viernes, 27 de septiembre de 2019

“Más importante es ganarle a la corrupción”

Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
Los Tiempos (Cochabamba Bolivia
)
La Razón (La Paz Bolivia)

En el marco de la final de la Copa América, hace unos días, en todos los grupos de los que soy parte en Facebook, publiqué “Ganarle a Brasil el domingo es bueno pero MÁS IMPORTANTE ES GANARLE A LA CORRUPCIÓN”, y de inmediato recibí una catarata de insultos desde diversos lugares de Perú y otros de la región, lo que me motiva a compartir algunas reflexiones adicionales sobre el punto con el fin de mantener vigente esta importante discusión, que también es parte de la realidad de otros países.
Para expresar y generar corriente de opinión a favor de temas centrales –pendientes– de la agenda de un país, toda ocasión, tiempo y lugar son pertinentes. Asociar temas como el fútbol y la lucha contra la corrupción también lo es, considerando la alta sensibilidad y apertura de mente que genera el deporte rey, que predispone a las personas a recibir y acuñar mensajes en su subconsciente. 
En ese sentido, aprovechar la coyuntura para promover mayor consciencia social anticorrupción, por ejemplo a propósito de las cosas buenas que están ocurriendo en Perú en ese ámbito, no solo es constructivo y necesario, también es asumir con autocrítica y corresponsabilidad problemas que nos atañen a todos y todas. 
Una población educada, informada y consciente de su realidad, no puede estar sensible y atenta solo a hechos que le generan satisfacciones momentáneas, como el fútbol, y obviar u olvidar otras tan importantes que tienen que ver con el presente y futuro de un país; como la lucha contra la corrupción y su negativo impacto, entre otros, en el acceso a servicios básicos y el ejercicio de derechos. 
Lo lógico y coherente es que vivamos con intensidad todo lo que nos rodea y no solo lo frívolo y pasajero. Una vida así no tiene esencia, no tiene horizonte, no aporta, no construye. Es vivir de espaldas a la realidad y abandonando el legítimo derecho que tienen las generaciones que nos sucedan, entre ellas nuestros propios hijos, de recibir un mundo más equilibrado, equitativo y justo. 
Necesitamos despojarnos de aquellas cadenas que nos hacen daño, como personas y sociedad. Así como hemos sido “educados” –distorsionadamente– para sólo recibir beneficios y no para servir, esto es a cambio de nada, también solo miramos y nos inclinamos por aquello que es superficial, fácil y redituable. En esa línea, el “sistema imperante” nos ha inducido a reconocer que hay temas que no debemos tocar, porque están reservados a los políticos, gobernantes, opinólogos, otros grupos de poder y administradores del Estado. Fatalmente, producto de los resabios de nuestra cultura colonial, lo hemos aceptado. 
Por eso tenemos sociedades complacientes y tolerantes con los grandes males que nos acosan y cómodas porque fácilmente nos adecuamos a cualquier oferta mientras esta genere míseros favores. Somos incondicionales del beneficio propio y no tenemos capacidad de sacrificio y abnegación si se trata también de los demás. Los demás y el país importan nada. Por eso la indiferencia frente a la ineficacia gubernamental al prestar servicios, el abuso de poder, la injusticia sistemática, la impunidad y sus costos como, entre otras, las tantas vidas que cobra diariamente.
Entonces hablar de la lucha contra la corrupción y de otros lastres sociales históricos de nuestros países, más allá de la irritación que genera en sus perpetradores y beneficiarios, por eso sus ofensas y ataques contra todo aquel que se les opone, es una necesidad impostergable. Debemos tener claro que en la lucha contra la corrupción no pueden existir contemplaciones con nadie, incluso si estos resultan ser hermanos, hijos o padres.
Nuestros pueblos jamás tendrán planes de país ni alcanzarán sus objetivos si es que el miedo y la autocensura ceden frente al crimen y los beneficios y comodidades propias. Tampoco alcanzaremos –en esencia– la condición de ciudadanos y padres responsables, si seguimos aportando con nuestras omisiones a que este “círculo vicioso” crezca y se fortalezca. En todo caso, al menos dejemos de quejarnos y tampoco deslicemos responsabilidades sobre otros y aceptemos nuestro triste papel en este sombrío mundo

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