Mi columna de la semana pasada, sobre este mismo tema,
recibió comentarios públicos y no públicos que me motivan a desarrollar otras
entradas, que confío ayuden a comprender porque respaldo y desarrollo acciones
tendientes a profundizar el proceso de la educación con “enfoque de género”.
Inicio señalando que, desde hace décadas, el término
“enfoque” se refiere al marco teórico, las metodologías e instrumentos que
ciencias como las sociales, administrativas, económicas, jurídicas, políticas y
otras, han ido generando con el fin de ayudar a que los Estados afiancen y
profundicen sus procesos de país. Entre otros aportes, el incluir en las
decisiones de los gobernantes los enfoques, los ha auto-limitado y ordenado.
Éstos, inyectan fuerza a las acciones de gobierno y los hacen trascender al
estado y nivel de política de Estado. Reducen además la posibilidad de iniciar
todo de nuevo, en cada periodo gubernamental, debido a que preservan los
lineamientos y bases de cualquier proceso.
Así, existen enfoques basados en los derechos humanos
(“enfoque de derechos”), que coloca al ser humano como centro de las decisiones
de Estado y apunta a la promoción y la protección de sus derechos humanos. El
“enfoque intercultural”, fomenta la convivencia -en una relación de respeto a
la realidad social, religiosa y diversa- entre personas de diferentes culturas
y naciones (aymaras, quechuas, afrodescendientes, ashaninkas, shipibos,
mestizos, migrantes, etc.) y religiones (adventistas, testigos de Jehová,
israelitas, católicos, etc.) y también centra la mirada en la persona como
protagonista y titular de derechos. El “enfoque de política pública” alude a la
acción integral y programática del Estado, con el objeto de facilitar un mayor
disfrute de los derechos económicos y sociales de toda la población y frenar
las desigualdades que privan a muchos de una real pertenencia a la sociedad;
entre otros aspectos.
El “enfoque de género”, desde esta perspectiva y objetivo,
promueve cambios en la llamada construcción social y cultural histórica de
prácticas (relaciones de poder y desigualdades), símbolos, instituciones y
normas que nuestras sociedades han desarrollado a partir de diferencias
biológicas entre varones y mujeres. No es, en consecuencia, ideología que
pervierte, asunto de Dios o del Diablo, del bien o del mal, etc. Es un proceso
de lucha contra la discriminación estructural. Es decir, contra las
desigualdades de derecho o de hecho, que se expresan en exclusión social,
sometimiento y violencia de unos contra otros, bajo lógicas repetitivas y
debido a complejas prácticas sociales, prejuicios y sistemas de creencias.
Estos enfoques no se contraponen, se complementan y
transversalizan, porque todos -finalmente- promueven derechos y su ejercicio
pleno; para una vida con dignidad, una vida con respeto al ser humano, una vida
mejor.
Derechos, entre otros, como: a una vida libre de violencia,
es decir sin abuso y acoso sexual, política, física, psicológica, etc.; a la
salud sexual y reproductiva, que se refiere al acceso a uso de métodos
anticonceptivos, educación sexual integral, etc.; derecho a acceder y
participar en espacios de toma de decisiones, considerando que la participación
política de la mujer sigue siendo en gran parte del país y el mundo nominal e
instrumentalizada.
El 2018, según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones
Vulnerables, fueron asesinadas 149 mujeres y cada día del año 10 niños son
víctimas de violación sexual. Según DATUM – 2016, más del 74% de los peruanos
reconoció que tenemos un país machista. Según el Instituto Nacional de
Estadísticas – INE 2016, el 44% aprueba la afirmación de que “a fin de evitar
discusiones en el hogar, la mujer debe ceder” y el 21% considera que ninguna
mujer debe contradecir las decisiones de su esposo. Según esta misma fuente en
los últimos años cerca del 70% de personas LGTBI son discriminadas; asimismo,
se cometen un promedio al año de 17 crímenes de odio (por razón de orientación
sexual e identidad de género).
Esta aberrante realidad, expresa dolorosas y latentes
violaciones a derechos de seres humanos en situación de vulnerabilidad y
reflejan lo degenerada que aún es nuestra idiosincrasia y cultura. En ese
sentido, es comprensible que sólo aquellos que golpean e insultan a sus mujeres
e hijas, violan y muchas veces asesinan a niños niñas y acosan a adolecentes,
agreden y matan a hombres o mujeres por su orientación o preferencia sexual,
rechacen que desde la educación se ataquen y prevengan las CAUSAS que generan
sus formas de violencia. Doblemente cuestionable resulta que, pese a la
gravedad de lo que viene ocurriendo con estos seres humanos, políticos
corruptos e inmorales se apoderen de estos temas y los instrumentalicen, al
punto de colocarse -Ellos- como reservas de la moralidad y las buenas
costumbres.
En su momento, en la evolución social de nuestros pueblos,
la abolición de la esclavitud, el nacimiento de nuestros Estados, el voto
(sufragio) de las mujeres, la jornada laboral de las 8 horas y otras conquistas
sociales, tuvieron sus detractores. Ahora, una vida libre de violencia y sin
discriminación, de seres humanos que pueden ser nuestros hijos, hermanos o
padres, tienen los suyos.
Hay que vencerlos con la fuerza de la razón y sin reproducir
más cultura del odio.
Sigamos avanzando…!!!
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