“Roba pero hace obra”, se trata del “mal menor”, entre otras, son concepciones sociales que estamos adquiriendo, pese a que no soportan análisis lógico alguno, en diversos países que tienen incipientes democracias. Se están afirmando, como forma pragmática de justificar la corrupción y la impunidad del mundo político.
Según un estudio de hace tres años del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), con márgenes de error entre +/-0,9% y +/- 2,2% e intervalo de confianza del 95%, en Ecuador “Dos de cada tres encuestados (61,2%) creen que es más importante la capacidad de gestión a la hora de elegir a un político, antes que la honestidad (35,7%)”.
Para el Novel de Literatura Vargas Llosa, en la actual
contienda electoral, Keiko Fujimori es “el mal menor” y “representa la
posibilidad de continuar con el sistema democrático… instalado en el Perú y de
que el país no se vaya a la catástrofe...” Un salto en garrocha a los
principios y valores, considerando que toda perspectiva democrática es
esencialmente ética, en el análisis y en la práctica política, si de promover y
brindar servicios públicos con probidad se trata.
Preocupa y decepciona, en esa línea de coherencia que todo
líder moral debe tener, posiciones que promueven un Estado postrado y al
servicio del crimen.
La tolerancia a la corrupción sigue ganando terreno y es
vista como normal cuando los tradicionalmente predominantes hacen gobierno.
Desde la política está permitido delinquir, es el mensaje y con un empujón más
de algún otro laureado se hará regla. Lo curioso es que cada vez más gente
honesta e “ilustrada”, pese a conocer -por ejemplo- su pernicioso impacto en
los derechos humanos lo permite al guardar silencio. Se resisten a “participar
en política” pero sí están primeros para lamentarse y culpar a alguien de los
males del país.
Desconcertantes e irresponsables resultan aquellos
argumentos que, manipulando conceptos como libertad y democracia, abiertamente
respaldan la corrupción. “El mal menor”, así le vuelven a llamar, conociendo al
detalle la acusación fiscal que tiene su apadrinada, de treinta años y diez
meses de prisión, por presuntos delitos de crimen organizado, lavado de
activos, obstrucción a la justicia y falsa declaración en procedimiento
administrativo.
En este contexto sumarse a la campaña del miedo, como
herramienta política para solapar y mantener el latrocinio del Estado -y desde
el- en alianza con el sector privado predominante, resulta inmoral. Mostrar
como defensores de la libertad y la democracia a un perfil así, ante una
población mayoritariamente desinformada y lejana de lo político, hace paria a
cualquier ser humano.
Todo está perdido cuando lo peor sirve de ejemplo y lo bueno
de burla y agravio, por pensar diferente. Ernesto Sábato sobre el punto dijo
“Me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los
corruptos viven en la impunidad, y al hambre de los pueblos se la considera
subversiva".
Es imperativo darnos cuenta que nuestros países no han
alcanzado niveles de desarrollo, competitividad y bienestar para nuestra gente
debido a la corrupción. Las pruebas están en la impunidad con la que operan y
en el rostro de los nuevos “ricos” que surgen de la noche a la mañana. Las
carencias de justicia, empleo, salud y, entre otros, desarrollo social del
país, también los delatan.
Hay que levantar la conciencia social. Un país se construye
a base de valores, la honestidad es uno fundador, para evitar que a los que
elijamos nos sigan robando con total impunidad y al amparo de padrinazgos cada
vez más deslucidos por insensibles e inhumanos.
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