sábado, 12 de junio de 2021

Algunas constataciones que deja el proceso electoral peruano

Publicado en:
Panorama Trujillano (Trujillo Perú)
El Clarin (Cajamarca Perú)

Mejorar como sociedad, en su perspectiva política y democrática, impone retos cuando se trata de países como el Perú. Mirar con desprendimiento ideológico su realidad, valorando los hechos que siguen marcado su historia, es uno de la mayor importancia.

El proceso electoral del 2021, en ese sentido, muestra situaciones por valorar y transformar a favor de un país mejor. Anoto algunas.

Seguimos siendo un país plagado de clasismo y racismo. Para la supremacía económica y política ser “serrano”, “selvático” y no citadino de la costa, es sinónimo de ignorante, resentido, rojo, comunista, terrorista, ocioso, grosero, mendigo y barrera del desarrollo del país. La principal prensa capitalina, su caja de resonancia pagada, tiene enajenados a millones haciéndoles creer que deben defender ese estado de cosas; porque le conviene al país. Indican “ofrece estabilidad”, “libertades” y “democracia”, cuando en realidad es instrumentalización de las masas para afirmar la corrupción y otros crímenes con impunidad como formas de vida pública y privada.

El centralismo nos tiene raquíticos. Lima y el Callao, por la cantidad de población que tienen y por ser centro de decisión política y económica, siguen decidiendo por el país, sin importar la injusticia y las brechas de desigualdad y pobreza en las que vive el resto de peruanos y peruanas. No les importa incluir, escuchando las necesidades y problemas existentes, al momento de decidir medidas. El Ejecutivo, en la práctica, sigue controlando lo que se hace y aun no sintonizan qué son políticas públicas con enfoque de derechos, interculturalidad y género. La función congresal es insuficiente e improductiva, en ese objetivo de país. Por eso ambas ciudades, en una lógica parasitaria, viven del cáncer histórico colonial y republicano del centralismo, utilizando la extraordinaria despensa de los Andes la Amazonía y la pesca y agricultura costera. Tenemos un centralismo que desprecia la idea de un proyecto nacional común y a partir del mismo reconciliarnos. Su comportamiento en la segunda vuelta electoral lo prueba.

Somos pueblos esclavos del miedo y la mentira. Estamos en un momento en el que las diferencias de opinión política no están basadas en posicionamientos de principios y valores democráticos. La ética política ha sucumbido ante la sospecha y el embuste. A nuestras élites "gobernantes" les resulta rentable engañar y del susto que genere sus patrañas sacar ventaja electoral. Por eso rescatan el relato nacional de los años de terror y guerra interna por el terrorismo genocida en cada proceso electoral. Se les acabó el libreto, del “terruqueo” no pasan. Estas elecciones, reabriendo muchas heridas que no sanarán, nos lo han recordado.

Tenemos una “clase política” sin compromiso y visión de país. Participar en política para defender y sostener un estado de inequidades e injusticias resulta inmoral. Apuntalar un modelo con formas laborales de esclavitud encubierta y extractivista que deja "chorrear" gotas de bienestar a las mayorías mientras les disparan a los inconformes, es seguir anclados en los tiempos de la Colonia. Se resisten a saldar cuentas con la historia, por eso siguen dando la espalda a las víctimas y eludiendo responsabilidades frente a lo que nos ocurrió. No hay actor político que tenga conciencia de la agenda de la reconciliación, no contamos con políticos estadistas, sólo tenemos desprecio angurria y ansias de poder por poder para seguir mancillando a los más vulnerables y depredando al país. La herencia moral, espiritual, psicológica y cultural del gamonalismo y sus parientes del pasado vive y goza de estupenda salud en la mayoría de los actuales políticos. No han evolucionado en la misma dirección y tamaño de sus discursos libertarios y democráticos.

