Elegir al menos peligroso o preparado, como está ocurriendo en algunos de nuestros países, bajo el criterio que se trata del “mal menor” es una de las expresiones de la decadencia y fracaso de la sociedad y el Estado de este tiempo.
Su utilización, en el marco de los procesos electorales de las últimas décadas, ya resulta trillado y refleja el nivel de declive que tiene la democracia. Un concepto que cada vez es menos tangible, por su mal uso y abuso.
Cómo sociedad no hemos sido capaces de generar una
participación política basada en valores y principios éticos. En este momento
la honestidad y la rectitud, no son precondiciones para participar
exitosamente. Por eso la inestabilidad y su impacto en la gobernabilidad. La
crisis es de tal dimensión que, siendo rigurosos y respetuosos del concepto, ni
partidos políticos tenemos. La mayoría improvisa y, para atraer y ganar votos,
son candidatos sólo los que pueden “invertir” en la campaña.
Desde el Estado, el esfuerzo ha sido mínimo; considerando
los gobernantes que hemos tenido. Por eso nuestros sistemas electorales no
cuentan con credibilidad social. La acción del Estado en la materia, que por
mandato constitucional y legal debe ser de generación de condiciones
suficientes para una participación política efectiva, sigue siendo pasiva y
coyuntural. Sólo intervienen desde los previos de los procesos electorales. No
preveen ni se proyectan y, entre otras tantas cosas que pueden hacer, no
entablan alianzas para desarrollar cultura jurídica y política.
Tampoco hemos sido capaces de darle esencia y resultados a
las perspectivas ideológicas. Las mismas atrocidades las están cometiendo, hoy
en día, quienes hacen gobierno desde las denominadas “derecha”, “izquierda”,
“centro”; para mencionar sólo los más fáciles de identificar. En varios pueblos
de América Latina y El Caribe está ocurriendo, vivimos polarizados y en otros
con camisa de fuerza y mordaza.
Latrocinios, corrupción, persecución política,
desapariciones forzadas y seguidas de muerte, secuestros, detenciones
arbitrarias y preventivas indefinidas, captura control y sometimiento de las
instituciones que hacen al sistemas de justicia, compra de la línea
periodística de medios de comunicación, inversiones inútiles y sin control en
propaganda gubernamental, etc. resulta cada vez más frecuente -y con impunidad-
en países con gobiernos elegidos en las urnas.
Algo incomprensible está ocurriendo. El Derecho las ciencias
políticas y sociales tienen las “barbas en remojo”. La gente, pese a conocer
estos antecedentes y sus ofertas populistas y conservadoras, los sigue
eligiendo. No queda claro, en qué momento perdimos el horizonte y si podremos
enmendar. No hay autocrítica, sobre todo de los que ya hicieron gobierno; sólo
se aprecia angurria de poder por poder.
En esta perspectiva, valorando el momento que vive el Perú,
resulta contradictorio que algunas personalidades, como el Nobel de Literatura,
sucumban ante sus intereses y miedos y alienten el voto a favor del “mal
menor”. En lugar de, aprovechando la sensibilidad y receptividad social por el
momento político que vive el país, iniciar una cruzada a favor del renacimiento
de una clase política sin corrupción, para decirlo de algún modo, inclina su
favoritismo por una persona sobre quien pesa un pedido fiscal de 30 años de
cárcel, por -según las investigaciones- encabezar una organización delictiva desde
la política. Cómo entender que por ser anti-izquierda respalde una candidatura
que es símbolo de corrupción gubernamental autoritarismo y de desprecio a las
reglas de convivencia democrática. Sin duda su antípoda de César Abraham
Vallejo Mendoza.
En ese sentido, no es coherente apostar por el “mal menor”.
Hacerlo es irresponsable. No se puede seguir ocultando maquillando e ignorando
realidades. Se tiene que ampliar la lectura de cada país, abandonando el
centralismo y las taras culturales predominantes que marginan, excluyen y
discriminan -a los más pobres- desde algunos sectores de las grandes urbes.
La apuesta debe ser siempre democrática, queda claro, si de
salir del hoyo en el que estamos se trata. Quién participe -organizadamente- en
política, además de capacidad de conexión y entendimiento de la realidad
nacional, debe respetar a su electorado y ser ejemplo de virtudes.
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