Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)
Vivimos
tiempos en los que el egoísmo, la mentira, la necedad, el abuso, la
prepotencia, la imposición y, entre otras tantas taras humanas, los antivalores
contaminan y taladran las relaciones humanas en su pretensión de penetrar,
instalarse y perpetuarse.
No
obstante, mientras existan humanos que adopten decisiones y ejecuten acciones
equilibradas, coherentes, lógicas, justas, de desprendimiento y de renuncia en
pro del bien común, el mundo tendrá razón de existir. En tanto sobrevivan
hombres y mujeres con cultura de servicio –sin esperar nada en su beneficio–,
haya gente que lucha por los derechos de aquellos que ignoran y no pueden
defenderse, seguiremos siendo esperanza.
Aún
hay gente buena. Personas que valoran la vida, destinan su tiempo para
desarrollar acciones altruistas y de bien para sus pueblos. Seres que se
respetan a sí mismos y que, en ese sentido, tratan al prójimo con verdadera bondad
y fraternidad. Individuos que entienden la esencia de la dignidad del ser
humano y se esfuerzan en darle contenido material y no en discurso, verbosidad
y dogmatismos religiosos. Humanos que no ven con sospecha y duda a su sombra,
que no se detienen en minucias ni formalismos, que no olvidan sus raíces y
tienen sus sentidos abiertos y dispuestos para servir.
Hace
unas semanas, una vez más, la vida me premió con una vivencia que enseña,
orienta y enriquece mi espíritu. Dos de mis tíos más queridos de la “tercera
edad” viajaron por más de 15 horas por unos trámites de Chepén a San Miguel y
luego a Cajamarca en Perú. Estacionaron por unos minutos su vehículo en la
plaza principal para comprar unos medicamentos, al ver otros autos parqueados.
Desconocían las reglas de restricción vehicular. La autoridad municipal
secuestró, sin su conocimiento, su vehículo en instantes y se inició su
calvario en la ciudad donde murió el Inca Atahualpa. Enterado de lo que les
ocurría “toqué varias puertas” desde Bolivia, en varios niveles
institucionales, con el fin de ayudarlos y, cuando estaba por darme por
vencido, apareció un abogado al que conocí en mis relaciones con la Universidad
Antenor Orrego de Trujillo hace más de 18 años. José Manuel Rojas Villar no
solo hospedó a mis tíos, sino que les dedicó dos días de su tiempo como abogado
y solo se despidió de ellos cuando les devolvieron su vehículo. No pidió más
que hacer lo mismo con cualquier prójimo en situación de necesidad.
Por
eso sorprende que haya humanos que se afanen tanto por mantener y concentrar
poder, bienes materiales, generar falsas imágenes de sí mismos con el fin de
ser reverenciados. Decepciona aún más que para obtener estos “logros”, esos
pobres seres no vacilen en atropellar y abusar de las reglas de juego
existentes, que maltraten a los que llaman amigos o hasta den la espalda y se
ensañen con sus propias familias.
Lo
trágico, en este pantallazo de nuestro paso por este mundo, es que, por lo
general, los que padecen de estos lastres pierden la perspectiva de que la vida
es corta y que hay que recorrerla intensamente, despojándonos de cruces del
presente y anclas del pasado. Les aterra hablar de la muerte, porque en el
fondo saben que las consecuencias de sus actos y la forma como se vinculan con
el mundo que los rodea, siempre los perseguirá.
Cada
persona elije qué ser y cómo relacionarse con los demás. Sería bueno, en ese
sentido, preguntar a los seres que decimos amar ¿cómo nos ven? y a los que
llamamos amigos ¿qué valoración tienen de cómo nos vinculamos con el mundo?
Para
que no todo esté perdido, trabajemos construyendo paz en cada ser. Solo si hay
paz en el alma de los humanos, habrá sentimientos de amor por los mismos. Sin
esos sentimientos, es impensable personas con capacidad de servicio.
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