viernes, 21 de junio de 2019

FEMINICIDIOS ¿Y si fuera tu madre, hermana o hija?

Publicado en:
Correo del Sur (Sucre Bolivia)

Pese a la retórica sobre los avances de nuestra “civilización”, el ser humano, en lo esencial, sigue siendo perverso y egoísta. Colectiva e individualmente, aún no hemos comprendido que la sociedad de hoy está muy enferma, que somos causantes de sus padecimientos y que todos -en ella- transitamos tiempos que reflejan los extremos y abismos de la condición humana; a lo mejor porque para algunos los suyos “están bien” y porque creen que “nunca les pasará nada”.

No hemos desarrollado autocrítica sobre la sociedad que recibimos y la que le estamos heredando a los que nos suceden. La mayoría sólo existe en su día a día y de espalda, por conveniencia y comodidad fundamentalmente, a su responsabilidad de dejar un mundo mejor; que también alcanza la obligación de entregar mejores hijos a nuestra sociedad. ¿Cuántos problemas sociales no existirían, si cada vez más personas viviésemos con compromiso y sentido de responsabilidad, con menos fatuidad, con elementos que hacen a la cultura de paz, sin miedo y sin tantos venenos dentro -como el egoísmo- que nos consumen y pervierten y llevan a ser indiferentes?

Los miles de asesinatos de nuestras mujeres, que condeno desde esta tribuna, es radiografía de esta realidad.

"Todo el mundo está hablando de política y nadie hace pública la muerte de mi hermana. El país se olvidó de lo que pasa en Formosa. Acá, matan a jóvenes como si nada. La muerte de mi hermana no puede quedar impune, ella tenía toda una vida por delante y se la robaron. Arruinaron a una familia entera, estamos destrozados", es parte del relato de Ana, al diario cronica.com.ar, la hermana de Diana Soledad Samana (16), quien fue asesinada cruelmente con el pico roto de una botella, en Argentina, el pasado 14 de junio de 2019.

Víctimas como Diana Soledad hay todos los días en el mundo y casi siempre las ignoramos. En Bolivia, hasta el 15 de junio, según el Observatorio para la Exigibilidad de los Derechos de las Mujeres, eran 55 las víctimas por feminicidio. En Perú, hasta fines de mayo, según América Noticias, eran 67 víctimas. En Ecuador, desde el 2014 a la fecha, se estaría registrando un feminicidio cada tres días, según la coalición ciudadana Fundación Aldea, Red Nacional de Casas de Acogida, Comisión Ecuménica de Derechos Humanos y Taller Comunicación Mujer.

Estados Unidos, también es un país peligroso para las mujeres, considerando que el 2015 fueron asesinadas 1,686, según reporte del Centro de Política de Violencia.

Todos estos casos, de crueles y violentos asesinatos de mujeres, tienen -por lo general- en común el ser “mujer”, “pobre”, “no blanca” y “de zonas marginales”. Por eso las mujeres son consideradas, desde el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, parte de un grupo en situación de vulnerabilidad; un reconocimiento que sigue siendo la suma de buenas intenciones del “mundo civilizado”.

Este problema de salud pública, pese a que tiene en una vida de infierno y que luego las arrebata por miles, no sólo es expresión de la depravación humana, sino también de la falta de acción integral del Estado, que no comprende que la solución es más que sólo aprobar “leyes”. Estas deben ser justas y, un punto crucial, su implementación -entre otras precondiciones- tener como marco procesos educativos que aumenten la conciencia social de rechazo a todo tipo de conductas machistas, de superioridad, de maltratos y de odio a la mujer.

El silencio, frente a cualquier forma de violencia contra la mujer, es una forma de contribuir a su muerte. Por eso se justifica, una y mil veces, educar a los niños y niñas con enfoques de igualdad de géneros, tanto en los colegios como en las familias.

Justifiquemos nuestra existencia haciendo algo en beneficio también de los demás. Hablan todos, pero hacen pocos. No seamos cómplices de la impunidad y el olvido, que cuando se trata de feminicidios pasa a ser como una segunda muerte. Recuerda que estamos dejando una generación al borde del colapso y que una siguiente víctima puede ser tu madre hermana o hija.

jueves, 13 de junio de 2019

El racismo como forma de dominación

Publicado en:
El Clarin (Cajamarca Perú)

El desarrollo social de todo pueblo exige la superación de sus problemas históricos y los de hoy, en una relación de corresponsabilidad entre gobernados y gobernantes. Estos procesos son de largo aliento y sus avances dependen de las mejoras en la calidad de su educación y, entre otros, la cultura política y democrática que promuevan y practiquen sus gobernantes.

