jueves, 18 de octubre de 2018

¡Mientras haya corrupción no tendremos progreso en nuestros pueblos!

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)

“Mientras exista corrupción y nuestras instituciones estén tomadas por mercaderes haciendo política, no tendremos progreso, no podremos hacer nada a favor del desarrollo de nuestros pueblos”, fue una máxima que usó un candidato muy querido y respetado, hace unos días, en su campaña municipal en mi Agua Blanca (San Miguel – Cajamarca - Perú); y pese a la claridad de su propuesta y perspectivas futuras para mejorar la educación, salud, transporte, comunicaciones y otros servicios elementales, perdió la elección abrumadoramente y con él perdió más nuestro pueblo que no comprendió su mensaje.

Este dato de la realidad, que me tocó vivirlo muy de cerca, refleja lo que ocurre en buena parte de los distritos rurales de nuestro país. La corrupción ha ganado terreno, gracias a sus cada vez más abiertas, reiteradas, perfeccionadas e impunes prácticas prebéndales. La población lo ha aceptado por eso no lo cuestiona y ésta no necesita tener los mejores argumentos y tampoco discutirlos o defenderlos en espacios de debate, ni propuestas concretas; pero se proyecta y crece de modo incontenible como la mala hierba. Todo este proceso de afianzamiento de la corrupción es con dinero de los mismos pueblos, los sustraídos por las autoridades a través de prácticas corruptas, que el Gobierno Nacional transfiere, vía el Presupuesto General del Estado, a través del Ministerio de Economía y Finanzas. Transfiere pero no tiene capacidad de controlar en sus fines, y su uso queda librado a la decisión del Alcalde; porque el Consejo Municipal cumple un papel decorativo, tanto como los mecanismos de participación ciudadana. En la práctica tenemos en los distritos como alcaldes a reyezuelos que hacen y deshacen.

En el Perú ni un 10 por ciento del electorado rural apuesta por enfrentar y eliminar la corrupción, en contraposición a un 70 por ciento que respalda a quiénes representan el continuismo con impunidad y la experimentada, robusta y atrevida corrupción que, en muchos casos, está representada por testaferros políticos del “Fuji-Montesinismo”, del “Keikismo”, del “Alanismo” y uno que otro “ultra” los que -como sabemos- en más de una década sólo mejoraron sus propias economías. Esto es verificable y refleja cuán descompuesto está el tejido moral y ético de nuestra sociedad, el tipo de herencia que le estamos dejando a los que nos suceden y el perfil de quiénes en nombre de la política viven de ella y no dudan en sacrificar a sus propios pueblos valiéndose del engaño, pero también de la amenaza y el miedo.

Esta realidad no es que sea desconocida para los actores relevantes del centralismo limeño y regional. Estamos en el siglo XXI. Políticos, empresarios, medios de comunicación, autoridades de fiscalización y control, sistema de justicia anticorrupción, etc, conocen bien lo que ocurre pero la consienten y con su pasividad la facilitan. ¿Cómo entender, sino, que existan casi 700 procesos judiciales, sólo en la Región Cajamarca,  según el mismo Poder Judicial, contra autoridades y ex autoridades del gobierno regional y municipal, por corrupción al 2017?; de las 15 mil que habría en todo el país. Este dato, que llama la atención, se vuelve sombrío, genera impotencia y nos aproxima al estado de patear el tablero cuando intentamos identificar cuántos de estos procesados han recibido sentencia y, de ellos, cuántos con pena privativa de la libertad. Estos últimos datos son inaccesibles y si los hay no son públicos.

No tenemos entonces un sistema jurídico (leyes) ni institucional (Consejo Municipal, Consejo Regional, Ministerio Público, Poder Judicial, Contraloría, Procuraduría, Defensoría del Pueblo y otros) que estén dando batalla efectiva y soluciones integrales a la enfermedad social llamada corrupción. Desconozco qué están haciendo desde el sector Educación en la materia, que alcanza a la universidad pública y privada. Y contamos, salvo honrosas excepciones, con políticos inescrupulosos, sin formación y sin visión de sociedad y país querido; y algo terrible, son cada vez menos los jóvenes a los que les interesa participar en política.

¿Qué hacer frente a esta dolorosa realidad?, sigue siendo una pregunta de fondo. Creo que en cada persona está el cambio y la posibilidad cierta de derrota de la corrupción. Tenemos que hacerlo ya, no esperemos al Estado. También sostengo que no es un problema de leyes sino de hombres y mujeres. Somos nosotros mismos los que hemos llevado a estos extremos la corrupción, al cederle tanto espacio y capacidad de decisión sin control a nuestras autoridades; los elegimos y luego nos resulta indiferente lo que hagan. Esto debe cambiar, es la única vía para avanzar hacia el progreso de nuestros pueblos. 

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