Quien promueve o practica alguna forma de discriminación, arrastra la más vil de las degeneraciones humanas.
En ese entendido la lucha contra la discriminación, que es
un viejo ideal humanitario de todo pueblo civilizado, debe ser también
prioridad y meta alcanzable. Estamos en el siglo XXI y nuestras diferencias
como edad, capacidades físicas diferentes, género o de sexo, racial o por
origen étnico, nacionalidad o religión, no pueden seguir siendo expresión de un
prejuicio para la exclusión, el desprecio, la violencia o el asesinato.
Quien discrimina expresa taras adquiridas. Lo hace, por lo
general, para satisfacer sus intereses ideológicos, sociales, económicos,
políticos y de otra índole; intenta alimentar sus ínfulas de superioridad y
egocentrismo. Conoce pero poco le importa que los principios fundamentales de
igualdad y no discriminación son consustanciales a la existencia humana y que,
entre otros aspectos, aquellos conflictos basados en odios y dominios, de unos
sobre otros, solo han servido para tener, hoy, un mundo inequitativo, injusto y
en descomposición social.
En esa medida, la comunidad internacional a través de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde 1945 sigue “realizado
esfuerzos” para superar este problema, prohibiendo la discriminación racial y
consagrándola en los principales instrumentos de derechos humanos. Lo propio ha
hecho, desde 1948, la Organización de Estados Americanos (OEA). No obstante,
esos auspiciosos marcos jurídicos internacionales, que por un lado tienen que
ver con las obligaciones para los Estados de erradicar la discriminación en los
ámbitos públicos y privados y por otro la exigencia de adoptar medidas
especiales para eliminar las condiciones que causan la discriminación racial o
que contribuyen a perpetuarla, persisten el racismo, la discriminación racial,
la xenofobia y las formas conexas de intolerancia en gran parte del mundo.
Lo curioso, en este panorama, es que en aquellos países
donde se ha construido un suficiente marco jurídico interno, para luchar con
eficacia contra la discriminación, es su propio gobierno el que discrimina. Se
aprecia en ellos una gran carga emocional de odio y frustraciones y al que
consideran “diferente” o “no alineado” a su facción política lo estigmatizan.
Es como veneno que acumulan permanentemente y que necesitan expulsar. Lo
encontramos en todos los colores políticos, sobre todo en nuestra América de
estos últimos años.
Los discriminadores saben lo que hacen, pese a ello hay que
tenerles compasión. Hay que ayudarlos a cultivarse con educación en valores y
principios, educación de calidad, porque su problema es cultural y por eso no
practican una vida con perspectiva humanizadora.
Es tiempo de comprender que la humanidad es diversa y que
las personas somos diferentes. Hablo como “serrano” porque nací y crecí en Agua
Blanca (San Miguel, Cajamarca), soy peruano, mis padres fueron agricultores,
tengo mediana estatura y también me alimento de cancha y quesillo; eso no me
quita que sea un ser humano con sangre sueños y sentimientos, como todos y
todas.
Es momento de ajustar nuestras estructuras sociales e
institucionales a fin de facilitar la inclusión, movilizando y erradicando
prácticas sociales discriminatorias profundamente arraigadas, prejuicios y
estereotipos que se utilizan para sostener diferentes formas de desigualdad.
En este marco, el asesinato de George Floyd, hace unos días
en manos del policía Derek Chauvin y otros en Estados Unidos, revela los
prejuicios y la ignorancia que aún existe en uno de los países que muchos
reconocen como icónico y emblemático de respeto al derecho ajeno y cumplimiento
de la ley.
Queda claro, en orden a lo expresado, que la discriminación
racial y étnica ocurre cada momento del día e impide el progreso de millones de
humanos en el planeta. También, que las diversas expresiones del racismo y la
intolerancia destruyen vidas al propiciar el odio étnico que, como está
registrado en la historia, nos ha legado un siglo de genocidios como los de
Armenia, Ucrania, el Holocausto nazi, Ruanda, Camboya entre otros.
Resaltar y defender lo que somos es una forma de disfrutar
de nuestra diversidad étnica y cultural y de luchar contra los discriminadores
y las discriminadoras. También lo es no hacer eco a los que promueven y
practican las formas de discriminación como manera de dominación y
sostenimiento del estado de cosas.