El desarrollo social de todo pueblo exige la superación de
sus problemas históricos y los de hoy, en una relación de corresponsabilidad
entre gobernados y gobernantes. Estos procesos son de largo aliento y sus
avances dependen de las mejoras en la calidad de su educación y, entre otros,
la cultura política y democrática que promuevan y practiquen sus gobernantes.
Problemas como la corrupción y, entre otros, el racismo, en
esta perspectiva, son asuntos considerados en casi todas las agendas
gubernamentales; pero no trabajados a profundidad y con rigor de política de
Estado. Existe temor a aquellos cambios que limiten o eliminen privilegios
propios de las estructuras de poder de los grupos o sectores predominantes. La
población, debido a las barreras creadas, realiza esfuerzos de poco impacto y
arrastre y es por eso que no hay una acción integral del Estado, frente a estos
problemas, porque cree -erróneamente- que no es de su competencia.
De esta situación hay quiénes, unos cuantos, siguen sacando
provecho; tal como lo hicieron sus parientes desde tiempos inmemoriales. Por
eso, entre otros tantos ejemplos que podemos citar de gobernantes
latinoamericanos racistas, no llama la atención que hace unos días el
congresista y ex ministro peruano Carlos Ricardo Bruce Montes de Oca, violando
el marco jurídico contra el racismo, utilice un lenguaje discriminador al
intentar descalificar -al llamarlo “provinciano”- al presidente Martín Alberto
Vizcarra Cornejo.
Las formas de practicar racismo han cambiado en el tiempo,
pero su esencia, en el perfil de quiénes lo practican, sigue siendo el mismo.
Este aspecto ha permitido que su desarrollo se proyecte a través de procesos
culturales y económicos “naturales” y a la medida de los sectores
predominantes; excluyendo y dividiendo por medio de trabas diversas. Así, un
racista, en esta perspectiva, conscientemente expresa odio por el que considera
“diferente”, “inferior”, etc. como una forma de dominación.
Este dominio, que hasta ahora les ha resultado efectivo al
sector “ilustrado” del país, cuando se practica por el común de la población,
la mayoría, alcanza extremos inimaginables pues no pasa de ser una burda
imitación de estereotipos y prejuicios “de clase”. No obstante, es la más
dañina, porque impregna y reproduce una gran carga emocional de odio y
frustraciones que caracterizan al racista de este “sector social”.
Este “veneno”, siguiendo al psicoanalista Jorge Bruce, que
lleva a una persona a ser discriminadora, y que “necesita expulsar” es
-fundamentalmente- el cúmulo de patrones culturales que ha ido asimilando desde
que tiene conciencia del mundo que lo rodea. Éste, por lo general, ganado por
el odio que lo consume, no distingue y siendo mestizo con marcada esencia
indígena no vacila en maltratar a otro igual a él llamándolo “cholo” o “indio”.
Lo propio ocurre cuando entre “blancos” se agreden y “pierde” el “serrano” o el
“charapa” sólo por haber nacido en los andes o en la selva, respectivamente.
Más dramática es la situación cuando un afroperuano llama “serrano de mierda” a
un andino y éste, para burlarse, lo tilda de “primate” o “esclavo liberto” a su
agresor. Los insultos de los “blancos” de la costa, hacia todos los demás,
tienen su sitial propio, por lo abundantes y estigmatizantes.
En este orden de análisis, discriminar es un grave problema
de orden cultural que podemos curar promoviendo y practicando una educación
rica en valores y principios, una educación de calidad que crezca y se
desarrolle iluminada por ejemplos de vida como los de José Carlos Mariategui,
José Sabogal Diéguez y otros también universales como Nelson Mandela, Mahatma
Gandhi o Martin Luther King.
En Latinoamérica, el Perú es uno de los países donde la
discriminación y el racismo están más fuertemente instalados. Se discrimina
desde niño por todo y nada y si bien es cierto hay avances normativos locales y
regionales, éstos no terminan de calar -como beneficiosos- en la conciencia de
la gente. Hace falta, además en esa orientación, mayor cultura de inclusión y
porque no presos por discriminar, como ya ocurre en otros países.
Si queremos un Perú para todos, con justicia y libertades
verdaderas, necesitamos deshacernos de taras culturales como el racismo, la
corrupción y otras, que nos enfrentan y dividen cada día. Promovamos y
desarrollemos, a partir de los avances existentes, una política de Estado
contra el racismo y la no discriminación.
Resaltemos y disfrutemos de nuestra riqueza y diversidad
étnica y defendamos lo que somos. No sigamos haciéndole al juego a los que
promueven y practican el racismo como forma de dominación de los individuos y
pueblos.
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