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El Clarín (Cajamarca Perú)
El Clarín (Cajamarca Perú)
Debemos
estar preparados para cerrar etapas en nuestra vida. En ese sentido, hoy me
corresponde reconocer y agradecer al ser que me regaló la oportunidad de la
vida y enseñó a caminar sin temores, con respeto, siempre ayudando y con
dignidad.
Han
transcurrido casi dos meses del fallecimiento de María Julia Chuquiruna Garrido
y, pese al vacío y dolor que me genera ver que el mundo se está
auto-destruyendo y que la insania de unos cuantos atropella y se traga derechos
y sueños de nuestros pueblos, siento paz perdurable y quietud en mi alma por la
forma como vivió y lo que me enseñó.
Me
preparó para continuar, sin remordimientos ni cruces. Aprendí temprano, porque
Ella me enseñó, que la vida tiene un inicio y un final y que lo importante es
vivirla con honestidad y sinceridad, como un libro con sus páginas abiertas.
“Si algo hay que hacer, en relación a los que decimos amar, debe ser en vida y
no cuando ya no estemos en este mundo”, decía. “Rasgarse las vestiduras y darse
golpes en el pecho, en cada conmemoración de un fallecimiento, es vivir de
esclavo del pasado y tener doble moral”, agregaba siempre.
Nunca
impuso nada y tampoco me pisó los talones para avanzar en la vida, pero sus
decisiones y acciones, como emigrar del campo a la ciudad -para generarnos
otras oportunidades- cuando tenía 12 años, me hicieron ver que una existencia
sin objetivos y metas, inquietud y preguntas, proactividad y servicio al ser
humano, es vacía y sin esencia ni horizonte.
Todo
lo dio, pues me enseñó qué es la libertad y la importancia de defenderla. Su
riqueza siempre fue moral y espiritual y nunca se afanó en concentrar bienes
materiales, porque consideraba que “envilecen a las personas”. Razón no le
faltó.
Recuerdo
-siendo niño- como solía alimentar a los dos indigentes que -en ese entonces-
había en mi Agua Blanca (San Miguel - Cajamarca) y cómo estos (“Neto” y
“Coronel”) llegaban a casa con confianza y sonriendo; porque María Julia
siempre los trató como a seres humanos.
Fue
admirable su compromiso con la vida e incomparable su fortaleza para velar,
muchas veces sola porque mi padre fue un político honesto, por sus hijos e
hijas. La recuerdo como si fuese ayer, resolviendo problemas y enfrentando el
día a día en una ciudad hostil para los “provincianos” como es Lima, y celebro
que haya sido de ese modo; porque -en lo personal- me enseñó además que lo que
llega o se recibe de modo fácil nunca es valorado y que si deseamos mejorar
como personas -en todo orden de cosas- debemos esforzarnos hasta tocar los
límites.
Pese
a haber tenido sólo 4 meses de escuela, en Caipán (San Marcos – Cajamarca),
leía y escribía con solvencia. Su libro favorito siempre fue la Biblia y antes
que, en orden a lo narrado, pregonar sus enseñanzas y mensajes, los practicaba.
Demostró que no se necesitan rótulos y títulos para ser un ejemplo a seguir y
que los valores y principios del cristianismo -adecuadamente canalizados-
ayudan a la construcción de un mundo mejor.
María
Julia murió de vejez y no de enfermedad. Murió en paz y rodeada del amor y respeto
de sus descendientes. Siguió el ejemplo de Jesús de Nazaret y, así como la
recuerdan quienes la conocieron, cumplió con su misión en este mundo. Ahora,
que ocupo su lugar en el ciclo de la vida, doblaré esfuerzos para honrar su
legado e intentar reproducir su ejemplo.
Si esa fue mi madre gracias hermano.
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