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Gaceta Judicial de la Corte Superior de Justicia de Lambayeque (Chiclayo Perú)El Clarín (Cajamarca Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
La Razón (La Paz Bolivia)
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La Razón (La Paz Bolivia)
Cualquier tiempo y lugar son buenos para interpelar a nuestra sociedad e instituciones que hacen al Estado, cuando persisten problemas que afectan derechos humanos de grupos en situación de vulnerabilidad como los que alimenta y reproduce la tara cultural conocida como “machismo”.
Este, que exhibe los peores y más arraigados prejuicios contra la feminidad, se muestra de una y mil formas y niveles, pero siempre como maltrato, esto es abuso y opresión, y produce miedo e intimidación en su víctima; al punto de obligarla, silenciosa y progresivamente, a renunciar a naturales y legítimas aspiraciones y decisiones que le dan contenido a una vida plena, a una vida en libertad.
Para el machista el mundo se reduce a “primero Yo”, “luego Yo” y “sigo siendo Yo”, por eso es la única voz que decide y en función a lo que le gusta o disgusta y, como se cree un reyezuelo, no vacila en pregonarlo. Su víctima vive en “neutro”, pues no tiene capacidad de reacción, calla, tampoco propone, debido a que no vive, sólo existe. Las machistas, que también las hay y por decenas de miles y en todas las “clases sociales”, aceptan y justifican, siempre de alguna manera, las formas y niveles de maltrato que reciben de su opresor.
Los marcos jurídicos e institucionales existentes, tanto a nivel nacional como internacional, han sido insuficientes para enfrentar con éxito esta aberración humana, porque existe un predominio del hombre y debido a que sus prácticas son encubiertas y hasta invisibles; pues mayormente se dan en el ámbito íntimo de las relaciones y entre cuatro paredes. Se habla poco del “machismo”, porque obedece a una construcción de esos predominantes a través de las familias y la cultura, transmitidas vía aquella “educación” que los mismos no desean cambie.
Es además común que las víctimas del “machismo” acepten todo por temor o vergüenza al “qué dirán” y hasta matrimonios fachada tienen; porque también es recurrente la infidelidad en los machistas. Esta doble moral que marca su existencia lleva a los machistas a exaltar sus vidas y socialmente son reconocidos como “ejemplares”. Ocurre siempre y también sus víctimas lo aceptan para “no quedar solas” o para que sus “hijos tengan cerca a su padre”.
Estas formas de vida en sumisión y dependencia plena persisten, se reproducen en el tiempo y no ceden, porque tiene anclaje en una sociedad con códigos y genética patriarcales de particular complejidad. Enfrentarlos y transformarlos en relaciones humanas basadas en respeto y genuino amor, implica desarrollar un proceso estructural de cambios culturales, vía educación, de mediano y largo plazo.
“El patriarcado” ha generado una cultura inequitativa, debido a que la organización social que ha creado ha colocado exclusivamente como autoridad al hombre o sexo masculino. Este ha mantenido y reproducido sistemáticamente la desigualdad de género y ha ejercido una violencia de género sobre las mujeres. Su impacto en mujeres y niñas ha sido y es, violando sus derechos a la vida, a su integridad, a su libertad sexual, a una existencia sin violencia.
En ese sentido, enfrentar el machismo es avanzar en el proceso de despatriarcalización desde, hacia, con y para las mujeres. Es despojar de todo ese lastre cultural de dominación y opresiones a víctimas y victimarios. Es el camino a la construcción de una cultura de paz, donde mujeres y hombres son personas iguales en esencia y derechos.
Debe ser, por lo antes señalado, una prioridad de todo Estado, que se precia de “transformador” y “revolucionario”, promover y desarrollar una genuina política nacional antipatriarcal.
Curemos a nuestra sociedad. Este tiempo es bueno para impulsar este gran proceso. No quiero ofender a nadie, pero es imperativo evolucionar recibiendo el potencial y talento de nuestras esposas, madres, hermanas e hijas.
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