jueves, 22 de abril de 2021

El “mal menor”


Publicado en:
El Clarín (Cajamarca Perú)
Correo del Sur (Sucre Bolivia)

Elegir al menos peligroso o preparado, como está ocurriendo en algunos de nuestros países, bajo el criterio que se trata del “mal menor” es una de las expresiones de la decadencia y fracaso de la sociedad y el Estado de este tiempo.

Su utilización, en el marco de los procesos electorales de las últimas décadas, ya resulta trillado y refleja el nivel de declive que tiene la democracia. Un concepto que cada vez es menos tangible, por su mal uso y abuso.

Cómo sociedad no hemos sido capaces de generar una participación política basada en valores y principios éticos. En este momento la honestidad y la rectitud, no son precondiciones para participar exitosamente. Por eso la inestabilidad y su impacto en la gobernabilidad. La crisis es de tal dimensión que, siendo rigurosos y respetuosos del concepto, ni partidos políticos tenemos. La mayoría improvisa y, para atraer y ganar votos, son candidatos sólo los que pueden “invertir” en la campaña.

Desde el Estado, el esfuerzo ha sido mínimo; considerando los gobernantes que hemos tenido. Por eso nuestros sistemas electorales no cuentan con credibilidad social. La acción del Estado en la materia, que por mandato constitucional y legal debe ser de generación de condiciones suficientes para una participación política efectiva, sigue siendo pasiva y coyuntural. Sólo intervienen desde los previos de los procesos electorales. No preveen ni se proyectan y, entre otras tantas cosas que pueden hacer, no entablan alianzas para desarrollar cultura jurídica y política.

Tampoco hemos sido capaces de darle esencia y resultados a las perspectivas ideológicas. Las mismas atrocidades las están cometiendo, hoy en día, quienes hacen gobierno desde las denominadas “derecha”, “izquierda”, “centro”; para mencionar sólo los más fáciles de identificar. En varios pueblos de América Latina y El Caribe está ocurriendo, vivimos polarizados y en otros con camisa de fuerza y mordaza.

Latrocinios, corrupción, persecución política, desapariciones forzadas y seguidas de muerte, secuestros, detenciones arbitrarias y preventivas indefinidas, captura control y sometimiento de las instituciones que hacen al sistemas de justicia, compra de la línea periodística de medios de comunicación, inversiones inútiles y sin control en propaganda gubernamental, etc. resulta cada vez más frecuente -y con impunidad- en países con gobiernos elegidos en las urnas.

Algo incomprensible está ocurriendo. El Derecho las ciencias políticas y sociales tienen las “barbas en remojo”. La gente, pese a conocer estos antecedentes y sus ofertas populistas y conservadoras, los sigue eligiendo. No queda claro, en qué momento perdimos el horizonte y si podremos enmendar. No hay autocrítica, sobre todo de los que ya hicieron gobierno; sólo se aprecia angurria de poder por poder.

En esta perspectiva, valorando el momento que vive el Perú, resulta contradictorio que algunas personalidades, como el Nobel de Literatura, sucumban ante sus intereses y miedos y alienten el voto a favor del “mal menor”. En lugar de, aprovechando la sensibilidad y receptividad social por el momento político que vive el país, iniciar una cruzada a favor del renacimiento de una clase política sin corrupción, para decirlo de algún modo, inclina su favoritismo por una persona sobre quien pesa un pedido fiscal de 30 años de cárcel, por -según las investigaciones- encabezar una organización delictiva desde la política. Cómo entender que por ser anti-izquierda respalde una candidatura que es símbolo de corrupción gubernamental autoritarismo y de desprecio a las reglas de convivencia democrática. Sin duda su antípoda de César Abraham Vallejo Mendoza.

En ese sentido, no es coherente apostar por el “mal menor”. Hacerlo es irresponsable. No se puede seguir ocultando maquillando e ignorando realidades. Se tiene que ampliar la lectura de cada país, abandonando el centralismo y las taras culturales predominantes que marginan, excluyen y discriminan -a los más pobres- desde algunos sectores de las grandes urbes.

La apuesta debe ser siempre democrática, queda claro, si de salir del hoyo en el que estamos se trata. Quién participe -organizadamente- en política, además de capacidad de conexión y entendimiento de la realidad nacional, debe respetar a su electorado y ser ejemplo de virtudes.

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