Problemas como la corrupción y, entre otros, el racismo, en esta perspectiva, son asuntos considerados en casi todas las agendas gubernamentales; pero no trabajados a profundidad y con rigor de política de Estado. Existe temor a aquellos cambios que limiten o eliminen privilegios propios de las estructuras de poder de los grupos o sectores predominantes. La población, debido a las barreras creadas, realiza esfuerzos de poco impacto y arrastre y es por eso que no hay una acción integral del Estado, frente a estos problemas, porque cree -erróneamente- que no es de su competencia.

De esta situación hay quiénes, unos cuantos, siguen sacando provecho; tal como lo hicieron sus parientes desde tiempos inmemoriales. Por eso, entre otros tantos ejemplos que podemos citar de gobernantes latinoamericanos racistas, no llama la atención que hace unos días el congresista y ex ministro peruano Carlos Ricardo Bruce Montes de Oca, violando el marco jurídico contra el racismo, utilice un lenguaje discriminador al intentar descalificar -al llamarlo “provinciano”- al presidente Martín Alberto Vizcarra Cornejo.

Las formas de practicar racismo han cambiado en el tiempo, pero su esencia, en el perfil de quiénes lo practican, sigue siendo el mismo. Este aspecto ha permitido que su desarrollo se proyecte a través de procesos culturales y económicos “naturales” y a la medida de los sectores predominantes; excluyendo y dividiendo por medio de trabas diversas. Así, un racista, en esta perspectiva, conscientemente expresa odio por el que considera “diferente”, “inferior”, etc. como una forma de dominación.

Este dominio, que hasta ahora les ha resultado efectivo al sector “ilustrado” del país, cuando se practica por el común de la población, la mayoría, alcanza extremos inimaginables pues no pasa de ser una burda imitación de estereotipos y prejuicios “de clase”. No obstante, es la más dañina, porque impregna y reproduce una gran carga emocional de odio y frustraciones que caracterizan al racista de este “sector social”.

Este “veneno”, siguiendo al psicoanalista Jorge Bruce, que lleva a una persona a ser discriminadora, y que “necesita expulsar” es -fundamentalmente- el cúmulo de patrones culturales que ha ido asimilando desde que tiene conciencia del mundo que lo rodea. Éste, por lo general, ganado por el odio que lo consume, no distingue y siendo mestizo con marcada esencia indígena no vacila en maltratar a otro igual a él llamándolo “cholo” o “indio”. Lo propio ocurre cuando entre “blancos” se agreden y “pierde” el “serrano” o el “charapa” sólo por haber nacido en los andes o en la selva, respectivamente. Más dramática es la situación cuando un afroperuano llama “serrano de mierda” a un andino y éste, para burlarse, lo tilda de “primate” o “esclavo liberto” a su agresor. Los insultos de los “blancos” de la costa, hacia todos los demás, tienen su sitial propio, por lo abundantes y estigmatizantes.

En este orden de análisis, discriminar es un grave problema de orden cultural que podemos curar promoviendo y practicando una educación rica en valores y principios, una educación de calidad que crezca y se desarrolle iluminada por ejemplos de vida como los de José Carlos Mariategui, José Sabogal Diéguez y otros también universales como Nelson Mandela, Mahatma Gandhi o Martin Luther King.

En Latinoamérica, el Perú es uno de los países donde la discriminación y el racismo están más fuertemente instalados. Se discrimina desde niño por todo y nada y si bien es cierto hay avances normativos locales y regionales, éstos no terminan de calar -como beneficiosos- en la conciencia de la gente. Hace falta, además en esa orientación, mayor cultura de inclusión y porque no presos por discriminar, como ya ocurre en otros países.

Si queremos un Perú para todos, con justicia y libertades verdaderas, necesitamos deshacernos de taras culturales como el racismo, la corrupción y otras, que nos enfrentan y dividen cada día. Promovamos y desarrollemos, a partir de los avances existentes, una política de Estado contra el racismo y la no discriminación.

Resaltemos y disfrutemos de nuestra riqueza y diversidad étnica y defendamos lo que somos. No sigamos haciéndole al juego a los que promueven y practican el racismo como forma de dominación de los individuos y pueblos.