Importa, considerando que el momento político actual va pasando, mirar el periodo gubernamental que comienza este 28 de julio. Tenemos que avanzar, todas las sangres desde el bicentenario sin miedo y con perspectiva de proceso inclusivo, hacia un nuevo pacto constituyente de refundación nacional. La República que tenemos no es útil al pueblo, es endeble y tiene carcomida sus simientes por acción corrosiva de corruptos, egoístas e insensibles.


miércoles, 2 de junio de 2021

Costumbres antidemocráticas

Publicado en:
Correo del Sur (Sucre Bolivia)
El Clarin (Cajamarca Perú)

“Roba pero hace obra”, se trata del “mal menor”, entre otras, son concepciones sociales que estamos adquiriendo, pese a que no soportan análisis lógico alguno, en diversos países que tienen incipientes democracias. Se están afirmando, como forma pragmática de justificar la corrupción y la impunidad del mundo político.

Según un estudio de hace tres años del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), con márgenes de error entre +/-0,9% y +/- 2,2% e intervalo de confianza del 95%, en Ecuador “Dos de cada tres encuestados (61,2%) creen que es más importante la capacidad de gestión a la hora de elegir a un político, antes que la honestidad (35,7%)”.

Para el Novel de Literatura Vargas Llosa, en la actual contienda electoral, Keiko Fujimori es “el mal menor” y “representa la posibilidad de continuar con el sistema democrático… instalado en el Perú y de que el país no se vaya a la catástrofe...” Un salto en garrocha a los principios y valores, considerando que toda perspectiva democrática es esencialmente ética, en el análisis y en la práctica política, si de promover y brindar servicios públicos con probidad se trata.

Preocupa y decepciona, en esa línea de coherencia que todo líder moral debe tener, posiciones que promueven un Estado postrado y al servicio del crimen.

La tolerancia a la corrupción sigue ganando terreno y es vista como normal cuando los tradicionalmente predominantes hacen gobierno. Desde la política está permitido delinquir, es el mensaje y con un empujón más de algún otro laureado se hará regla. Lo curioso es que cada vez más gente honesta e “ilustrada”, pese a conocer -por ejemplo- su pernicioso impacto en los derechos humanos lo permite al guardar silencio. Se resisten a “participar en política” pero sí están primeros para lamentarse y culpar a alguien de los males del país.

Desconcertantes e irresponsables resultan aquellos argumentos que, manipulando conceptos como libertad y democracia, abiertamente respaldan la corrupción. “El mal menor”, así le vuelven a llamar, conociendo al detalle la acusación fiscal que tiene su apadrinada, de treinta años y diez meses de prisión, por presuntos delitos de crimen organizado, lavado de activos, obstrucción a la justicia y falsa declaración en procedimiento administrativo.

En este contexto sumarse a la campaña del miedo, como herramienta política para solapar y mantener el latrocinio del Estado -y desde el- en alianza con el sector privado predominante, resulta inmoral. Mostrar como defensores de la libertad y la democracia a un perfil así, ante una población mayoritariamente desinformada y lejana de lo político, hace paria a cualquier ser humano.

Todo está perdido cuando lo peor sirve de ejemplo y lo bueno de burla y agravio, por pensar diferente. Ernesto Sábato sobre el punto dijo “Me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad, y al hambre de los pueblos se la considera subversiva".

Es imperativo darnos cuenta que nuestros países no han alcanzado niveles de desarrollo, competitividad y bienestar para nuestra gente debido a la corrupción. Las pruebas están en la impunidad con la que operan y en el rostro de los nuevos “ricos” que surgen de la noche a la mañana. Las carencias de justicia, empleo, salud y, entre otros, desarrollo social del país, también los delatan.

Hay que levantar la conciencia social. Un país se construye a base de valores, la honestidad es uno fundador, para evitar que a los que elijamos nos sigan robando con total impunidad y al amparo de padrinazgos cada vez más deslucidos por insensibles e inhumanos.