viernes, 9 de noviembre de 2018

Perú: prisionero de sus bajas pasiones

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
El Poder (Tarapoto Perú)

Los peruanos tenemos la fortuna de haber nacido en uno de los países más extraordinarios del mundo. Tenemos diversidad y culturas, como ninguno otro, que constituyen fortalezas para proyectarnos y tener un sitial propio y perdurable en la comunidad internacional. No obstante, estando próximos al bicentenario, no logramos superar la mayor herencia colonial y seguimos anclados en el pasado prisioneros de la improvisación, el clientelaje, la corrupción y dirigidos por una clase política sin visión y hoja de ruta del Perú que queremos y merecemos.

Salvo Mariátegui, Arguedas, Vallejo, Basadre y otros pensadores con vivencia y esencia andina, nuestra perspectiva de país siempre ha estado marcada por el alcance de las miradas del centralismo limeño e intereses de grupo ligados al mercado y la economía. Nuestro mundo empresarial, calculador y temeroso, ha cedido con facilidad su papel de actor relevante y liderazgo del curso de nuestra historia y, a cambio de ciertos beneficios, no ha dudado incluso en aliarse con dictaduras y el delito; en la lógica de mantener su status quo. Su relación con nuestro Perú ha sido y es utilitarista, porque poco o nada ha madurado en lo que va del siglo XXI.

La masa, el grueso de nuestra población, estratégicamente, ha sido excluida de los espacios formales de participación política y económica. Por eso el Perú sigue siendo Lima. En esa relación, las herramientas que nuestro Estado, desde que nacimos como República, ha usado para “mantenernos en raya”, han sido la educación, la religión, la política, los medios de comunicación y otros mecanismos sutiles de control.

Las huellas de aplicación de estos mecanismos de control son visibles en el tiempo y en algunos planos, como los de la educación, la religión y la política, dan cuenta de que en los últimos doscientos años nada hicimos bien.

Hemos sido “educados” para ser gobernados, considerando los contenidos de las mallas curriculares en cada uno de los niveles educativos de nuestro “sistema” y de la insignificante inversión pública en el Sector Educación. Esta conducta de Estado, en su relación con su elemento población, ha impactado en nuestra educación política, jurídica, cívica, religiosa y sobre principios y valores. Por eso, entre otras expresiones, asumimos como patriótico ir a “elegir” a nuestras autoridades cada 4 ó 5 años; desprovistos de información y elementos de valoración de los candidatos, del proceso mismo y su valor para la afirmación de nuestra democracia.

En este contexto, elegimos al que más miente y mejor habla, al que más invierte en campaña, al que compra votos con dinero “sucio”, al que mejor baila y al que esconde su falta de propuestas con circo y discursos egocentristas y mesiánicos. Este ha sido el origen de gobiernos improvisados y de ensayo y, en las últimas décadas, de cuadillismos y cleptocracias (gobierno de ladrones), que en nombre de la democracia no dudaron en desarrollar terrorismo de Estado, esto es asesinar, torturar, perseguir, encarcelar usando el sistema de justicia, secuestrar y amenazar. 

Que hayamos elegido como presidente en 1985 a Alan García Pérez, a sus 36 años, y que, pese a su desastroso gobierno, lo hayamos vuelto a elegir el 2005, da contenido a las afirmaciones de esta columna. Lo es aún más grave, que en la última elección parlamentaria, el mutante fujimontesinismo a través de su organización “Fuerza Popular”, haya logrado 71 de los 130 escaños en el Congreso; pese a la batalla que libramos, hace apenas unos años, para sacar del gobierno al dictador Alberto Fujimori Fujimori, su socio Vladimiro Montesinos Torres y sus respaldos logísticos y operativos en la cúpula corrupta de las Fuerzas Armadas, el empresariado corrupto y la prensa vendida. 

Hoy, quince años después, la señora “K”, brazo operativo (no pensante) del ex dictador y sus antiguos y nuevos socios, por medio de sus huestes en el Poder Legislativo, el primer Poder del Estado, nos tienen en el filo de la navaja. Negociaron la libertad del preso Alberto Fujimori, condenado por delitos de lesa humanidad, a cambio de impunidad con el ex presidente PPK acusado de corrupción. Desde que su sucesor Martín Vizcarra no se alineó con sus designios, corruptos y corruptores, intentan -cada día- boicotear su gestión con medidas legislativas y políticas. Abuso de poder en democracia, con similares formas de la década del 90 y los afectados más de 30 millones de peruanos.

No les importó en el pasado nuestro Perú y menos ahora. Su propósito es retomar el poder y repetir la historia de latrocinio, sangre y muerte. Por eso, sin reparo ni remordimiento, protegen desde el Congreso al fiscal de la nación Pedro Gonzalo Chávarry Vallejos y al suspendido y prófugo magistrado supremo César Hinostroza Pariachi y, a través de ellos, a cada integrante de la red de corrupción identificada por el IDL, en los últimos meses, en el sistema de justicia. Se protegen en sus actos delictivos pasados flagrantes y futuros protegiendo. Los lobos cambian de pelaje pero no de piel, queda claro.

Esta realidad debe llamarnos a la reflexión y encaminarnos a la acción en pro de recuperar y fortalecer nuestras instituciones democráticas (esta vez los poderes Legislativo y Judicial) del secuestro político en el que se encuentran. Creo que el Presidente Vizcarra hace esfuerzos importantes por contrarrestar los embates de los corruptos de nuestra política actual; pero necesita, de modo indeclinable y permanente, del respaldo popular. Yo lo apoyo y confío que cada día seamos más.

Vivir en democracia es un logro superior de un país. Trabajemos en ese horizonte, aniquilando -políticamente- a los interlocutores de la corrupción en la escena distrital, provincial, regional y nacional. Las calles esperan, pero también usemos los mecanismos legales e institucionales, no infestados por la corrupción, para desmontar las estructuras creadas por la mafia. Es éste el mejor momento.

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