Publicado en:
TRUJILLOPRENSAPERU (Trujillo Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia)
¿Qué
tipo de hijos o hijas estoy dispuesto a dar a nuestra sociedad?, debería ser
una interrogante para quienes tienen planes de asumir paternidad y maternidad.
¿Qué tipo de hijos o hijas estoy entregando a nuestra sociedad?, debería ser
hoy una alerta para quienes ya son padres.
Sobre
el tema hay bastantes escritos y tratados, desde científicos hasta dogmáticos,
que se esfuerzan por orientar y ayudar a darle al mundo personas que sumen, con
valores y principios. No obstante, como individuos, familias y sociedad, algo
potente nos contamina y a velocidad.
Los
que aún respetan están muriendo por vejez. Cada día son más evidentes nuestras
distorsiones y aberraciones. Elegimos como gobernantes a los peores cuadros,
vemos a la política o la religión como oportunidad de enriquecernos, callamos
ante el acoso y la violencia contra la mujer, somos indiferentes ante el
asesinato del planeta, callamos los feminicidios y la violencia sexual contra
niños, niñas y adolescentes, practicamos aún la discriminación y maltratamos a
los indígenas, toleramos la corrupción y la impunidad, aplaudimos el abuso de
poder, festejamos el egocentrismo, la avaricia, el materialismo, etc. Nos
seguimos autodestruyendo como especie y parece generarnos placer.
Seguimos
siendo la especie humana, cruel, egoísta y depredadora que no aprende del
pasado.
En
esa línea de reflexión, considerando lo que tenemos o en lo que nos hemos
convertido, creo que podemos fallar en todo, en el curso de nuestra vida, menos
en “formar,” “educar” o “cultivar” a los hijos; aquellos que decidimos tener.
La
salud de la sociedad en la que vivimos, y sin importar si nacimos en ella,
entre otros factores, depende de la calidad de hijos que le entregamos. Los
principios y valores, que marcan y orientan nuestras vidas, los adquirimos en
el seno del hogar (papá y mamá fundamentalmente juntos o separados) y debemos
esforzarnos en sembrarlos y cosecharlos en los que nos suceden, en el ciclo de
la vida.
Nada
sustituye al papel de los padres, por eso es un gran error asumir que es la
sociedad, y en ella el proceso educativo, el que cultiva a nuestros hijos y los
prepara para la vida. Los que abandonan –cobardemente– a los que procrearon no
saben lo que se pierden. La vida les cobra la factura, tarde o temprano. Una
forma, de las varias que hay, de realización de los humanos es la paternidad y
la maternidad y solo se entiende cuando se lo vive.
En
esa perspectiva, vivir enseñando a los hijos cómo ser “exitosos” o
“distinguidos”, y obviar lo esencial (principios y valores), es sumar –a lo que
ya estamos viviendo– a la hecatombe humana.
Si
no hay esencia y motivaciones altruistas en una vida, por ejemplo hacer cosas a
favor del “bien común” o “servir sin nada a cambio”, el éxito y la distinción
no sirven, porque envilecen.
Queda
en ese horizonte desarrollar capacidad de renuncia y desechar cruces y
estereotipos que nos atrofian e impiden tener un razonamiento lógico y amplio
de lo que debemos dar a nuestras sociedades. Es abandonar comodidades y hacer y
hacer y hacer para evitar que el egoísmo, la angurria y la estupidez ganen la
batalla haciendo despiadados a los humanos.
Nadie
más que uno sabe qué tipo de apuesta estamos haciendo por la construcción de un
país con justicia e igualdad de oportunidades. Tenemos un juicio (juez) interno
al que debemos responder, más temprano que tarde.
Está
en cada persona cambiar o mejorar el estado de cosas que nos dañan. Está en
cada padre y madre tener los hijos que desean y también sumar o restar a una
mejor herencia social.
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