudad de México, se desarrollaron unos diálogos sobre experiencias internacionales para combatir la corrupción. En ese marco, Mayra Veliz, subsecretaria general del Ministerio Público de Guatemala, expresó: "Las acciones de corrupción deberían ser catalogadas como delitos de lesa humanidad, porque permiten que haya un enriquecimiento ilícito a través o a costa del dolor, de la salud, de la muerte, de la educación y del desarrollo de un país". Hace unos días se conoció la decisión del Gobierno de Jimmy Morales de no renovar el mandato de la Comisión Internacional contra la Impunidad de Guatemala – CICIG de Naciones Unidas, contrariando y debilitando la lucha conjunta contra la corrupción del Ministerio Público y la CICIG. Las escasas reacciones en las calles pasaron desapercibidas.
Este sombrío escenario, que se repite con sus elementos característicos en cada país, nos lleva a plantear, en la línea de los objetivos de desarrollo sostenible adoptados por la comunidad internacional en la Agenda 2030, relativos a la “reducción de la corrupción y el soborno en todas sus formas”, “la rendición de cuentas” y “una educación inclusiva”, la necesidad de elevar y potenciar la calidad de los servicios de educación en sus distintos niveles.
Una educación en un contexto de corrupción generalizada, según la especialista Elvia Miranda de Ortiz (Panamá), está condenada a que sus resultados sigan siendo deficientes, pues los estudiantes no se sustraen del espejismo de que hay fórmulas más fáciles, sin quemarse las pestañas, para lograr inmensas fortunas mal habidas.
En ese sentido, si la educación se realiza en un contexto social concreto, a su proceso debemos interpelarlo, partiendo de la necesidad de presupuestos suficientes, repensando los contenidos sobre ética y valores humanos y colocándolo como sinónimo o instrumento de paz, libertad y desarrollo de los países. Por su naturaleza e importancia, la educación, especialmente la pública, es un derecho inalienable en el que nuestros pueblos no deben transigir.
Si las empresas y los individuos en el mundo estarían pagando 1,5 billones de dólares en sobornos cada año, debemos valorar cómo esta situación impacta en nuestros derechos y de los servicios básicos que dejamos de recibir de nuestros estados. En ese orden fáctico, si en nuestros países escasean los recursos para la educación y los sistemas de justicia y sobran para la corrupción ¿qué tipo de sociedades estamos construyendo?, ¿a quiénes les conviene que sigamos así?, ¿qué sectores de nuestras sociedades son los más afectados?, ¿hasta cuándo lo vamos a permitir?...

Necesitamos una política pública judicial en el país

Publicado en:
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)
El Poder (Tarapoto Perú)
El Clarín (Cajamarca Perú)

En opiniones anteriores (http://construyamosjusticia.blogspot.com/) me he referido a la necesidad de que en nuestros países asumamos el reto de desarrollar una reforma integral al sistema de justicia. Me refería a una política pública en materia judicial que, en esta ocasión, volveré a profundizar con el fin de generar corriente de opinión a su favor.
Analizar y realizar prospectiva respecto a la justicia y la implementación de medidas desde un enfoque de política pública, implica la adopción de un conjunto de decisiones y de acciones coherentes desde las instancias gubernamentales (en sus distintos niveles), la sociedad civil y las entidades privadas, a fin de resolver el problema de la crisis judicial que, como lo registra la historia judicial, es estructural y arrastramos todos desde la fundación de nuestras Repúblicas.
Es un proceso de corto mediano y largo plazo, como veremos en sus fases, en el que un análisis permanente de las interacciones entre actores públicos y privados (antes mencionados), un análisis en términos de problemas públicos y uno comparativo con otros servicios del Estado (educación, salud y otros), nos lleven a establecer estructuralmente las fases de toma de decisiones y a la definición de procedimientos para atender las diferentes expresiones de la crisis, en este caso en lo judicial.
“Agendación” es la primera fase y en su desarrollo el “problema público” llamado “crisis judicial”, al ser de necesidad nacional su atención, debe ser traducido en compromisos concretos  de los diversos sectores concernidos (públicos y no públicos – incluidos los sectores “vivos” del país) a través de liderazgos visibles, en una relación de coordinación y cooperación pero jamás de imposiciones. La agendación ayuda a avanzar hasta el inicio del proceso que demanda la población.
“Programación” es la fase que implica la ponderación de los compromisos asumidos, en la agendación, con las bases jurídicas existentes y los objetivos definidos, los instrumentos de intervención y las modalidades operativas para una acción estatal coherente. En este periodo, los sectores sociales deben aportar constructivamente a través de canales plurales e inclusivos permanentes y persistentes. No se puede hablar de política pública sin participación social efectiva.
La “implementación” permite evaluar el conjunto de procesos que, tras la programación, buscan la realización concreta de los objetivos definidos, en base a las competencias de los actores concernidos, procedimientos y recursos programados. Este último elemento, que tiene que ver con el financiamiento, es crucial para avanzar en el proceso de cualquier política pública.
“Evaluación” es la última fase y en ella se valoran los resultados y efectos de la intervención de cada institución y actor relevante. Mide cambios de conducta de los grupos-objetivo que generan la crisis judicial y su grado de resolución.
En cada una de estas fases, como se aprecia, resultan claves los actores intervinientes, los recursos asignados, las reglas institucionales que regulan sus actos, así como el contenido del problema a solucionar. De ese modo, cada medida o producto que se genere en el curso de una política pública expresará intereses, posiciones, obstáculos y oportunidades, todos “negociables” si la acción del Estado es integral, que implica una agendación y evaluación política pero una programación e implementación eminentemente técnica.
Estamos planteando entonces una metodología -no lineal- que las ciencias sociales y la ciencia política, desde hace buen tiempo, ofrecen para un buen gobierno y mejor gestión, para abordar integralmente el problema de la crisis estructural de nuestros sistemas de justicia.
En ese sentido, corresponde mirar con mayor atención y de modo informado, y emitir opinión sobre si los cambios judiciales que nuestros gobiernos, a través de sus “Poderes” u “Órganos”, están promoviendo se ajustan a un proceso integral de reforma, o se trata de un intento más de medidas de emergencia coyunturales y cosméticas empujadas por algún escándalo u otra forma de presión social, o si a lo mejor estamos asistiendo a la “refundación de la justicia” que algunos demagogos siguen enarbolando como la gran “revolución judicial” gracias a la lenidad mayoritaria de las ONGs la prensa la universidad y la cooperación internacional y la ignorancia indiferencia y comodidad de sectores de decisión de nuestras sociedades.
Apostar y exigir una política pública en materia judicial, que es lo mismo que una reforma integral del sistema de justicia, es lo más sensato y conveniente para cualquier Pueblo en todo tiempo. En muchos países hay condiciones para su inicio y desarrollo, pero lo que falta es verdadera voluntad de la “clase política” y económica; debido a intereses mezquinos y ligados a la corrupción. Importa en todo caso que, desde lo social, hay mayor conciencia de esta necesidad y estoy seguro tendrá repercusiones en las urnas.

