martes, 11 de febrero de 2020

Ella fue como un libro abierto

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)

Debemos estar preparados para cerrar etapas en nuestra vida. En ese sentido, hoy me corresponde reconocer y agradecer al ser que me regaló la oportunidad de la vida y enseñó a caminar sin temores, con respeto, siempre ayudando y con dignidad.

Han transcurrido casi dos meses del fallecimiento de María Julia Chuquiruna Garrido y, pese al vacío y dolor que me genera ver que el mundo se está auto-destruyendo y que la insania de unos cuantos atropella y se traga derechos y sueños de nuestros pueblos, siento paz perdurable y quietud en mi alma por la forma como vivió y lo que me enseñó.

Me preparó para continuar, sin remordimientos ni cruces. Aprendí temprano, porque Ella me enseñó, que la vida tiene un inicio y un final y que lo importante es vivirla con honestidad y sinceridad, como un libro con sus páginas abiertas. “Si algo hay que hacer, en relación a los que decimos amar, debe ser en vida y no cuando ya no estemos en este mundo”, decía. “Rasgarse las vestiduras y darse golpes en el pecho, en cada conmemoración de un fallecimiento, es vivir de esclavo del pasado y tener doble moral”, agregaba siempre.

Nunca impuso nada y tampoco me pisó los talones para avanzar en la vida, pero sus decisiones y acciones, como emigrar del campo a la ciudad -para generarnos otras oportunidades- cuando tenía 12 años, me hicieron ver que una existencia sin objetivos y metas, inquietud y preguntas, proactividad y servicio al ser humano, es vacía y sin esencia ni horizonte.

Todo lo dio, pues me enseñó qué es la libertad y la importancia de defenderla. Su riqueza siempre fue moral y espiritual y nunca se afanó en concentrar bienes materiales, porque consideraba que “envilecen a las personas”. Razón no le faltó.

Recuerdo -siendo niño- como solía alimentar a los dos indigentes que -en ese entonces- había en mi Agua Blanca (San Miguel - Cajamarca) y cómo estos (“Neto” y “Coronel”) llegaban a casa con confianza y sonriendo; porque María Julia siempre los trató como a seres humanos.

Fue admirable su compromiso con la vida e incomparable su fortaleza para velar, muchas veces sola porque mi padre fue un político honesto, por sus hijos e hijas. La recuerdo como si fuese ayer, resolviendo problemas y enfrentando el día a día en una ciudad hostil para los “provincianos” como es Lima, y celebro que haya sido de ese modo; porque -en lo personal- me enseñó además que lo que llega o se recibe de modo fácil nunca es valorado y que si deseamos mejorar como personas -en todo orden de cosas- debemos esforzarnos hasta tocar los límites.

Pese a haber tenido sólo 4 meses de escuela, en Caipán (San Marcos – Cajamarca), leía y escribía con solvencia. Su libro favorito siempre fue la Biblia y antes que, en orden a lo narrado, pregonar sus enseñanzas y mensajes, los practicaba. Demostró que no se necesitan rótulos y títulos para ser un ejemplo a seguir y que los valores y principios del cristianismo -adecuadamente canalizados- ayudan a la construcción de un mundo mejor.

María Julia murió de vejez y no de enfermedad. Murió en paz y rodeada del amor y respeto de sus descendientes. Siguió el ejemplo de Jesús de Nazaret y, así como la recuerdan quienes la conocieron, cumplió con su misión en este mundo. Ahora, que ocupo su lugar en el ciclo de la vida, doblaré esfuerzos para honrar su legado e intentar reproducir su ejemplo.

1 comentario: