Pese a la retórica sobre los avances de nuestra “civilización”, el ser humano, en lo esencial, sigue siendo perverso y egoísta. Colectiva e individualmente, aún no hemos comprendido que la sociedad de hoy está muy enferma, que somos causantes de sus padecimientos y que todos -en ella- transitamos tiempos que reflejan los extremos y abismos de la condición humana; a lo mejor porque para algunos los suyos “están bien” y porque creen que “nunca les pasará nada”.
No hemos desarrollado autocrítica sobre la sociedad que
recibimos y la que le estamos heredando a los que nos suceden. La mayoría sólo
existe en su día a día y de espalda, por conveniencia y comodidad
fundamentalmente, a su responsabilidad de dejar un mundo mejor; que también
alcanza la obligación de entregar mejores hijos a nuestra sociedad. ¿Cuántos
problemas sociales no existirían, si cada vez más personas viviésemos con
compromiso y sentido de responsabilidad, con menos fatuidad, con elementos que
hacen a la cultura de paz, sin miedo y sin tantos venenos dentro -como el
egoísmo- que nos consumen y pervierten y llevan a ser indiferentes?
Los miles de asesinatos de nuestras mujeres, que condeno
desde esta tribuna, es radiografía de esta realidad.
"Todo el mundo está hablando de política y nadie hace
pública la muerte de mi hermana. El país se olvidó de lo que pasa en Formosa.
Acá, matan a jóvenes como si nada. La muerte de mi hermana no puede quedar
impune, ella tenía toda una vida por delante y se la robaron. Arruinaron a una
familia entera, estamos destrozados", es parte del relato de Ana, al
diario cronica.com.ar, la hermana de Diana Soledad Samana (16), quien fue
asesinada cruelmente con el pico roto de una botella, en Argentina, el pasado
14 de junio de 2019.
Víctimas como Diana Soledad hay todos los días en el mundo y
casi siempre las ignoramos. En Bolivia, hasta el 15 de junio, según el
Observatorio para la Exigibilidad de los Derechos de las Mujeres, eran 55 las
víctimas por feminicidio. En Perú, hasta fines de mayo, según América Noticias,
eran 67 víctimas. En Ecuador, desde el 2014 a la fecha, se estaría registrando
un feminicidio cada tres días, según la coalición ciudadana Fundación Aldea,
Red Nacional de Casas de Acogida, Comisión Ecuménica de Derechos Humanos y
Taller Comunicación Mujer.
Estados Unidos, también es un país peligroso para las
mujeres, considerando que el 2015 fueron asesinadas 1,686, según reporte del
Centro de Política de Violencia.
Todos estos casos, de crueles y violentos asesinatos de
mujeres, tienen -por lo general- en común el ser “mujer”, “pobre”, “no blanca”
y “de zonas marginales”. Por eso las mujeres son consideradas, desde el Derecho
Internacional de los Derechos Humanos, parte de un grupo en situación de
vulnerabilidad; un reconocimiento que sigue siendo la suma de buenas
intenciones del “mundo civilizado”.
Este problema de salud pública, pese a que tiene en una vida
de infierno y que luego las arrebata por miles, no sólo es expresión de la
depravación humana, sino también de la falta de acción integral del Estado, que
no comprende que la solución es más que sólo aprobar “leyes”. Estas deben ser
justas y, un punto crucial, su implementación -entre otras precondiciones-
tener como marco procesos educativos que aumenten la conciencia social de
rechazo a todo tipo de conductas machistas, de superioridad, de maltratos y de
odio a la mujer.
El silencio, frente a cualquier forma de violencia contra la
mujer, es una forma de contribuir a su muerte. Por eso se justifica, una y mil
veces, educar a los niños y niñas con enfoques de igualdad de géneros, tanto en
los colegios como en las familias.
Justifiquemos nuestra existencia haciendo algo en beneficio
también de los demás. Hablan todos, pero hacen pocos. No seamos cómplices de la
impunidad y el olvido, que cuando se trata de feminicidios pasa a ser como una
segunda muerte. Recuerda que estamos dejando una generación al borde del
colapso y que una siguiente víctima puede ser tu madre hermana o hija.
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