Mejorar como sociedad, en su perspectiva política y
democrática, impone retos cuando se trata de países como el Perú. Mirar con
desprendimiento ideológico su realidad, valorando los hechos que siguen marcado
su historia, es uno de la mayor importancia.
El proceso electoral del 2021, en ese sentido, muestra
situaciones por valorar y transformar a favor de un país mejor. Anoto algunas.
Seguimos siendo un país plagado de clasismo y racismo. Para
la supremacía económica y política ser “serrano”, “selvático” y no citadino de
la costa, es sinónimo de ignorante, resentido, rojo, comunista, terrorista,
ocioso, grosero, mendigo y barrera del desarrollo del país. La principal prensa
capitalina, su caja de resonancia pagada, tiene enajenados a millones
haciéndoles creer que deben defender ese estado de cosas; porque le conviene al
país. Indican “ofrece estabilidad”, “libertades” y “democracia”, cuando en realidad
es instrumentalización de las masas para afirmar la corrupción y otros crímenes
con impunidad como formas de vida pública y privada.
El centralismo nos tiene raquíticos. Lima y el Callao, por
la cantidad de población que tienen y por ser centro de decisión política y
económica, siguen decidiendo por el país, sin importar la injusticia y las
brechas de desigualdad y pobreza en las que vive el resto de peruanos y
peruanas. No les importa incluir, escuchando las necesidades y problemas
existentes, al momento de decidir medidas. El Ejecutivo, en la práctica, sigue
controlando lo que se hace y aun no sintonizan qué son políticas públicas con
enfoque de derechos, interculturalidad y género. La función congresal es
insuficiente e improductiva, en ese objetivo de país. Por eso ambas ciudades,
en una lógica parasitaria, viven del cáncer histórico colonial y republicano
del centralismo, utilizando la extraordinaria despensa de los Andes la Amazonía
y la pesca y agricultura costera. Tenemos un centralismo que desprecia la idea
de un proyecto nacional común y a partir del mismo reconciliarnos. Su
comportamiento en la segunda vuelta electoral lo prueba.
Somos pueblos esclavos del miedo y la mentira. Estamos en un
momento en el que las diferencias de opinión política no están basadas en
posicionamientos de principios y valores democráticos. La ética política ha
sucumbido ante la sospecha y el embuste. A nuestras élites
"gobernantes" les resulta rentable engañar y del susto que genere sus
patrañas sacar ventaja electoral. Por eso rescatan el relato nacional de los
años de terror y guerra interna por el terrorismo genocida en cada proceso
electoral. Se les acabó el libreto, del “terruqueo” no pasan. Estas elecciones,
reabriendo muchas heridas que no sanarán, nos lo han recordado.
Tenemos una “clase política” sin compromiso y visión de
país. Participar en política para defender y sostener un estado de inequidades
e injusticias resulta inmoral. Apuntalar un modelo con formas laborales de
esclavitud encubierta y extractivista que deja "chorrear" gotas de
bienestar a las mayorías mientras les disparan a los inconformes, es seguir
anclados en los tiempos de la Colonia. Se resisten a saldar cuentas con la
historia, por eso siguen dando la espalda a las víctimas y eludiendo responsabilidades
frente a lo que nos ocurrió. No hay actor político que tenga conciencia de la
agenda de la reconciliación, no contamos con políticos estadistas, sólo tenemos
desprecio angurria y ansias de poder por poder para seguir mancillando a los
más vulnerables y depredando al país. La herencia moral, espiritual,
psicológica y cultural del gamonalismo y sus parientes del pasado vive y goza
de estupenda salud en la mayoría de los actuales políticos. No han evolucionado
en la misma dirección y tamaño de sus discursos libertarios y democráticos.
Importa, considerando que el momento político actual va
pasando, mirar el periodo gubernamental que comienza este 28 de julio. Tenemos
que avanzar, todas las sangres desde el bicentenario sin miedo y con
perspectiva de proceso inclusivo, hacia un nuevo pacto constituyente de
refundación nacional. La República que tenemos no es útil al pueblo, es endeble
y tiene carcomida sus simientes por acción corrosiva de corruptos, egoístas e
insensibles.