Castiguemos la corrupción en las urnas

Publicado en:
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
La Razón (La Paz Bolivia)
Trujillo Prensa (Trujillo Perú)
El Poder (Tarapoto Perú)
El Clarín (Cajamarca Perú)
La Verdad (Chiclayo Perú)

La corrupción sigue ganando terreno como un cáncer que hace metástasis día a día. A la fecha son varios los jefes de Estado y decenas de ministros, centenares de gobernadores y miles de alcaldes que, en las últimas décadas en el mundo, han sido objeto de investigación por comisión de diversos delitos y pocos de ellos sentenciados en los tribunales de justicia.
Cada año son más reveladores los movimientos ocultos detrás de los fondos del Estado de “servidores” de todo nivel en nuestros estados. La Contraloría, la Procuraduría, la Fiscalía, y las demás instituciones fiscalizadoras y que velan por los intereses de la sociedad y el Estado, por lo general, tienen un papel complaciente que se expresa en la indiferencia y desidia que muestran cuando algún valiente denuncia. Esta conducta de nuestros servidores facilita y alienta la corrupción.
Odebrecht es un ejemplo reciente de megacorrupción, por casos de tráfico de influencias y lavado de activos, que llega a gran parte de América Latina e inclusive a Estados Unidos y África. Éstos han tenido efectos importantes en la política de cada país, al punto de producir la debacle de gabinetes y de presidentes como Alberto Fujimori, Pedro Pablo Kuczynski, Dilma Rousseff, Otto Pérez Molina y últimamente Alejandro Toledo, sobre quien pesa orden de captura internacional para que cumpla la decisión judicial de prisión preventiva de 18 meses mientras es procesado. Otros casos de corrupción serán visibles a futuro, cuando sean recuperadas algunas instituciones democráticas, y vinculen a algunos actuales gobernantes de nuestra América.
El otro nivel de corrupción que campea, por ejemplo en gran parte de la Región Andina, es en los municipios a nivel de distritos, provincias y en los gobiernos regionales o departamentales. Aquel acto de corrupción que involucra la pérdida de 5.000 ó 15.000 soles, pesos o dólares, que por ser minucia no merece mayor atención de los órganos de control y fiscalización estatal y la prensa de investigación. Los actos de corrupción en “provincias” difícilmente serán vistos en la sede de Gobierno o Capital, a no ser que antes haya sangre, muerte o toque intereses de algún grupo económico transnacional afín al Gobierno de turno.
El centralismo imperante impide ver a los latinoamericanos que la corrupción no sólo está en las grandes urbes y que por su ubicación geográfica y sus montos la corrupción menuda no es trascendental. También reprime hacer una valoración objetiva del daño que se genera a la población que, entre otras cosas, es privada de servicios básicos que hoy constituyen universalmente derechos humanos (salud, educación, justicia, etc.) y convive con la impunidad al punto de asumir la corrupción como “normal”. Vivimos, en esa línea de situaciones, tiempos de descomposición del poder político, económico, burocrático y control e instrumentalización de instituciones clave del Estado. La red de corrupción judicial y sus vínculos con políticos en Perú, refleja esta pesadilla.
En esa perspectiva y valorando nuestro contexto de país, considerando que en varios se avecinan elecciones nacionales y subnacionales, es la población la llamada a desechar la mordaza, la pasividad y el miedo y asumir un papel de efectivo control al poder eligiendo bien. Ningún político corrupto merece representarnos y gobernarnos. Las urnas son la vía democrática para decidir si seguimos en la vía de la corrupción o para erradicarla de nuestra sociedad.

Conviene una reforma integral al sistema de justicia

Publicado en:
El Poder (Tarapoto Perú)
El Clarín (Cajamarca Perú)

Sólo a los corruptos les conviene tener en situación de crisis a las instituciones que hacen al sistema de justicia. Ni al Poder Judicial, Ministerio Público, Consejo Nacional de la Magistratura, Policía Nacional, Defensa Pública, universidad, población, ni al propio Gobierno nacional, que hoy enfrenta un desgaste de legitimidad social sin precedentes por haber protagonizado los últimos escándalos de corrupción que “la justicia” aun no esclarece, les favorece ser valorados junto al Congreso, como las instituciones más ineficientes y corruptas del país.
Se percibe impunidad, una de las señas de falta de independencia en la función judicial, generada por servidores como César Hinostroza, Walter Ríos, Iván Noguera y otros que la población debe identificar, que han vaciado de contenidos funcionales a ámbitos clave de las instituciones del sistema de justicia. Vivimos en un contexto en el que algunos tribunales no garantizan nuestros derechos humanos y tampoco son contrapeso al ejercicio del poder económico y político corrupto y corruptor (actualmente) de los fujimontesinistas y sus aliados en el parlamento.
Pese a esta situación, aun no comprendemos que con jueces y fiscales independientes, emergentes de procesos convocantes plurales participativos y transparentes, nuestro país gana. No hemos desarrollado capacidad de participación ciudadana constructiva que oriente y promueva una genuina separación de poderes y el respeto entre los mismos; como forma de asegurar -políticamente- el poder y la legitimidad de un gobernante. Por lo general, todo lo agotamos en la denuncia y la crítica. Por eso considero que le conviene al gobierno del Presidente Martín Vizcarra, fortalecer y potenciar la institucionalidad judicial en orden, por qué no, de un nuevo proceso constituyente, para evitar un mayor desgaste social.
No reponer la función real del sistema de pesos y contrapesos, que ofrece el sistema de justicia, equivale a socavar el Estado de Derecho, derruir la división de poderes y afectar el sistema democrático. En esa línea, respaldo al  Presidente en su planteamiento de reforma judicial con referendo. Es lo más sensato para hacer creíble el mea culpa gubernamental respecto a la crisis judicial, que es estructural e histórica. La coyuntura favorece debido a que pocas veces, en democracia, una medida de este tipo ha encontrado un importante respaldo social. Las multitudinarias marchas “anticorrupción”, a nivel nacional, son expresión de esa urgente necesidad de cambio.
No obstante, considero que las medidas que plantee el Ejecutivo al país deben ser el inicio de un proceso de diálogo nacional por una reforma integral del sistema de justicia y no sólo referirse al ámbito de jueces y fiscales; sino adoptar medidas consensuadas que alcancen a cada institución del circuito judicial. Un proceso participativo de corto mediano y largo plazo, con financiamiento asegurado, sin protagonismo mediático de sectores del Gobierno, con visión de país, actitud responsable del Legislativo, mirada técnica en su implementación, con liderazgos meritocráticos y de consenso social desde las instituciones del sistema de justicia;  un proceso convocante plural participativo y transparente que trasunte gobiernos, con dimensión y enfoques de política pública, derechos, género e interculturalidad, a fin de evitar “borrón y cuenta nueva” de quién ostente el poder. Estoy planteando que nuestro país desarrolle una política pública en materia judicial.
En esta perspectiva, de cara al éxito en el referendo planteado por el Presidente, habría condiciones para acuerdos entre los poderes, las instituciones no públicas y la población, para refundar la institucionalidad judicial. Es oportunidad para preservar el único marco institucional y legal que nos da seguridad y garantías.
En ese sentido, una genuina reforma judicial es tarea de los “sectores vivos” del país y no de cierto gobierno. Esta tarea requiere el concurso de todos, pues la independencia de poderes es una garantía del Estado de Derecho contenida en los tratados internacionales, en el constitucionalismo histórico y reciente y en el artículo 3 de la Carta Democrática Interamericana. Mal harían los políticos corruptos y corruptores en seguir la vía equivocada de no escuchar a la calle y a la “masa crítica” y profundizar en su intento de afianzar la captura e instrumentalización de la judicatura.
Ningún gobierno puede asumir una legitimidad democrática que el Derecho y la propia realidad empiezan a contrastar y contradecir y sería bueno que el Presidente Vizcarra tome y haga propia la bandera de la reforma integral al sistema de justicia.